Opinión | ANÁLISIS POLÍTICO

Gestionar la periferia nacionalista

Quien gobierne después del 28J tendrá que derrochar flexibilidad y sensibilidad con unos territorios singulares

Arnaldo Otegi.

Arnaldo Otegi. / Unanue

Una de las contrariedades que tuvo que afrontar la segunda República española fue la reivindicación soberanista de los nacionalismos periféricos.

Poco antes de que la Comisión Constitucional presentara su proyecto de Constitución republicana, el presidente de la Generalitat, Francesc Macià, uno delos fundadores de ERC, presentaba el Estatuto de Nuria, ya refrendado el 6 de agosto por los catalanes. Aquel Estatuto presuponía un estado federal al que se acoplaría Cataluña, pero los constituyentes optaron por delimitar, en palabras de Azaña, un “Estado integral”. En el párrafo tercero del artículo 1 se decía: “La República constituye un Estado integral, compatible con la autonomía de los municipios y de las regiones”. Las Cortes rechazaron en cambio el Estatuto vasco de Estella porque la izquierda desechó su carácter “clerical ultramontano”. El segundo estatuto de Euskadi presentado a las Cortes ya llegó a su tramitación en 1936, tras el golpe de Estado.

En el régimen del 78, la cohesión territorial se enfocó como es bien conocido a través del llamado estado de las autonomías. Pero los propios hechos demuestran que una falta de sensibilidad hacia las nacionalidades históricas puede terminar produciendo conflictos graves, capaces de poner en riesgo la estabilidad del Estado. El disparate del 1-O de 2017 es solo responsabilidad de sus promotores, pero no se hubiera llegado a aquella crisis si Madrid hubiera actuado con mayor delicadeza. De momento, la política de apaciguamiento ha dado resultado, el Principado se ha aplacado y en las elecciones municipales el bloque constitucionalista, encabezado por PSC el (que ha ganado las municipales) y los Comunes, ha ganado con el 55,55% de los votos al soberanista, formado por ERC, Junts y la CUP.

En Euskadi, el ascenso de Bildu ha sido el fenómeno más reseñable de las elecciones, debido en parte al papel desempeñado por este grupo en el Estado y en parte, probablemente, a la presión de la derecha (PP y Vox) a última hora. En las municipales de Euskadi, Bildu ocupa el segundo lugar (29,74%), por detrás del PNV (32,27%) y por delante del PSE (16,50%). Y en Navarra ha quedado en segundo lugar, tras UPN, y con el mayor número de municipios, 345.

El ascenso de Bildu en Euskadi, en su pretensión con rivalizar con el PNV en el dominio del espacio nacionalista, podría suponer un riesgo para la estabilidad del Estado si un Bildu regenerado y respetuoso con las víctimas (todavía falta el gesto final de arrepentimiento) no fuera admitido al concierto democrático. Eso significa que quien gobierne después del 28J tendrá que derrochar flexibilidad y sensibilidad con unos territorios singulares que son eslabones indispensables de la España profunda pero que mantienen un largo memorial de agravios a sus espaldas.