Opinión | EL OBSERVATORIO

Después de la moción

La clave está en la movilización que sea capaz de provocar cada partido de cara a las elecciones, porque la sociedad española ha alcanzado un nivel alto de polarización política

Ramón Tamames, en el escaño de Santiago Abascal, durante la moción de censura

Ramón Tamames, en el escaño de Santiago Abascal, durante la moción de censura / José Luis Roca

La segunda moción de Vox en esta legislatura para derribar al Gobierno ha sumado un solo voto a los de su grupo, saliendo derrotada por una amplia mayoría del Congreso. Pero la votación, por tener un resultado cantado de antemano, es lo que menos importa. La opinión pública dio la espalda a la iniciativa y la sesión parlamentaria deja un mal recuerdo. Los sondeos rápidos hechos a su término reflejan una actitud desdeñosa de los españoles, que consideran en general inútil el intento de Vox. Por otra parte, los encuestados opinan que el trámite ha favorecido más a la coalición de izquierdas y ha perjudicado sobre todo las expectativas del partido promotor. Solo un 5% admite haber cambiado la intención de voto, no sabemos en qué dirección.

Todo el mundo especula con el impacto electoral del evento. Es inevitable y lógico, ya que estamos ante un momento político decisivo. Antes de mirar hacia delante, convendría reflexionar sobre lo ocurrido. El propósito de la moción, según portavoces de Vox, no era otro que adelantar la convocatoria de las generales unos meses, casi tantos como los que se ha demorado el partido en resolver sus dudas y registrarla. La sesión comenzó con Abascal y Pedro Sánchez, que consumieron tres turnos, tan largos que la presidenta concedió un descanso antes de anunciar al candidato.

Los sondeos rápidos hechos a su término reflejan una actitud desdeñosa de los españoles, que consideran en general inútil el intento de Vox

Cuando a media mañana Batet dio la palabra a Tamames, prácticamente estaba todo dicho. El candidato no expuso un programa y demostró que no estaba en condiciones de formar un gobierno. El resto del debate transcurrió como si fuera una rueda de prensa sin preguntas. Los portavoces soltaron un discurso tras otro en un diálogo de besugos. Lo más destacado fueron las alusiones de socialistas y voxistas al ausente Feijóo y el inesperado modo en que el portavoz del PNV atacó a Tamames, inmovilizado por la acritud de las réplicas. 

Todos lamentaron el espectáculo que estaban dando, calificándolo con el catálogo completo de los adjetivos denigratorios. El presidente del Gobierno lo definió como un fraude constitucional de gran calibre. Fuera del hemiciclo, Feijóo lo tachó de impropio. A algunos les ha hecho acordarse de Valle Inclán. La palabra más utilizada para referirse al hecho ha sido la de esperpento. Lo cierto es que fue así, un verdadero despropósito.

Los nacionalistas de ERC y el PNV habían recomendado no acudir a la cita, pero al final todos estuvieron allí. Únicamente Ferrán Bel, portavoz del PDeCAT, actuó en consecuencia con una intervención de cortesía. Vox ha presentado una moción frívola, pero la responsabilidad de lo sucedido en el debate corresponde a la presidenta del Congreso, que no hizo nada por evitar el desaguisado, y a los portavoces, que aprovecharon la ocasión para fines ajenos a una moción de censura.

La división del voto de izquierdas en tres candidaturas haría menos probable una victoria suya en las urnas

En su descenso, esta semana la política española ha caído un peldaño. Por lo demás, todo sigue igual. El PSOE y el PP están obligados a mantener relaciones con unos socios que son una fuente incesante de problemas. Sánchez tiene la situación más comprometida. La dificultad encontrada por Podemos para hacer una coalición electoral con la plataforma de Yolanda Díaz amenaza seriamente la posibilidad de continuar al frente del Gobierno. La estrategia del líder socialista de marginar al partido morado en favor de Sumar no resuelve la ecuación electoral.

La división del voto de izquierdas en tres candidaturas haría menos probable una victoria suya en las urnas. Por el contrario, el voto de derechas se repartirá entre dos partidos y tenderá a concentrarse en el PP, que recibirá a la mayoría de votantes de Ciudadanos y, vista la reacción al doble fracaso de Vox, a una parte de los que un día lo abandonaron y no ven otra opción para sacar a Pedro Sánchez de La Moncloa. Decidirán los votantes.

La clave está en la movilización que sea capaz de provocar cada partido, porque la sociedad española ha alcanzado un nivel muy alto de polarización política. Entre la izquierda y la derecha se ha levantado un muro. Sánchez insiste en cerrar las puertas a cualquier entendimiento con el PP. Para justificarse, mete a la derecha con la ultraderecha en el mismo saco. ¿Acaso piensa que se puede sostener una gran democracia en España lanzando al PP al averno y a medio país al ostracismo? ¿Por qué le cuesta tanto a Sánchez reconocer al adversario político y colaborar con él en beneficio de todos? Pues esta es la cuestión.