Opinión | EL REVÉS Y EL DERECHO

“Pelear en las calles”

Cuando Abascal diga que la calle es suya, luego de pelear en ella, yo sentiré que el miedo que me dio cuando lo escuché en el telediario no era un miedo inflado

Santiago Abascal, en el Congreso de los Diputados

Santiago Abascal, en el Congreso de los Diputados

Nos creemos todo lo que escuchamos, lo que leemos, lo que nos cuentan, porque la vida es credulidad o incredulidad, y muchos hemos nacido con la credulidad a flor de piel. Otros son incrédulos, lo tienen a gala y es muy probable que eso les venga mejor.

Yo me creo todo lo que se dice en los medios. Ayer escuché en el telediario de Televisión Española lo que dijo Santiago Abascal de lo que van a hacer él y los suyos en la manifestación de este domingo en Barcelona. Me quedé impactado por el prospecto.

Me lo creo todo, y ese es el prolegómeno de un sufrimiento. Es un modo de ser, acrecentado con los años por una acusada pasión por el periodismo, y por la política, ya que ambas actividades tienen como destino al público, y a lo público. Esta dedicación, este objetivo, obliga a respetar los hechos, a contarlos tal como son, y a esperar, o a temer, que lo que se diga se cumpla.

En ese trozo de telediario, en el que se hablaba de la inminente manifestación patriótica (española) en Barcelona (ya en Barcelona hubo otra manifestación patriótica, catalana, el 1 de octubre), le pusieron el micrófono al líder del partido Vox. Por razones de estética (la que representa, quizá no la que busca), el señor Abascal siempre mira de lado a la cámara. Su chaqueta, de colores oscuros, lo representa como un hombre grueso o corpulento, y su cara, llena de preocupación, como si en efecto le doliera algo, seguramente sólo le duele España, anuncia siempre que dirá algo inquietante.

Él lo dice, lo dicen los suyos, que siempre hablan como él, cejijuntos, y lo dicen sus gestos: esa España que les duele necesita apósitos urgentes, medicamentos terminantes para limpiar de rojos aquellas circunstancias políticas en las que éstos son ahora preponderantes.

Un rector de la Universidad de La Laguna, en tiempos de Franco, recibió a los alumnos que entraron en tromba a su despacho. A requerimiento del profesor, el delegado de aquellos muchachos explicó que querían el desmantelamiento del régimen. Con la serenidad que le daba la experiencia, aquel rector que además tenía más retranca que los chicos, les explicó lo siguiente:

--Para eso es necesario cumplir algunos requerimientos.

Y los chicos se fueron con la música a otra parte.

El presidente de Vox cumple ahora, los cumple, algunos procedimientos para quitar rojos de la faz de la tierra española. Domina, gracias a su alianza con el Partido Popular, una incontable retahíla de ayuntamientos de la faz del país, a su modo manda también en algunas autonomías, y está dispuesto, o disponible, para seguir sumando hazañas en cuanto caiga el señor de La Moncloa que es, no sólo para él, sino también para sus socios, un peligro para la patria.

La patria es una palabra peligrosa, que debería usarse sólo en ocasiones muy graves, porque se desgasta. A Fernando Arrabal por poco lo hunde el régimen anterior por haber escrito en una dedicatoria Me cago en la Patria, hasta que un juez benemérito aceptó que, en realidad, había escrito Patra, el nombre de una persona a la que él despreciaba. A ver qué pasaría hoy si un Arrabal de este tiempo produce semejante lisonja en un libro o en un espectáculo, en un país en que, por enseñar una teta, casi llevan al cadalso a la cantante Amaral.

En definitiva, que en su entrenamiento para el viaje del domingo a Barcelona el presidente de Vox se empeñó en explicar el núcleo de los propósitos de su viaje, al que va acompañado de todas las formas actuales del patriotismo. Como ahora el patriotismo no se hace tan solo, sino que se declara, pues eres patriota si te manifiestas, él añadió a las distintas zonas de la palabra patria una muy importante, y muy inquietante, en estos momentos de pasiones descontroladas.

Él dijo que este es un tiempo de “pelear en las calles”. Me acordé de las películas de los peores momentos de las historias que ha contado Scorsese en las películas, y me imaginé a los patriotas que le acompañen el domingo imaginando dónde iniciar las sucesivas batallas que son necesarias para que la pelea sea parte de lo proclamado.

Pues se supone que pelear en las calles es pelear en las calles. Se puede bailar en las calles, se puede querer en las calles, o en las playas, se puede bailar, pero pelear… Pelear en las calles tiene dos partes peligrosas. Fraga decía “la calle es mía”. Cuando Abascal diga que la calle es suya, luego de pelear en ella, yo sentiré que el miedo que me dio cuando lo escuché en el telediario no era un miedo inflado, sino la consecuencia de un recuerdo fatal de otros momentos, de este país o del mundo, que parece que añora el presidente de Vox.