Opinión | LA RÚBRICA

El ajedrez de las ovejas

Vivimos como si el azar fuera el dueño de nuestros designios

Pedro Sánchez en el Congreso de los Diputados.

Pedro Sánchez en el Congreso de los Diputados. / José Luis Roca

La existencia es un ajedrez en el que nos movemos lanzando órdagos de mus, faroles de póquer y complicidad de guiñote. Unos nacen de peones, otros apuestan lo que no es suyo y hay quienes llegan arrastrados a la timba final. Al término de la partida todas las figuras se disuelven en la nada de la baraja universal y llegan otros jugadores dispuestos a jugarse la vida.

Vivimos como si el azar fuera el dueño de nuestros designios. En cambio, nos cuesta tomar la determinación para fijar el rumbo del horizonte personal. Sorteamos cada día con una táctica de supervivencia que dirige la rutina. Pero huimos de planificar los eslabones de las decisiones. Es el comportamiento más cómodo para los que quieren marcarnos el camino. Sin embargo, si tomamos la iniciativa con una estrategia racional y consecuente con los propios valores, se fortalece nuestra personalidad. La honestidad en libertad dignifica lo individual y lo social, a partes iguales.

Los grupos humanos son estructuras que se agrupan en función de intereses u objetivos comunes. Trabajamos para comer, aunque los dueños de la especulación sólo ganan dinero para enriquecerse. También hay currantes que evitan el desgaste depositando esa responsabilidad en el compañero que va a cobrar lo mismo, esforzándose el doble. En la comunidad de vecinos se organizan auténticos ejércitos de escalera para hacerse con el poder del edificio. Las religiones pugnan por sus fieles y masacran a los infieles. Las familias tienen sus escaramuzas de intereses que se mueven entre guerrillas y tratados de paz. La amistad es idílica mientras nadie se rebele contra el liderazgo del grupo.

Las empresas muestran sus productos en el bazar frente a la amenaza rival. Las personas y colectivos, de todo tipo, defienden sus proyectos e ideas, en concurrencia con otros igual de legítimos pero diferentes. Todos optan a ser los mejores. Y aunque la calidad no se lleva bien con la cantidad, la única forma de saber si nuestro género es bien acogido por los demás es medir su demanda de mercado.

Aunque nuestra compañía tenga un magnífico género, la competencia es terrible. Si no pueden mejorar la realidad de lo que producimos, por mucho que beneficie a los clientes, sufriremos el juego sucio, el descrédito o los bulos que intentarán pervertir la confianza de los consumidores. Los charlatanes del odio usan el envoltorio de supositorio. Se aprovechan de una satisfacción generalizada que adormece al público. Éste considera que la excelencia es natural y no cuesta esfuerzo. Existe el riesgo de que si lo importante está bien resuelto, para la mayoría, los ciudadanos tomen decisiones en función de lo accesorio.

Al final, si no se adquiere lo que ofrecemos, tenemos un problema. Como solución, la psicología de las organizaciones aporta una estrategia para mejorar los resultados del grupo. La clave proviene del ajedrez. El juego más inteligente. O la inteligencia más lúdica.

Wilhelm Steinitz fue, en 1886, el primer campeón mundial de ajedrez. Este austriaco descubrió los principios estratégicos en los que se basa el moderno juego posicional de este deporte. Elaboró una serie de leyes que son tan actuales como aplicables a diferentes ámbitos. El secreto es mantener la iniciativa porque sólo quien ataca gana al ajedrez.

Cierto que el que se defiende también puede ganar. Pero esto ocurre, exclusivamente, si el que ataca falla o pierde por tiempo. La primera ley dice que el derecho a atacar pertenece a quien va por delante y desarrolla un juego activo. Es decir, quien posee la ventaja no sólo tiene el derecho de atacar, sino que tiene la obligación, ya que de lo contrario podría perderla. La segunda ley dice que defenderse está bien, pero hay que buscar oportunidades para crear un "contrajuego" propio.

El tercer postulado recomienda que, en posiciones igualadas, se maniobre para encontrar algún desequilibrio a favor. Y el cuarto señala que, cuando se enfrentan dos jugadores del mismo nivel, su actividad irá dirigida a la acumulación de pequeñas ventajas, para transformarlas en beneficios permanentes. Con estas normas ¿dónde debemos atacar al rival? En el punto más débil. Como dijo el dramaturgo irlandés Bernard Shaw: "¿Por qué atacar a un león cuando hay un campo lleno de ovejas?".

Me disculparán que cambie de tema. Andaba absorto, preparando el artículo de esta semana, y me acabo de enterar de que Pedro Sánchez ha tomado la iniciativa de adelantar las elecciones generales a julio. Tengo que pensar en escribir algo.