Opinión | EL RUIDO Y LA FURIA

Una hebra de lluvia

Las primeras lluvias de mayo llegan a Málaga.

Las primeras lluvias de mayo llegan a Málaga. / Álex Zea

No recordaba la última vez que vi llover. Me he sentado ante la ventana a mirar cómo cae una leve lluvia de abril en un mayo ya tan avanzado. El tiempo ya no es el tiempo, los meses son otros, extraños, empeñados en contradecir al refranero, en convertirlo en un absurdo.

Empieza uno a sospechar que no habrá ya abriles de las aguas miles, y que cuando los haya el agua será de una tacada, toda de una vez y haciendo estragos, según advierten los expertos, que siempre nos están advirtiendo y nunca les hacemos caso.

Esta vez la voz que clama en el desierto (a eso vamos, a un inmenso desierto en el que todos acabaremos clamando) es Petteri Taalas, jefe de la Organización Meteorológica Mundial, avisándonos de que las temperaturas van a alcanzar “niveles desconocidos” en los próximos años, lo cual tendrá un fuerte impacto en todo lo que llamamos “el mundo”, que es en realidad “nuestro mundo”, algo más pequeño y transitorio, como nos enseñó el otro día Eudald Carbonell en una conferencia que impartió en el Ateneo de Málaga, porque el mundo, el plantea, no va a desaparecer, seguirá viviendo. Los que podemos desaparecer somos nosotros, y será por nuestra culpa.

En definitiva, lo que viene a decir Petteri Taalas es que cada año batiremos el récord de calor, sequía o inundaciones o todos a la vez. Será por este sur que habito y que me habita que, leyendo sus palabras, se me vino a la memoria un viejo chiste que habré contado decenas de veces.

Cuando Dios le dijo a Noé que construyese un arca porque iba a mandar el diluvio universal, Noé le preguntó: “Pero, señor, ¿tanta agua va a haber?”, a lo que Dios le respondió: “Sí, Noé, tendremos olas de dos metros”.

Y Noé, que seguramente era marengo como yo y entendía de mareas y oleajes, le replicó: “Señor, unas cuantas olas de dos metros no son para tanto”, a lo que finalmente Dios respondió de nuevo: “… En Toledo”. Pues a eso vamos, y quizás ya llegamos tarde para evitarlo.

Y mientras me entretuve escribiendo estas cosas, de pronto cesó la lluvia. Ha sido un chispeo, una llovizna, un brevísimo orballo, apenas una hebra de lluvia, pero me ha reconciliado con mi memoria, me ha permitido recordar cómo es, cómo era la lluvia.

Ya he contado muchas, acaso demasiadas veces, aquello de que la lluvia es una cosa que sucede siempre en el pasado. A qué insistir en estas manías mías de la memoria, aunque uno acabe temiendo que sí, que quizás, algún día, haya que ir a un museo para saber qué fue la lluvia.

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