Opinión | IA
Columna artificial
Me acongoja pensar que una máquina, un día de estos, mire por la ventana, como hago yo, y trate de escribir una columna que pueda conmover a quien la lea
Ya mismo, dentro de poco, quizás ya esté pasando, esta columna la escribirá un robot, una máquina dotada de inteligencia artificial, con un alma de circuito impreso que acaso algún día acabe preguntándose si tiene alma y dónde está.
Estoy empezando a tener miedo porque gente como Geoffrey Hinton (el llamado ‘padrino de la inteligencia artificial’) o el todopoderoso Elon Musk, han empezado a prevenirnos sobre su propio invento, sobre su potencial peligro para la Humanidad. Y tengo miedo porque todo esto resulta ya imparable, irreversible. Acaso estemos ante la tormenta perfecta que determine nuestro ocaso como especie: un cambio climático, el control del mundo por las máquinas y el continuado proceso de estupidización de la ciudadanía. Y todo ello provocado por nosotros mismos. Era previsible que nada podía terminar con la raza humana excepto la propia raza humana, creadora y autodestructiva a partes iguales.
A estas alturas ya resulta imposible discernir si una noticia, unas imágenes, un audio, son reales o han sido generados por IA. Y calculo, sospecho, intuyo, que tal vez usted que me lee con tanta paciencia, que ha llegado hasta aquí, hasta esta zona media de la columna mientras apura el café, quizás el apresurado desayuno con que arranca su jornada, esté empezando a preguntarse si esto lo ha escrito realmente el tipo barbudo ese de la foto o lo ha generado una máquina, si no estará ante una columna artificial. Y ahora a mí se me coge una angustia terrible en los adjetivos, me tambalea la sintaxis y no encuentro manera de darle una prueba irrefutable de que quien escribe es (más o menos) un ser humano tan desconcertado como usted, un tipo que ha madrugado y ha ido a sus afanes, que ha gastado unos minutos de tiempo, un tiempo que acaso no tiene porque todo es prisa y agenda, en mirar a través de la ventana cómo el sol encendía el mar, como lo teñía de rosa durante unos instantes, la brevedad del milagro, para inmediatamente sumergirse en sus tareas, en despachar el correo, en firmar varios documentos, en encender su particular caldera.
Y me preocupa, me acongoja pensar que una máquina, un día de estos, mire por la ventana, como hago yo, y trate de escribir una columna que pueda conmover a quien la lea, que trate de esconder entre los párrafos algún heptasílabo, algún endecasílabo, que disimuladamente le dé brillo, un compás con acento en la sexta y la décima sílaba, un latido de poema, un leve toque de gracia en lo sórdida que es a veces la prosa mundo. Que se preocupe de contar algo pero contarlo con la necesaria belleza que haga aflorar, quizás, una cómplice sonrisa. Y me da miedo que eso esté pasando ahora. Ya. Siempre.
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