Opinión | ELECCIONES

España no se reconoce en el espejo político

Por fortuna, este país no es como aparece en las noticias; por suerte no hay una España del odio, aunque existan personas odiosas

Voto por correo en la Ciudad Autónoma de Melilla

Voto por correo en la Ciudad Autónoma de Melilla / Europa Press

Por fortuna, este país no es como aparece en las noticias. Menos aún en las políticas. Cualquier extranjero que haya desembarcado aquí y siga periódicos y noticiarios de las últimas dos semanas, puede creer que España es un país racista y que los resultados electorales no son de fiar porque se compran votos fácilmente. Pensará que la tensión dialéctica de sus políticos en campaña esconde el riesgo de un enfrentamiento civil. O que todos los jesuitas que se enviaron a Bolivia eran pederastas, como sugiere el Gobierno de La Paz. El caso Vinicius, Valencia, ETA, Bildu y Melilla están en los titulares y en declaraciones desaforadas que varios medios amplifican y generalizan dando una imagen distorsionada de la vida cotidiana. Definitivamente, España no se reconoce en su espejo político, ni en el intento de polarización social que se alimenta desde tribunas electorales, del deporte y autos de la judicatura. Por suerte no hay una España del odio, aunque existan personas odiosas.

Alberto Núñez Feijóo, que es la voz moderada de la derecha, sobre todo porque algunos dirigentes de su partido son dialécticos radicales, dice con razón: “España no es un país racista, pero hay racismo”. Se dejó ver en Mestalla el pasado domingo pero, ni toda la afición valenciana ni esa ciudad, lo son. ETA fue derrotada ya hace doce años; y no solo por Zapatero y Pérez Rubalcaba, sino por todos los Gobiernos anteriores y por la sociedad vasca y la española. Pero ha resucitado el expresidente Aznar para apoyar a los populares que declaran que ETA existe todavía. Bildu cometió la tropelía de meter a cuarenta ex etarras en las listas municipales, algunos con delitos de sangre ya juzgados y prescritos, pero “aún siendo legal, no es decente”, como declaró Pedro Sánchez. Cierto que la ignominiosa operación después se echó atrás, en parte, pero el daño estaba hecho.

En Melilla se detectó un intento de fraude en el voto por correo, pero la Guardia Civil y la Fiscalía lo han desarticulado. Pero no toda Melilla es delictiva. Algunos chuscos imitadores parece que han surgido en algunas pequeñas poblaciones del sureste, o incluso en un pueblo de Zamora, pero se investiga si son denuncias con fundamento y también su posible alcance; ya se sabe por el tamaño de las poblaciones que, aún confirmándose, sería marginal, pero desde luego resulta intolerable y punible. Enlaza el asunto con la leyenda de la utilización del voto por correo entre viejos emigrantes gallegos que viven en el interior de Argentina, asunto que debe resolverse con eficacia y prontitud. Pero a nadie se le ocurriría decir que las mayorías absolutas en Galicia de Manuel Fraga o Núñez Feijóo se sustentaron en esas prácticas. Y, sin embargo, cuando la sospecha afecta a socialistas se ha llegado a manejar la palabra “pucherazo”.

Las elecciones municipales y autonómicas en España están protagonizadas por millones de electores que deberíamos de entrada agradecer a esos cien mil ciudadanos que integran las listas como candidatos, su esfuerzo y su dedicación. La inmensa mayoría no van a cobrar por ello. Y muchos asumirán responsabilidades perdiendo dinero, o dejando pasar oportunidades laborales. La sospecha general que se está fabricando sobre su legitimidad democrática a partir de casos deplorables de intento de rascar votos por correo en alguno de los 8.113 municipios españoles, no puede manchar esa inmensa y generosa movilización del “voluntariado municipal”. Definitivamente, tenemos un país mejor de lo que vemos en el espejo político.