Opinión | RACISMO EN EL DEPORTE

La absoluta prioridad en el caso Vinicius

Este tipo de comportamientos son absolutamente intolerables y no existe la más mínima posibilidad de proponer algún argumento adversativo.

El jugador del Real Madrid, Vinicius.

El jugador del Real Madrid, Vinicius.

Los insultos racistas que sufrió Vinicius Júnior, delantero del Real Madrid, en el partido contra el Valencia del domingo, solo merecen un comentario: la más indignada repulsa y el apoyo firme y unánime al jugador, no solo desde ámbitos deportivos, sino también desde el conjunto de la sociedad. Este tipo de comportamientos son absolutamente intolerables y no existe la más mínima posibilidad de proponer algún argumento adversativo. Un conocido comentarista deportivo, Alberto Ediogo, criticaba que los campos de fútbol se hayan convertido en "un oasis para la gente maleducada", planteando el problema no solo desde la perspectiva deportiva, sino también desde el punto de vista de una sociedad que, sin ser propiamente racista, sí que permite comportamientos xenófobos en terrenos acotados y relativamente aceptados, hasta tal punto que esta es la primera vez en que, según la resolución de la Comisión Antiviolencia, se clausura por un periodo de tiempo una parte de un estadio, en este caso la Grada Kempes de Mestalla. Por desgracia, la historia de este deporte está repleta de episodios abominables. Tanto en España como en otros países. Algunos de ellos, como el Reino Unido, pusieron coto en su momento a los grupúsculos de aficionados ultras y ahora vigilan con denuedo la extensión de esta misma lacra de racismo en las redes sociales. En nuestro país, casos como los que han sufrido Eto’o, en La Romareda, Wilfred en el Bernabéu, Kameni, a manos de simpatizantes de su propio club, o, sin ir más lejos, Pep Guardiola en su reciente visita al feudo blanco, nos informan de que las situaciones violentas se reproducen y en su práctica totalidad quedan impunes. 

Por eso es importante la reacción ante el caso Vinicius. Y por eso es aún más importante llevar a cabo un análisis general y una reflexión profunda y serena por parte de clubs e instituciones ante la reiterada profusión de este y otros tipos de expresiones de odio. Lo que tampoco tiene cabida es la demagogia. O la inoportuna mezcla con otros asuntos que desenfocan el problema del que hablamos ahora. Comparar a Vinicius con George Floyd, por ejemplo, está fuera de lugar. O igualar los gritos racistas con las pitadas al rey. O utilizar el asunto para que unos dirigentes arremetan contra otros en plena campaña electoral.

El problema es demasiado grave para admitir salidas de tono. Y ya que separamos el insulto y el menosprecio recibidos de las actitudes irresponsables que en ocasiones exhibe este jugador -las conductas desafortunadas en el campo no se combaten con odio desde las gradas, sino con reglas del fútbol- también se debería cuidar que las declaraciones de los que lideran clubes resulten ejemplares en un momento tan delicado. La demanda de Florentino Pérez de impulsar un cambio "en la estructura arbitral del fútbol" en el contexto de exigencia de tolerancia cero a los insultos racistas, cuando lo prioritario es la concienciación social, inevitablemente es entendido por muchos como uso de la polémica en beneficio propio. No es momento de eclipsar la noble lucha por abolir conductas racistas. Tampoco ha ayudado a centrar el objetivo el levantamiento de la sanción a Vinicius (una roja por agresión) en un veredicto insólito del Comité de Competición, después de que el lunes la Federación Española apartara a seis árbitros del VAR. La urgencia es otra.