Opinión | EL OBSERVATORIO
Atrapados en azul
Resistirse a recuperar la memoria veraz es un acto de irresponsabilidad: no se trata de reprochar en qué bando estuvieron los tuyos, sino de contar la historia como sucedió
Atrapados en azul era el título de una canción del cantautor Ismael Serrano que me ha venido a la cabeza estos días tras escuchar algunos fragmentos de la esperpéntica moción de censura liderada por la extrema derecha de nuestro país. Una canción escrita hace unos 20 años en un disco dirigido a toda una generación (la mía), y que rendía tributo, de alguna manera, a la generación de nuestros padres.
Un tributo iniciado un poco antes con aquella otra canción Papa cuéntame otra vez entonada por quienes habíamos nacido con el estreno de la democracia, reclamando tener presente la historia de nuestro país. Lo cierto es que la nuestra es una generación que debe mucho a quienes lucharon y murieron por la democracia, también a quienes protagonizaron la transición y nos permitieron nacer y crecer en un país democrático, y socialmente cohesionado. Pero quizás, precisamente por eso y porque lo vivimos con la distancia suficiente, algunos de nosotros hemos venido reclamado con firmeza y necesidad la recuperación de la memoria histórica.
El hecho de que todavía hoy no exista en el Congreso una condena unánime al alzamiento militar del 36, que se pretenda poner en el mismo rasero un golpe estado y la defensa de un gobierno democrático, que se mezclen interesadamente los hechos de la guerra civil con lo sucedido después durante la dictadura o lo que es más grave, que se pretenda impedir a las familias de quienes perdieron la guerra y sufrieron represión durante casi 40 años poder encontrar y honrar a los suyos, es una anomalía democrática.
Hay que asumir nuestra historia con normalidad democrática para que veamos juntos la misma página y así podamos pasarla
Una anomalía difícil de explicar fuera de nuestras fronteras; en Europa, donde encontramos ejemplos como Alemania, donde han pedido oficial y reiteradamente disculpas por las atrocidades cometidas durante el nazismo, y donde llevan "años de un trabajo fundamental por la memoria histórica transmitiendo arrepentimiento a las nuevas generaciones, precisamente cuando los últimos supervivientes del nazismo están muriendo y la extrema derecha sube".
Difícil de entender en América Latina donde existen museos que honran a las víctimas y leyes que han permitido juzgar y condenar a quienes como en Argentina asesinaron y torturaron durante la dictadura.
Es difícil de explicar, por supuesto, en España, especialmente ante las generaciones a las que se les ha hablado poco de la historia reciente, pero se les ha dicho al mismo tiempo que hay que defender, por encima de todo, la libertad y la democracia porque no es un bien asegurado. Insistir en eludir el pasado y resistirse a recuperar la memoria veraz y colectiva es un acto de irresponsabilidad y de miopía.
No se trata de preguntar y reprochar ahora en qué bando estuvieron los tuyos, no. No se trata de revanchas ni de sentimientos. No se trata de imponer un relato, como hemos escuchado esta semana, más bien al contrario, de desmontar aquel que se ha construido durante décadas, ese que ocultó la verdad y borró de la vida y de la historia a tantas mujeres y hombres, ese que honró durante años a la mitad del país ocultando dolorosamente a la otra mitad.
Se trata de contar la historia como sucedió, de reparar, de aprender del pasado para evitar que pueda volver a suceder en el futuro; se trata de poner los hechos en su sitio y de cerrar las heridas sin curar durante años. Se trata, en definitiva, de asumir nuestra historia con normalidad democrática para que nos asomemos juntos a la misma página, y juntos así podamos pasarla.
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