Opinión | ARENAS MOVEDIZAS

El precio del gazpacho

Lo que fue uno de los platos más económicos y populares de la dieta mediterránea se está convirtiendo en un producto gourmet

El gazpacho es un plato perfecto para superar los días calurosos.

El gazpacho es un plato perfecto para superar los días calurosos. / ShutterStock

Pedro Sánchez ha convocado elecciones en plena temporada del gazpacho, esa maravilla de la gastronomía andaluza tan sencilla de elaborar que se ejecuta con maestría en cualquier rincón de España a poco que los ingredientes reúnan la calidad óptima. La receta del gazpacho es bien sencilla y de todos conocida. Hasta hace muy poco, además, democratizaba el menú veraniego porque era barato ponerlo en la mesa, hasta que trataron de convencernos de que el asedio de Járkov y otras ciudades de Ucrania es la primera causa del elevado precio de los ingredientes y dejamos de hacerlo en casa porque resulta más económico comprar el pack en el supermercado. "Me ha dado hasta vergüenza vender pimientos", reconocía días atrás un mercadero a un diario. 

Lo que fue uno de los platos más económicos y populares de la dieta mediterránea se está convirtiendo en un producto gourmet, como tantas otras cosas con que la inflación se encarga de sacar del mercado a una parte de los consumidores. A los precios actuales, un gazpacho para una familia elaborado a la manera tradicional acarrea un coste medio de 3,4 euros. El litro envasado sale entre 2,60 y 2,40 euros en los supermercados más populares. A 3,50 si nos decidimos por el que se publicita como fresco o casero o a 4,50 si nos decantamos por algunos de los que incluyen aceite de oliva virgen extra. La receta del gazpacho ha subido entre un 12 y un 14% en el último año. 

En la última campaña eché de menos que apenas se hablara del gazpacho, o si lo prefieren, de la desorbitada subida de los precios del último año. A la vista de que los líderes nacionales optaron por discutir de otros asuntos a contramano de la convocatoria para la que se había citado a los electores, todavía confío en que de aquí al 23 de julio algún candidato centre los debates en cuestiones que afectan a la generalidad de la población. Dirán, y es cierto, que España es el Estado europeo que mejor está controlando la inflación, lo cual resulta solo un consuelo a medias. Le cambiaríamos a pelo la nómina a un señor de Alemania.

Valga el preámbulo para arriesgarme a afirmar que a los españoles quizá no nos interese tanto debatir sobre las listas de Bildu o si el batacazo del partido socialista del 28M va a generar un terremoto interno que derive en otra guerra por el equilibrio de fuerzas en la formación. Qué duda cabe de que son asuntos de calado que dictan el calendario del político, pero no marcan la agenda diaria de la sociedad a partir de la hora a la que nos suena el despertador. Esa agenda es bien distinta. 

Lo que importa es si vamos a poder hacer nuestro propio gazpacho a un precio asequible; si las pensiones podrán subir cada año tanto como lo hacen los precios; si los jóvenes tendrán finalmente la oportunidad de introducirse en el mercado laboral con salarios que no representen una tomadura de pelo; si la brecha de género en las empresas podrá cerrarse algún día; si llegará ese momento soñado en que alquilar o comprar una vivienda no constituya un entelequia; si convertirse en autónomo seguirá pareciendo una aventura de incierto final, por citar apenas un ramillete de lo evidente. Añádase a este otro gazpacho -el electoral y el de la política- el resto de ingredientes esenciales que definen la calidad de vida: la sanidad, la enseñanza, los servicios sociales, la cultura, etcétera. 

Los partidos que van a formar parte del futuro gobierno deben de tener lleno el saco de las promesas, dado que en la última campaña electoral no cuajó casi ninguna de las lanzadas al inicio, disipadas la mayoría entre los antiguos miembros de ETA de la lista de Bildu y la compra de votos sobre la que los dos principales actores de los comicios de julio parece que han dejado de discutir, no fuera qué.

A la vista de los resultados del 28M y que en dos meses se antoja poco probable que descienda la abstención o se produzca un trasvase de votos que determine un vuelco en los resultados de las municipales y autonómicas, los candidatos tienen otra oportunidad para arrumbar debates inertes y asumir como propia la agenda ciudadana. Quizá convenzan a algún indeciso.