Opinión | POLÍTICA INTERNACIONAL

El astuto balanceo geoestratégico de la Turquía de Erdogan

El líder del partido Justicia y Desarrollo (AKP), socialmente conservador y de ideología islámica, es en efecto un taimado político que lleva ya dos décadas practicando un astuto balanceo entre la OTAN, alianza a la que pertenece, y su enemiga Rusia

Una mujer turca ondea una bandera junto a un inmenso retrato de Erdogan.

Una mujer turca ondea una bandera junto a un inmenso retrato de Erdogan. / Europa Press

El Gobierno turco del cada vez más autocrático Recep Tayyip Erdogan lleva años amenazando, encarcelando o forzando al exilio a disidentes, políticos y periodistas, a los que acusa sin más de terrorismo. Lo cual no impide al país del Bósforo, situado a caballo entre Europa y Asia,  seguir formando parte de la OTAN, alianza militar de países que se ufanan de defender los valores democráticos.

El líder del partido Justicia y Desarrollo (AKP), socialmente conservador y de ideología islámica, es en efecto un taimado político que lleva ya dos décadas practicando un astuto balanceo entre la alianza a la que pertenece y su enemiga Rusia. Erdogan ha sabido en todo momento aprovechar los puntos flacos de unos y otros en beneficio propio y al menos hasta ahora esa cínica estrategia le ha dado resultado.

Las relaciones de su Gobierno con la Rusia de Vladimir Putin son más bien ambiguas: en las guerras civiles de Siria y de Libia, Ankara y Moscú apoyan a distintos partidos, pero Rusia es al mismo tiempo el mayor proveedor energético de Turquía y los gasoductos rusos que se dirigen a Occidente pasan por ese país.

En 2017, para profundo disgusto de Washington y de la OTAN, Ankara compró un sistema de defensa antiaérea de fabricación rusa, el IS-400. Al mismo tiempo, sin embargo, el Gobierno de Erdogan no reconoce la ocupación rusa de Ucrania y vende a este país sus famosos drones Bayrakatar TB2 para su defensa. Turquía aplica además en parte algunas de las sanciones decididas por la OTAN contra la Rusia de Vladimir Putin, lo que no le impide postularse como mediadora entre Kiev y el Kremlin.

En la guerra de Siria, Turquía apostó en un principio, al igual que Washington, por el derrocamiento del presidente, Bashar al-Ásad, y apoyó a los grupos islamistas que luchaban simultáneamente contra el gobierno de Damasco y contra las milicias kurdas. Pero hoy ya no parece tan interesado Erdogan en acabar con el régimen sirio. Su principal objetivo es impedir la creación de un Estado kurdo.

Sus fuerzas armadas bombardean sistemáticamente las regiones del norte de Siria dominadas por los kurdos y en las que, en abierto desafío al derecho internacional, Ankara ha establecido algo así como protectorados. También en su otro país fronterizo, Irak, el ejército turco persigue a los militantes kurdos del Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK), acusado por Ankara de terrorista y proscrito en la propia Turquía.

El Gobierno de Erdogan ha metido también sus narices en Libia, donde apoya a Abdul Hamid Dabaiba, jefe del Gobierno de Acuerdo Nacional, con sede en Trípoli, único reconocido por la “comunidad internacional” mientras que Rusia y Egipto sostienen a su rival militar y político, el general Jalifa Jaftar, autoproclamado jefe del Ejército Nacional Libio.

Al igual que el Gobierno libio de Dabaiba, el de Erdogan pone en tela de juicio las fronteras marítimas de sus principales competidores económicos de la región del Mediterráneo: Grecia, Chipre, Israel y Egipto, y reivindica zonas ricas en hidrocarburos, lo cual presagia futuros conflictos.

Han mejorado, sin embargo, últimamente, sobre todo por motivos económicos, las relaciones de Ankara con el Gobierno de Riad, fuertemente dañadas por el asesinato en octubre de 2018 el consulado de ese país árabe en Estambul del periodista saudí Jamal Khashoggi.

Algo parecido puede decirse de las relaciones con Israel, rotas en 2010 cuando un buque de la armada del Estado judío atacó un buque turco que llevaba víveres a los palestinos de la franja de Gaza, sometida a un durísimo bloqueo por Israel, operación en la que perdieron la vida nueve activistas turcos. Parece, por el contrario, de muy difícil resolución el conflicto greco-turco en torno a Chipre pese a la pertenencia de ambos países a la Alianza Atlántica. 

La isla está separada desde la invasión militar turca en 1974: la parte sur es, como Grecia, miembro de la UE, a diferencia del norte, étnicamente turco, y de la propia Turquía, candidata desde 1999 a entrar en el club europeo sin que nadie en Bruselas parezca demasiado interesado en su ingreso.