Opinión | TRES EN LÍNEA
La política burda
Tan evidente es el abuso del juez con su extemporáneo anuncio de citación, como el del presidente con otra maniobra del más rancio populismo, encabezada por ese “mi esposa y yo” que cualquier Perón hubiera rubricado

La esposa de Pedro Sánchez, Begoña Gómez
Cualquiera que haya tenido la desgracia de pasar por un juzgado, por nimio que haya sido el asunto que le haya llevado hasta él, sabe que la actuación del juez que instruye la causa por presunto tráfico de influencias contra la esposa del presidente del Gobierno, Begoña Gómez, es de todo punto anormal, en los tiempos y en las formas. El juez Peinado ha querido ser actor político en medio de una campaña electoral y lo ha conseguido sin que nada, en términos estrictamente procesales, le empujara a ello. Su golpe de efecto de hacer pública el 5 de junio la citación como investigada para un mes después de la mujer de Sánchez ha sido escandaloso por lo burdo.
Igual de burda que la respuesta del jefe del Ejecutivo, dirigiéndose por segunda vez en poco más de un mes a los ciudadanos a través de una red social, esas mismas de cuyo mal uso dice abominar, mediante un texto que viola todas las normas de higiene de un presidente de Gobierno democrático. Sánchez vuelve a apelar al pueblo para que le haga de escudo ante sus problemas. Pero tan evidente es el abuso del juez con su extemporáneo anuncio de citación, como el del presidente con otra maniobra del más rancio populismo, encabezada por ese “mi esposa y yo” que cualquier Perón hubiera rubricado. Existiendo dudas sobre si la actuación profesional de su esposa pudo verse favorecida por su condición de presidente, corresponde aclararlas, no sólo en términos de legalidad sino también de ética y de estética. Las urnas a las que apela Sánchez para responder a las acusaciones contra su mujer no son el Jordán. Y aquí empiezan a sobrar cartas y faltar explicaciones.
Tampoco por esperable ha sido menos burda la reacción de Feijóo exigiendo la inmediata renuncia de Sánchez. Que el partido que anunció que vendería su sede de la calle Génova tras demostrarse que se pagó con dinero negro procedente de mordidas diga a las primeras de cambio, y desde esa misma sede de la que sigue disfrutando, que La Moncloa es un nido de corrupción, tiene bemoles. Los populares piden que Sánchez dimita sin más dilación por “responsabilidad política”. Y lo hacen la misma semana en la que también exigen, ellos pero sobre todo sus corifeos, que se le pida perdón al expresidente de la Generalitat Valenciana, Francisco Camps, cuyos principales consejeros en los gobiernos por él nombrados fueron condenados por corrupción, en algunos casos con largas penas de prisión. Pura coherencia.
Afirmar todo lo que antecede no es atacar la independencia judicial. Un país que cuenta entre sus maldiciones más venenosas con el popular “pleitos tengas y los ganes” no es precisamente el lugar donde mejor consideración tienen jueces ni fiscales, así que resulta ocioso abundar en la materia. Ni tampoco es ser equidistante, un término, por cierto, demonizado por aquellos que suelen confundir periodismo con activismo. Es simplemente señalar el fariseísmo con el que la judicatura y la política se desenvuelven con absoluta frivolidad en España desde hace demasiado tiempo y proclamar un sentimiento tan primario como real: la hartura. Somos muchos los ciudadanos hastiados del griterío que diariamente impone Madrid, ya sea desde los partidos, los juzgados o los medios. “Desdeño las romanzas de los tenores huecos/y el coro de los grillos que cantan a la luna”, dejó escrito Machado. Vamos, como anillo al dedo.
Feijóo tiene un problema: desde que el 23J perdió ganando, quiere convertir todas las elecciones en una segunda vuelta. Como el objetivo, dormir en La Moncloa, es imposible, porque no son elecciones legislativas, lo único que consigue con ello es seguir perdiendo aun cuando gane. Para Sánchez, por el contrario, las campañas son su territorio natural, aquel donde se crece. Pero a partir de este domingo, sustanciadas unas europeas donde de lo que menos se ha hablado ha sido de Europa, vienen curvas con independencia del resultado. Porque el lunes habrá que retomar Cataluña, que ya veremos cómo acaba. Y luego gestionar un país con el Gobierno más precario de la historia.
Lo que verdaderamente sujeta a Sánchez es la bonanza en la que está instalada la economía, que es precisamente de lo que Feijóo no habla. Pero para que esa bonanza no sea coyuntural haría falta tomar medidas que un país que, cuando no tiene elecciones tiene manifestaciones, y cuando no está pendiente de los predicadores lo está de los jueces, parece difícil que pueda adoptar.
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