Opinión | EL OBSERVATORIO

De las musas al teatro

En el sistema electoral español, para el caso de unos comicios generales, la fragmentación partidista sale cara. Sobre todo, en aquellas provincias que reparten pocos escaños

Yolanda Díaz, vicepresidenta segunda y ministra de Trabajo

Yolanda Díaz, vicepresidenta segunda y ministra de Trabajo / JESUS HELLIN

El próximo domingo 2 de abril la vicepresidenta del Gobierno y ministra de Trabajo y Economía Social, Yolanda Díaz, celebrará en Madrid el acto de cierre del proceso de escucha con la sociedad civil que inició hace ocho meses, en julio de 2002. En el encuentro del próximo domingo se espera que Díaz haga oficial la decisión sobre su candidatura a las próximas elecciones generales bajo las siglas de Sumar, un proyecto con el que aspira a un reto casi superior al de ganar las elecciones: unir a la izquierda. Una condición que no es suficiente para garantizar el éxito electoral, pero que es necesaria para aspirar a lograrlo. En otras palabras, el hecho de ir unidos no asegura el triunfo electoral, pero ir desunidos certifica el fracaso.

En el sistema electoral español, para el caso de unos comicios generales, la fragmentación partidista sale cara. Sobre todo, en aquellas provincias que reparten pocos escaños. Es el caso de 33 de las 52 circunscripciones (50 provincias más las dos Ciudades Autónomas de Ceuta y Melilla) en las que se distribuyen seis o menos escaños. En esas provincias, ocupar la tercera plaza (en el caso de circunscripciones que reparten tres o cuatro escaños) o la cuarta posición (en el caso de las que adjudican cinco o seis) es clave para un partido político porque suele ser la línea que marca la diferencia entre tener o no tener representación.

Pues bien, en 16 de esas 33 provincias (que en conjunto reparten 143 escaños: el 41% de los 350 diputados que conforman actualmente la Cámara Baja) Vox consiguió al menos un diputado en las últimas elecciones generales celebradas en noviembre de 2019. Fueron en Ávila, Guadalajara, Segovia, Zamora (reparten tres escaños), Albacete, Cáceres, León, Salamanca (con cuatro escaños cada una), Cantabria, Ciudad Real, Huelva, Jaén, Valladolid (cinco escaños), Almería, Badajoz y Toledo (con seis escaños).

En estas circunscripciones el partido de Santiago Abascal logró 18 diputados (un diputado en todas las provincias menos en Almería y Toledo donde consiguió dos) y Podemos, ninguno. La formación morada se situó justo por detrás de Vox en la amplia mayoría de estas circunscripciones, si bien a una distancia considerable. De media, la diferencia favorable al partido de extrema derecha fue de algo más de 10 puntos en el conjunto de las 16 circunscripciones. ¿Una distancia amplia? Sin duda. Pero hay que tener en cuenta las tendencias de voto presentes en aquella segunda repetición electoral que supusieron las elecciones del 10 de noviembre de 2019: la de Vox era claramente al alza (de hecho, pasó de los 24 escaños logrados en los comicios de abril de ese mismo año a los 54) al contrario que la de Podemos que, como también le sucedió al PSOE, se vio perjudicado por su incapacidad de acordar un gobierno de coalición de izquierdas en los comicios de abril y se dejó siete diputados en la gatera con la repetición electoral.

Ahora las circunstancias parecen ser otras. Los datos indican que hay en torno a un 20% de votantes de Vox que si se celebraran ahora las elecciones generales de manera inmediata optarían por la papeleta del PP. Es decir, que el reto al que se enfrenta el partido que acaba de presentar una moción de censura no es tanto seguir creciendo como no perder mucho. Ahora bien, esa pérdida de votos puede no suponerle un gran coste electoral en número de escaños a Vox si no tiene un competidor con la suficiente fuerza para disputarle esos 18 diputados. Y es aquí donde entra la condición de necesidad de evitar la fragmentación por parte de las fuerzas políticas situadas a la izquierda del PSOE.

En el Barómetro de marzo del CIS se observaba una notable caída de la fidelidad de voto de Unidas Podemos de 20 puntos con respecto al mes anterior: del 66% al 46%. El destino de la mayoría de esos apoyos ha sido hacia la categoría «otros partidos»: esta transferencia pasó del 3,6% en febrero al 17,6% en marzo. También, por cierto, la transferencia del PSOE a "otros partidos" se ha multiplicado casi por siete en este tiempo: del 0,5% al 3,3%. Sin tener la plena certeza, -pero sí datos de otros estudios- todo parece indicar que bajo esa etiqueta se agrupan las menciones al proyecto Sumar. Esto supondría que, en estos momentos y en las circunstancias actuales, Sumar podría tener el apoyo de unos 700.000 electores que le podrían reportar tres escaños.

A estos datos se les puede añadir otros como que Yolanda Díaz es la líder mejor evaluada por el conjunto de los españoles, según los datos del instituto público, y que un 10% la preferiría como presidenta del Gobierno en estos momentos (por delante de Abascal o Inés Arrimadas y a solo cinco puntos de distancia de Alberto Núñez Feijóo). Datos que constituyen una buena base de partida, pero que serían insuficientes para evitar, hoy por hoy, una victoria del bloque de la derecha.

En todo caso, esto son solo números. Es la parte más fácil de la política. En España sabemos que las coaliciones preelectorales, sobre todo las de la izquierda, no han sido muy exitosas en la agregación de votos: la suma de siglas ha supuesto habitualmente una resta de votos. Lo difícil es quién, cuándo y cómo se conforma esa coalición preelectoral. Y para eso hace falta menos estadística y más capacidad estadista