Opinión | GUERRA EN UCRANIA

Ucrania, la escalada que no cesa

La explosión en la presa de Nueva Kajovka aleja cualquier perspectiva razonable de alto el fuego

La destrucción de la presa agrava el drama humanitario en el ya muy castigado sur de Ucrania.

La destrucción de la presa agrava el drama humanitario en el ya muy castigado sur de Ucrania.

La barbaridad de la guerra en su máxima expresión suma un nuevo capítulo con la explosión registrada en la presa de Nueva Kajovka, ocupada por Rusia al principio de la invasión de Ucrania. La explosión en la sala de máquinas de la central hidroeléctrica ha causado daños irreparables a la infraestructura, amenaza con inundar una amplia zona donde viven unas 16.000 personas y puede afectar el suministro de agua en la península de Crimea, que bebe la procedente del río Dniéper, y en la central nuclear de Zaporiya, que la necesita para su circuito de refrigeración. Aunque los enemigos han intercambiado las acusaciones de rigor acerca de la responsabilidad de la explosión, son tres los datos que deben tenerse en cuenta: el Ejército ruso minó la instalación después de ocuparla, la inundación en curso dificulta la contraofensiva ucraniana -todo indica que ha empezado- y, en consecuencia, es poco probable que una operación de comandos ucranianos esté detrás del desastre.

La primera consecuencia de un episodio como el de Nueva Kajovka es el alejamiento de cualquier perspectiva razonable de alto el fuego. No solo porque en la guerra del péndulo de los últimos meses ninguna de las dos partes se siente en una posición de fuerza para aceptar una negociación, sino porque las gestiones a la luz del día -la mediación vaticana- y las no publicitadas que pueda haber se deshinchan sin remedio. Si, como se ocupa de difundir Kiev, su ejército recupera posiciones en Bajmut, es impensable que se pliegue a algún tipo de componenda en el medio plazo. Si Rusia resiste la contraofensiva ucraniana, es asimismo impensable que admita la intromisión de terceros para parar la guerra. A ese damero maldito hay que añadir la reunión que la Comunidad Política Europea celebró la semana pasada en Moldavia, encaminada a subrayar el apoyo a Ucrania de Europa más allá de los límites de la UE, y a resaltar el aislamiento de Moscú. Un aislamiento relativo porque Vladímir Putin salió reforzado la semana pasada de la cumbre de los BRICS, donde se puso de manifiesto la determinación de Brasil, India, China y Sudáfrica de alejarse de la estrategia occidental -diseñada por la OTAN- de apoyo material a Ucrania, cerco a Rusia y sanciones económicas. Un movimiento que debilita la posición de quienes en Europa, con más o menos convicción, creyeron que el plan de doce puntos expuesto por China el pasado 24 de febrero podía ser un punto de partida para desatascar la crisis.

Nada indica que el proceso de escalada vaya a detenerse de manera inmediata. La multiplicación de acciones ucranianas en la región de Bélgorod en Rusia, de origen incierto e intensidad suficiente para alarmar a las autoridades, la entrada en acción de los tanques Leopard, la futura incorporación a la batalla de los F-16 y la multiplicación de ataques rusos contra enclaves sin valor estratégico alguno delimitan el peor de los escenarios posibles. Sigue vigente y acrecentado el riesgo de un agravamiento, incluso antes de que en julio se celebre la cumbre de la OTAN en Vilna, si gana terreno en el seno de la Alianza la opinión de cuantos creen que hay que dar a Ucrania "garantías de seguridad vinculantes" para impedir a Rusia que cante victoria, un planteamiento que desborda todas las previsiones.