Opinión | EL RUIDO Y LA FURIA

Todas las ciudades

"El centro histórico de mi ciudad, esta ciudad del sur que habito y que me habita, alcanza ya cuotas del cuarenta por ciento de vivienda turística"

Varios transeúntes pasean por delante de una oficina de cambio de moneda en Buenos Aires.

Varios transeúntes pasean por delante de una oficina de cambio de moneda en Buenos Aires. / EFE

Borges decía haber nacido "en otra ciudad que también se llamaba Buenos Aires", para explicar que la ciudad nunca es igual, que siempre muta, que acaso vivimos toda la vida en un mismo lugar que en realidad nunca es el mismo. Lo que no pudo imaginar el viejo fabulador es que todos acabaríamos viviendo en la misma ciudad.

Veníamos maliciándonos que las ciudades, especialmente sus centros históricos, tendían a homologarse, a parecerse tanto que empezaba a ser difícil distinguir unas de otras, hasta que ha llegado la fotógrafa Anastasia Samoylova para demostrar que nuestros temores eran ciertos.

Samoylova expone esa idea en estos días en Barcelona, en el centro de fotografía KBr. Medio centenar de imágenes que quizás sean un juego de espejos reflejando siempre la misma imagen.

Las franquicias de las marcas multinacionales desplazando al comercio tradicional y la obsesión por el modelo arquitectónico del acero y el vidrio, están imponiendo un escenario genérico en las ciudades, acabando con su singularidad. Eso, unido a que los centros históricos se han convertido en el vestíbulo de un gigantesco hotel al haber transformado las que antes eran residencias habituales en apartamentos turísticos, nos dan un paisaje homogéneo, uniforme, indistinguible.

Las ciudades están a punto de ser un ‘no lugar’, meros espacios de tránsito carcomidos por el consumismo y la especulación, sin más seña de identidad que el nombre ("también se llamaba Buenos Aires"), lugares donde la gente del lugar ya no encuentra su sitio.

Ya todo es igual en todas partes, nada nos distingue

El centro histórico de mi ciudad, esta ciudad del sur que habito y que me habita, alcanza ya cuotas del cuarenta por ciento de vivienda turística. Si a eso le sumas los despachos de abogados, arquitectos, consultas de médicos y demás, el resultado es que ya no quedan vecinos, lo cual acaba siendo normal en un sitio donde resulta más fácil comprar una litografía de Picasso que una barra de pan.

La ciudad que camino ya no es mi ciudad, la que fue, la que recorrí cuando niño de la mano de mi padre. Ya no está en esa esquina la fragua aquella donde un gitano cantaba por martinetes atravesándome el alma cuando todavía no sabía qué era aquello. Ni la vieja cafetería donde mi primer café "de máquina", ni el cine donde mi primer beso. Ahora hay en aquellos lugares que solo eran sagrados en mi memoria una hamburguesería idéntica a una de Chicago, una cafetería igual a una de Berlín y un hipermercado que no se diferencia de uno de Badalona.

Ya todo es igual en todas partes, nada nos distingue. Todas las ciudades una única ciudad, fea, inhóspita, homologada, llena de gente que es también la misma que en cualquier otro lugar parados ante el mismo escaparate.