Opinión | MÁS ALLÁ DEL NEGRÓN

Los peligros del catastrofismo

La idea de un porvenir apocalíptico se ha apoderado de la sociedad, incapaz de ilusionarse con el futuro

Ilustración sobre los peligros el catastrofismo.

Ilustración sobre los peligros el catastrofismo. / Leonard Beard

Azahara Palomeque es una escritora española que ha vuelto de Estados Unidos, porque "ya estaba harta", "me estaba volviendo una amargada". Así lo explicaba hace unos días en una entrevista en el diario El País. Entre su obra, se encuentra la novela Huracán de negras palomas o los ensayos Año 9. Crónicas catastróficas de la era Trump y Vivir peor que nuestros padres. Títulos todos ellos que hablan por sí solos.

"No es que tenga gusto por las catástrofes es que es lo que hemos vivido", se justificaba en la entrevista la autora de 37 años. La mayoría de sus obras se basan en su experiencia de trece años viviendo en Estados Unidos, especialmente en universidades, observatorios privilegiados de las tendencias sociales más recientes, Pero sus conclusiones son igualmente válidas para cualquier otro lugar del mundo occidental.

¿Qué nos ha pasado para llegar a ese estado de ánimo? Es una pregunta ingenua, porque en el mundo han pasado, pasan y seguirán pasando cosas capaces de amargar al más entusiasta. Ahora mismo tenemos dos guerras en marcha sin visos de solución. Hemos vivido una pandemia mundial sin precedentes en varias generaciones. Desde 2008, las crisis económicas se suceden unas a otras sin darnos un respiro. El futuro medioambiental no puede ser más negro y la ONU ya ha advertido de una triple emergencia ligada al calentamiento, la pérdida de la biodiversidad y la contaminación, que pone en peligro a la propia humanidad.

Los profesores Jorge Lago, que formó parte de la primera dirección de Podemos, y Pablo Bustinduy, ahora ministro de Derechos Sociales, Consumo y Agenda 2030, acaban de publicar el muy interesante ensayo Política y ficción (Península). Sostienen que el relato creado tras la posguerra fría –un mundo de prosperidad, en continuo progreso, con expectativas cada vez mejores– se ha quebrado. La ficción que todas las ideologías –capitalismo, socialdemocracia, comunismo– ofrecían como esperanza de futuro ha terminado por mostrarse inverosímil.

Ese estado de ánimo catastrofista en el que nos hemos sumido ha sido terreno abandonado para la proliferación de los populismos, de derecha y de izquierda. Pero el populismo, según los autores, no hace más que recoger el descontento generalizado. No ofrece una ficción, un relato convincente de futuro. Sólo apela a una rebelión contra el estado de cosas del presente o, en el mejor de los casos, una vuelta a un pasado falsamente idílico.

Lago y Bustinduy reconocen que carecemos de una "gran idea" que nos diga cómo debe ser la sociedad del porvenir, pero argumentan que esta es una situación transitoria. Y proponen dos acciones políticas separadas. La primera, un trabajo ideológico que produzca nuevas ficciones, relatos, a los que agarrarse. Y la segunda, un trabajo democrático para blindar aquello que permite el ejercicio colectivo de la libertad, "ante todo un derecho garantizado a la existencia, condiciones materiales y marcos normativos que hacen posible la construcción colectiva de sí mismos".

Mientras tanto a alguien se le ocurre la "gran idea" –esto ya no lo dicen los autores, sino que es deducción mía–, corremos el riesgo de haber deteriorado de tal forma el ánimo de las nuevas generaciones que sea imposible recuperar ilusión alguna en el futuro. Decía Azahara Palomeque en la misma entrevista que "cuando nosotros éramos pequeños pintábamos coches voladores, ahora lo que pintan son incendios o inundaciones: se está desarrollando una imaginación catastrófica". Si los niños imaginan así el futuro, ¿cómo lo verán cuando sean adultos? Estamos creando una generación de catastrofistas que dominarán el mundo del futuro inmediato, y ese sí que será un mundo peligroso.