Opinión | ESPEJO DE PAPEL

Domingo Pérez Minik, una luz en la isla

Jamás dejó su territorio natal, al contrario, profundizó en él para entenderlo, para saber hasta qué punto una isla es también un continente si eres capaz de juntar lo que significa el asilamiento cuando lo combinas con el universo que se contempla desde la punta del muelle

La Fundación CajaCanarias ha presentado el homenaje a Domingo Pérez Minik, uno de los principales intelectuales e impulsor de las letras canarias

La Fundación CajaCanarias ha presentado el homenaje a Domingo Pérez Minik, uno de los principales intelectuales e impulsor de las letras canarias / Fundación CajaCanarias

Le pregunté a Nùria Espert, la actriz, su amiga, poco después de la muerte de Domingo Pérez Minik, qué definición podía abarcar a este personaje universal de Tenerife, dedicado a la literatura como si fuera un alimento. Y me dijo la intérprete teatral más sólida de la reciente historia del escenario nacional: “Domingo fue una luz en la isla”.

Cuando murió, en 1989, tenía 86 años; fue un autodidacta que se hizo leyendo, vivió gracias a que sabía francés y podía enseñarlo, y trabajó también en la administración de una gasolinera, entre otros empleos que complementó con las colaboraciones literarias que le llegaron desde la península y desde el extranjero. Entre otros medios, colaboró en Ínsula, donde escribió de novela extranjera, y en La Nación de Buenos Aires, teniendo a su lado a gente como Bioy Casares o Jorge Luis Borges.

Fue una luz en la isla, verdaderamente. Jamás dejó su territorio natal, al contrario, profundizó en él para entenderlo, para saber hasta qué punto una isla es también un continente si eres capaz de juntar lo que significa el asilamiento cuando lo combinas con el universo que se contempla desde la punta del muelle. Aquí recibió a gente como Andrè Breton o Bertrand Russell, el primero como pope del surrealismo de los años treinta del siglo XX, y al segundo como turista en la isla, por las mismas fechas, cuando el mundo estaba a punto de recibir el embate del fascismo.

La versión española de ese fascismo, el de Franco, lo metió en la cárcel, como a otros compañeros suyos de Gaceta de Arte, la revista del surrealismo que aquí dirigió su amigo Eduardo Westerdahl. Amigos, poetas y escritores, muchos compañeros de ideas (él fue socialista hasta la muerte) fueron asesinados de manera vil por un régimen que nació en la isla, precisamente, pues Franco partió de aquí para iniciar el desmantelamiento de la libertad republicana en España. Ese episodio devastador de su generación y del futuro lo dejó, decía él, “al rojo vivo”, y lo llamó a un compromiso civil, y cultural, que ayudó a la isla, a las islas, a buscar en la metáfora y en la dignidad dos bastiones de su esperanza de vivir.

Recibió aquí a muchos extranjeros felices de encontrarlo, los retrató en reportajes literarios que publicó bajo el título Entrada y salida de viajeros, y viajó desde aquí a países, como Inglaterra o Francia, que le dieran señales de lo que para él era la vida: el contacto con el mundo, la búsqueda de islas ajenas, de continentes que nutrieran su ambición de ser del mundo.

Su himno, cuando estaba feliz, era La Marsellesa, y su casa era una biblioteca universal llena de literatura inglesa (traducida o no) y francesa, así como de versiones españolas de extranjeros que atrajo, como a Günter Grass, al conocimiento de los españoles. En aquel libro, Entrada y salida de viajeros, hace crónica de su encuentro, entre muchos otros, con Frederic Dürrenmat, al que descubrió en una taberna insular y entrevistó como el reportero que a veces fue.

Era un hombre universalmente curioso, y de hecho esa expresión, qué curioso, con la que expresaba admiración o intriga, se convirtió en un leitmotiv de su vida. Qué curioso. Ahora se le ha dedicado en Santa Cruz de Tenerife un homenaje a los 120 años de su nacimiento, en 1903, aunque él, coqueto como un muchacho toda la vida, se había declarado de 1905. Organizado por la Fundación Caja Canarias, a cuyo desarrollo cultural ayudó tanto don Domingo, tuvo contribuciones literarias y musicales (era un gran melómano) que atrajeron a un público que, por su edad, no lo conoció, y a otros que pudimos conocerlo bien, a lo largo de su generosa exposición a la amistad.

Por ejemplo, estuvieron sus amigos Andrés Sánchez Robayna y Yolanda Arencibia, catedráticos ambos, Robayna gran poeta también, y ella, entre otras dedicaciones, autora de la más importante biografía de don Benito Pérez Galdós... Desde Argentina habló, para situar a don Domingo en aquella órbita de sus colaboraciones internacionales, Jorge Fernández Díaz. Jorge es, escritor, autor de Mamá, subdirector de Opinión de La Nación… Allí, en el diario argentino, don Domingo presentó su pasión por el descubrimiento literario.

Escribía, contaron, mes a mes, en papeles muy finos para introducir en cartas para enviar por avión procurando que el peso del envío no le resultara más oneroso que lo que le permitía su economía, que siempre fue precaria. Sus relatos de lo que iba acontecimiento en la historia literaria del mundo que se le alcanzaba ha sido materia de numerosos libros de los cuales la editorial de la citada Caja de Ahorros ha hecho media docena de ediciones. No faltó la música para el gran melómano. La música Esther Ropón, que es también fundadora del Observatorio Cultural Domingo Pérez Minik, interpretó a Satie o a Debussy. Era fácil imaginar al maestro dirigiendo él mismo esos movimientos en la sala de su casa.

Leer a don Domingo (como lo siguen llamando muchos de los que lo mantienen como maestro, en la isla y fuera de ella) era aproximarse al mundo entero, cuyas músicas, literarias, teatrales, controlaba desde el centro mismo de aquella casa donde sonaban las músicas ajenas y desde donde administró con sabiduría y generosidad el conocimiento que había adquirido de las distintas artes que acompañaron su pasión por saber.

Don Emilio Lledó, que fue uno de sus grandes amigos, dijo de él: “Encarnaba ese ser humano único, libre de las trampas y las insidias de la trivialidad. Un ser humano al que, muchos ratos, se le debía de hacer imposible jugar el juego sucio de la vida y soportar las solapadas condenas de ese juego sucio…”

Guillermo Cabrera Infante, que fue también su amigo, isleños ambos, él de Cuba, descendiente de tinerfeña, dijo de don Domingo: “En la literatura canaria, Domingo Pérez Minik era un quijote, no sólo de aspecto, sino porque siempre combatía a todos los molinos, pero también atacaba a los gigantes. Era un intelectual de las islas: un hombre que escondía su bondad entre los pliegues de la camisa, que nunca era de once varas, sino que le venía justa…”

“Domingo Pérez Minik”, dijo de él su amigo Rafael Conte, crítico literario de primera, “era un pájaro raro entre todos nosotros, una especie de ave exótica, siempre fino, esbelto y elegante, de una exquisita cortesía”.

En este homenaje que ha recibido Pérez Minik esta última semana en la Fundación de la Caja de Ahorros de Tenerife se puso en escena el estreno de una obra, Los brindis de Pérez Minik, una historia de los momentos culminantes, duros, difíciles o felices, de su vida. Dirigida por Juan José Afonso y escrita por los hermanos Bazo (Los Bazo), tiene como actores a Nurh Jojo, a Joel Hernández y a Juan Díaz. En medio de la emoción que llenó el teatro, este último atrajo a la escena la última emoción pública de don Domingo, cuando Rafael Conte vino a Tenerife a presentar, ante el maestro, la última obra de Pérez Minik, Isla y literatura.

Una vez acabado el acto, en aquel julio de 1989, el autor se levantó de su asiento, se dirigió al estrado y, con las dificultades que marcaron sus últimos años de vida, pronunció el que sería su último discurso público, civil y apasionado, como un abrazo de despedida a la isla en la que fue luz universal, apasionada. El actor interpretó el mismo discurso, y ante el auditorio añadió, mirando al público que ya aplaudía: “¡¡Qué curioso!!”

Fue la manera de subrayar la curiosidad abierta de un intelectual que estuvo en la orilla de la isla y más allá. Curioso era él, y qué curioso