Opinión
Agustín Lomeña, mi hermano del alma
Agustín y yo anduvimos muchas veces los mismos caminos, escribimos los mismos artículos, cantamos las mismas soleares y a los dos nos traicionaros los mismos canallas

Agustín Lomeña. L. O.
No éramos hermanos de sangre, lo éramos de corazón, que es lo que más vale, lo que al final importa, lo único que importa. Ese corazón que Agustín Jesús Lomeña Cantos, Agustín Lomeña, tuvo tan grande y repartió con tanta generosidad que al final no le quedó suficiente para él, como le pasaba siempre, tan fiel toda la vida a la soleá que le sirvió de lema: “las manos tengo vacías/ de tanto dar sin tener/ pero las manos son mías”.
Y ahora, de pronto, todo está oscuro, todo es una mancha gris que envuelve el mundo, que lo sume en la más negra pena. Mi hermano electo, mi compadre de mi alma, se ha ido dejándose el corazón aquí, tan repartido entre toda esa gente que me llama llorando, llorándolo, sin poder contenerse.
Era, he contado alguna vez esta historia, el segundo mejor hombre del mundo. Fue en una noche de aguacero. Estábamos en Dublín buscando dónde quitarnos la humedad, el frío y el hambre. Encontramos un sitio que nos pareció adecuado o, simplemente, se nos vino a mano y entramos, pero Agustín se quedó fuera dando las últimas caladas a un cigarrillo. Cuando entró ya estábamos todos sentados. Éramos los únicos clientes del local a excepción de tres personas que compartían una mesa cercana. Cuando por fin apareció Agustín se me ocurrió decirle: “Venga, hombre, date prisa, que los de Álora siempre os hacéis esperar”. Fue decir esto y uno de los comensales de la otra mesa se levantó y se acercó a nosotros. “Perdonen, dijo educadamente, pero he oído que uno de ustedes es de Álora. Yo también soy de Málaga, soy maestro y estoy aquí en un congreso”. Nos presentamos todos, seis o siete que íbamos desde Málaga a hacer promoción turística a la capital irlandesa. Pero al paisano aquel lo que le interesaba era Álora. “Verán, yo es que conocí a alguien de Álora. Era, sin duda, la persona más buena del mundo, el mejor hombre que he conocido”. Y Agustín le contestó, ya con curiosidad, “dígame su nombre, tal vez le conozca”, y el tipo respondió “se llamaba Manuel Lomeña”. A Agustín se le cayeron dos lagrimones. “Era mi padre”, fue todo lo que atinó a responder. Digno hijo de su padre, Agustín iba justo detrás en el palmarés. Y después ya no hay nadie, después está el abismo que deja su marcha en mi alma, en el alma de tantos como lo quisimos y lo seguiremos queriendo.
Agustín, nacido en la Nochebuena de 1948 en Álora, en su querida Álora, fue uno de esos periodistas que quizás ya no quedan, acaso el último de una estirpe irrepetible. Desde sus primeras colaboraciones en aquella radio que se inventó su padre en la cocina de su casa hasta su última etapa profesional al frente del departamento de Comunicación del Patronato de Turismo de la Costa del Sol, Agustín demostró que se podía ejercer la profesión periodística con honradez, con limpieza, con honor, con estilo, con esa “estela del estilo” de la que hable en una columna que hoy sigue vigente, esa “estela del estilo” que muchos hemos tratado de seguir. Somos bastantes los que aprendimos con él y de él un oficio que quizás ya no exista pero que nunca debió perderse.
Agustín y yo anduvimos muchas veces los mismos caminos, escribimos los mismos artículos, cantamos las mismas soleares y a los dos nos traicionaros los mismos canallas. No es tan fácil como pudiera parecer encontrar a alguien con quien uno andaría cualquier camino. Agustín tenía un inmenso sentido del concepto “amistad”, que para él era sinónimo de honor. Son esos amigos los que me llaman ahora mismo, mientras escribo estas líneas, llorando como lloro yo.
Estas cosas, como nos enseñó a él y a mí el maestro Alcántara, hay que escribirlas en mojado y en caliente. Así lo he hecho, dejándome atrás miles de historias, de risas, de complicidades, de hermandad, porque no hay periódico capaz de recogerlas todas, y esto lo estoy escribiendo para el periódico, nuestro espacio natural, allí donde éramos lo que somos, gente de prensa, nuestra casa. Nos dejamos la vida en los periódicos, pero hay sitios mucho peores donde dejársela.
Ahora me he quedado muy solo, muy solo, muy solo. Sé que te lloraré siempre, mi hermano del alma, mi compadre, pero me queda el consuelo de tenerte en mi corazón. Lo compartiremos, como compartimos tantas cosas, hasta que volvamos a encontrarnos y echemos café.
- Vuelven los descuentos del Verano Joven este 2025: cómo solicitarlos
- Buenas noticias para los que hicieron la mili: podrán acceder a este beneficio en su jubilación
- No es el Soho, es Carabanchel: 'Distrito 11' cumple un año y se convierte en el centro cultural de España
- Bailarines “decepcionados”, contratos con sus propios equipos y su pareja en todos los proyectos: Muriel Romero se estrena al frente de la Compañía Nacional de Danza rodeada de polémica
- Los 5 gastos que nadie sabe que se puede desgravar en la Renta 2025
- Ana Dávila, consejera de Asuntos Sociales: 'La Comunidad no tiene competencia directa para actuar en el aeropuerto. Otra cosa es que el Gobierno quiera echar balones fuera
- El lado oscuro del aceite de oliva en los supermercados: la denuncia que pone en jaque a seis gigantes
- Castañuelas y zapateos a Eurovisión: la 'vieja España' de Melody gana el Benidorm Fest con un batiburrillo de clichés