Opinión | ANÁLISIS

El G-7 refuerza a Ucrania

La guerra está produciendo realineamientos que, bien administrados, podrían facilitar la decantación de un mundo más seguro

Volodímir Zelenski y Joe Biden, en Hiroshima.

Volodímir Zelenski y Joe Biden, en Hiroshima. / EFE

Volodímir Zelenski, sexto presidente de Ucrania desde la independencia del país en 1991, un advenedizo político procedente del mundo audiovisual, en el que se desenvolvió como actor cómico, guionista, director y empresario, ganó sorprendentemente las elecciones presidenciales de 2019 con más del 73 % de los votos en segunda ronda. Su relevancia personal quedó de manifiesto cuando Rusia acentuó su escalada de tensiones sobre la zona oriental, rusófona, del país y sobre todo cuando en febrero de 2022 Putin desencadenó una guerra, una “operación especial” que, según Moscú, no pasaría de ser un paseo militar, y que en la hora actual, después de que el David ucranio ha conseguido frenar al Goliat ruso, avanza hacia una solución negociada que llegará cuando el desgaste ruso, que ya es intenso, resulte insoportable. Ante esta agresión, Zelenski, lejos de ponerse a salvo fuera del país, ha dirigido personalmente la guerra desde las trincheras, al tiempo que llevaba a cabo una frenética labor de diplomacia internacional que le está rindiendo frutos. La pequeña Ucrania ha conseguido acorralar a la gran Rusia en las cancillerías y en las organizaciones internacionales.

El último paso hasta ahora en esta campaña internacional para recabar apoyos y aislar a Rusia ha sido su participación en el G7, que se ha celebrado este fin de semana en Japón. En el viaje a Hiroshima, Zelenski hizo escala en Yeda, Arabia Saudí, donde se celebraba una cumbre de la Liga Árabe, organización que, por la propia geopolítica del próximo Oriente, ha estado diplomáticamente muy cercana a Moscú y que acaba de aprobar la readmisión de Siria. Ahora, la fotografía de Zelenski junto al príncipe heredero Bin Salman, dispuesto a intermediar en la guerra, ha dado la vuelta al mundo. Precisamente, Siria fue uno de los cinco países que votaron el año pasado y este en contra de las resoluciones de condena de la ONU a la invasión de Ucrania, junto con la propia Rusia, Bielorrusia, Corea del Norte y Eritrea.

La cumbre del G7 —EEUU, Canadá, Japón, Reino Unido, Alemania, Italia y Francia— ha invitado en esta ocasión a otros países, particularmente Brasil, la India e Indonesia. Zelenski ha mantenido reuniones bilaterales con los jefes de delegación del G-7 y países invitados, salvo Brasil —Zelenski dijo que “no se dieron pasos” para que la reunión se produjera, y la declaración final se adelantó al sábado para que ayer la atención se concentrara en Ucrania; sin embargo, Brasilia mantiene un plan de paz. También ha sido muy relevante el encuentro del ucranio con el indio Modi, quien mantiene fuertes lazos históricos con Moscú y había intentado mostrar una imposible equidistancia en esta guerra, en la que está beneficiando a Rusia revendiendo de extranjis su petróleo a Occidente.

La pequeña Ucrania ha conseguido acorralar a la gran Rusia en las cancillerías y en las organizaciones internacionales

La cumbre de Hiroshima, concebida para solemnizar nuevas sanciones que ahoguen todavía más la economía rusa, arrancó con un anuncio significativo: Washington está dispuesto a entrenar pilotos ucranios de aviones F-16, como han hecho ya los británicos, los franceses y los alemanes; a cambio, Zelenski garantiza que no se usarán para bombardear Rusia. La presión de los aliados occidentales sobre Rusia no solo no cede sino que se incrementa a pesar de las protestas y amenazas de Moscú, y lanza una señal clara de que de ningún modo dejarán caer a Ucrania. Con todo, esta efectiva diplomacia global pone de manifiesto que el apoyo a Ucrania no debe ser tanto ideológico (el sur global no ha olvidado la infausta guerra de Irak) cuanto basado en los grandes valores del derecho internacional. Más que el triunfo de la democracia sobre el autoritarismo, de lo que se trata es de defender principios incluidos en la Carta de Naciones Unidas como la inviolabilidad territorial de los estados, la inalterabilidad de las fronteras y la soberanía de todos y cada uno de los actores internacionales. En este empeño, el papel de China, India y en cierta medida Brasil es decisivo.

Con respecto a China, el G-7 ha dado pasos para afirmar su posición encaminada a reducir la dependencia estratégica de occidente con respecto al gigante asiático —lo que ha dado en llamarse “la coerción china”—, así como a controlar el flujo de inversiones y exportaciones hacia China que permiten a Pekín aprovecharse de la tecnología occidental. En cualquier caso, el comunicado final de la cumbre solicita a Pekín que presione a Moscú para poner fin al sanguinario conflicto.

Las prisas de Biden por regresar a Washington por los problemas sobre el techo de deuda que podrían paralizar los EEUU han impedido que viajase desde Hiroshima a Sidney, a una reunión del Diálogo de Seguridad Cuatrilateral (Quad), una coalición estratégica de las cuatro principales democracias del Indo-Pacífico (Australia, India, Japón y Estados Unidos) que está ganando profundidad e impulso rápidamente y que pretende contener las pretensiones expansivas chinas en la zona. La guerra de Ucrania está produciendo realineamientos que, bien administrados, podrían facilitar la decantación de un mundo más seguro.