Opinión | EL RUIDO Y LA FURIA

El derecho a la tristeza

En esta época en la que todo es impostura, filtro de retoque y apariencia, si alguien se manifiesta triste empiezan a caerle palos

Alejandro Sanz.

Alejandro Sanz. / CÉSAR R. DOMÍNGUEZ

Cuando murió la mujer que le había acompañado toda la vida, mi maestro se sumió en una honda, casi inexpugnable tristeza. Fui a verle una tarde para compartir con él la soledad y, por primera vez en mi vida, un dry Martini mientras desde su terraza mirábamos el Mediterráneo. Yo no aspiraba a darle ningún aliento, nunca he sido un gran consuelo para nadie, pero allí estaba, contemplando a su lado el azul y dejando que el silencio hablase. Mi maestro solo lo rompió para decirme "tenía el don de la alegría". Ahí supe que la alegría era eso, un don. Algún tiempo después, en un librito ya casi olvidado, dije de ella que era "una diosa que reparte sus dones caprichosamente. Se la percibe más entre quienes tienen poco, pues huye de la abundancia y sus preocupaciones. Quienes vienen al mundo benditos por ella no necesitan más que la generosidad de dar". Pero olvidé decir que, como todos los dones, es infrecuente.

Sin embargo, en esta época en la que todo es impostura, filtro de retoque y apariencia, la alegría parece que lo desborda todo y, de pronto, si alguien se manifiesta triste empiezan a caerle palos. No es raro que a mí me acusen de tristeza. En lo que digo y en cómo lo digo. Yo suelo defenderme confesando que es cierto, que tuve siempre una natural tendencia a la melancolía pero que nunca prometí ser la alegría de la huerta, acaso sea porque muy temprano supe por Hermann Hesse que "cuando un hombre está muy triste, no porque tenga dolor de muelas o haya perdido dinero, sino porque alguna vez por un momento se da cuenta de cómo es todo, cómo es la vida y está justamente triste; entonces se parece siempre un poco a un animal: tiene un aspecto de tristeza, pero es más justo y más bello que nunca".

En estos días, Alejandro Sanz ha dicho que estaba "triste y cansado" y ha generado mucha inquietud y preocupación entre sus seguidores, que se cuentan por millones. También ha habido quien no ha entendido cómo alguien con fama, riqueza y éxito profesional, es decir, todo eso a lo que se supone que aspira todo el mundo, puede estar triste. Y sin embargo…

Es posible que no haya nada de malo en estar a veces triste. La tristeza (no hablo de esa enfermedad que llamamos ‘depresión’ y que es eso exactamente, una enfermedad grave que debe ser tratada) no es un pecado. Los clásicos la llamaban ‘melancolía’, que literalmente significa ‘humor negro’. Acaso nos sirva a veces para darnos cuenta de nuestra verdadera situación en el mundo y en la vida, en nuestra propia vida. La diosa de la alegría suele ser embriagadora, pero tal vez también la melancolía sea de estirpe divina y haya llegado el momento de reivindicar el derecho de encenderle de tanto en tanto una vela sin ser por ello reo de herejía.