Opinión | POLÍTICA MONETARIA DE LA UNIÓN

El Banco Central Europeo como ancla

Los 25 años de la institución coinciden con la mayor espiral inflacionista de las dos últimas décadas

La presidenta del Banco Central Europeo (BCE), Christine Lagarde.

La presidenta del Banco Central Europeo (BCE), Christine Lagarde. / EFE

El próximo 1 de junio se cumplen 25 años de la creación del Banco Central Europeo (BCE), nacido en Fráncfort en 1998 para allanar la llegada del euro el 1 de enero de 1999. En realidad, lo que se creó fue el sistema formado por el BCE y los bancos centrales de los países de la eurozona encargado de formular la política monetaria de la Unión. Su nacimiento tuvo lugar en una época caracterizada globalmente por una desregulación sistemática de las instituciones financieras, en línea con el liberalismo anglosajon de Margaret Thatcher y Ronald Reagan. Más tarde habríamos de lidiar con la gran crisis financiera y de deuda de 2008, cuando el BCE tan solo tenía encomendada la función de asegurar la estabilidad financiera, es decir, de controlar la inflación, con un poder regulatorio limitado y sin capacidad directa de tomar decisiones basadas en el crecimiento, la productividad o la creación de empleo. Pese a todo, tiene razón la actual presidenta del BCE, Christine Lagarde, cuando afirma que «en un mundo de incertidumbre, el BCE ha sido un ancla de estabilidad». 

No cabe duda de que en momentos muy delicados, como el que se vivió en 2012 en plena tormenta financiera, el BCE sale al rescate de la moneda única. Sucedió con aquella frase pronunciada por el antecesor de Lagarde, Mario Draghi: "El BCE está listo para hacer lo que sea necesario para preservar el euro, y, créanme, será suficiente". La comunidad internacional le creyó y la crisis quedó encauzada. La pandemia de Covid y la guerra desatada por la invasión rusa de Ucrania han vuelto a poner a prueba a la UE, pero esta vez se han aplicado políticas distintas. Se ha renunciado al rigor monetarista y se ha inundado Europa de liquidez para evitar la destrucción del tejido económico y desplegar paraguas sociales. Ahora, un BCE experimentado tiene que acompañar al resto de los grandes bancos centrales en la reducción de una inflación galopante. Su vicepresidente, Luis de Guindos, considera que la inflación general de la eurozona, que repuntó en abril pasado una décima hasta situarse en el 7%, terminará reduciéndose pero ve "preocupante" el elevado nivel de la inflación subyacente -que excluye el efecto de los precios de la energía y los alimentos frescos- y particularmente el aumento de los precios de los servicios. Fue el mensajes que dejó ayer en la comisión de asuntos económicos del Parlamento Europeo donde defendió, al igual que el Ejecutivo comunitario, una retirada de las ayudas por la crisis energética para evitar un aumento de las presiones inflacionistas a medio plazo.

Aunque se ha logrado el objetivo del BCE de salvaguardar el euro, tiene ante sí el reto de garantizar la estabilidad de precios en medio de una espiral inflacionista desconocida en décadas. Tras anunciar el fin de la compra masiva de deuda en diciembre de 2021, el pasado julio adoptó la primera subida de tipos en once años. Con la escalada inflacionista han aflorado nuevamente las dos almas de la institución: los defensores de cumplir el mandato de la estabilidad de precios y los partidarios de una mayor flexibilidad en la interpretación de su misión. Quizás, como ha sugerido Lagarde, conviene acabar la construcción del eurosistema completando la Unión Bancaria, que carece de un Fondo de Garantía de Depósitos.