Opinión | CORONACIÓN DE CARLOS III

Los retos de un rey

Carlos III será coronado en un momento crucial para el Reino Unido

El rey Carlos III y la reina consorte Camila.

El rey Carlos III y la reina consorte Camila. / EUROPA PRESS

Mañana se celebra en la Abadía de Westminster la coronación de Carlos III, monarca del Reino Unido y de los catorce reinos de la Commonwealth, una ceremonia arcaica que entroniza formalmente al nuevo jefe del Estado y le inviste con las joyas de la Corona, símbolo del poder material y civil del soberano. El rey es también cabeza de la Iglesia de Inglaterra, potestad que se le otorgará mediante un ritual religioso oficiado por el arzobispo de Canterbury. La comunidad internacional y el pueblo británico asistirán al acto: los reyes de España lo harán en representación de nuestro país. Carlos III será coronado en un momento crucial. Su figura no despierta gran entusiasmo, la institución está en horas bajas y existen retos sociales y territoriales de calado.

El ritual de la coronación, con algunas variantes, tiene su precedente más remoto en el siglo XI, cuando el primer monarca normando, Guillermo I, fue coronado el día en el que se convirtió en rey, el 25 de diciembre de 1066. Con el tiempo, la ceremonia, que tiene carácter festivo, se aplazó hasta la conclusión del luto por el rey fallecido, pero la legalidad es mucho más pragmática: el nuevo rey lo es desde el momento del fallecimiento de su predecesor, conforme a la conocida máxima "¡el rey ha muerto! ¡Viva el rey!". El ceremonial de la coronación, que durará unas dos horas, es de un extraordinario boato a pesar de la simplificación a la que se le ha ido sometiendo en aras de la austeridad. Tanto el rey como los aristócratas y las principales autoridades visten asombrosos uniformes y escenifican un ritual complicado que simboliza la suprema jefatura de la máxima figura institucional que, desde el siglo XVII, antes de la Revolución Francesa, tan solo desempeña un papel simbólico, sin resquicio alguno de poder real.

Walter Bagehot, autor de un libro fundamental, ‘The English Constitution’ (1867), explicó así el carisma que adorna a la monarquía británica: "El misterio es su vida. No debemos dejar que la luz del día desvele su magia". Carlos III, eterno príncipe de Gales, llegó al trono a los 73 años, a la muerte de su madre Isabel II el 8 de septiembre pasado, con una controvertida biografía a sus espaldas y una popularidad muy inferior a la de su progenitora, que encabezó, gestionó y capitalizó el renacimiento y la progresión del Reino Unido tras la Segunda Guerra Mundial. 

En el Reino Unido el reconocimiento de la monarquía como una institución positiva es una tendencia a la baja, según la última encuesta de actitudes sociales del National Centre for Social Research (NatCen). El apoyo social se encuentra en su nivel más bajo desde 1983. Si entonces el 86% de los británicos consideraban que la corona era "muy" o "bastante importante", en 2023 el porcentaje ha caído hasta el 55%. Y destaca el bajo respaldo de los jóvenes: sólo el 12% de los ciudadanos de entre 18 y 34 años la consideran "muy importante".

Aun así, la institución está arraigada en el tejido social, algo que requiere del nuevo monarca un creciente racionalismo y una actitud de servicio que sirva de engrudo en un país multicultural que ha sido, y en cierto modo sigue siendo, metrópolis de un vasto imperio. Es un empeño difícil de cuyo éxito depende la estabilidad de un país que, pese a su deserción histórica del tronco comunitario, es una de las piezas principales del edificio europeo.