Opinión | BANCA ESPAÑOLA

Banca, negocio y reputación

El sector financiero español, a pesar de ser uno de los grandes beneficiados de la subida de tipos, está retrasando la remuneración de los depósitos

La presidenta del BCE, Christine Lagarde, seguida del vicepresidente, Luis de Guindos, tras un consejo de gobierno.

La presidenta del BCE, Christine Lagarde, seguida del vicepresidente, Luis de Guindos, tras un consejo de gobierno. / Wolfgang Rattay / Reuters

La banca no goza de buena reputación entre la sociedad. Aunque en los últimos años, el sistema bancario español ha incorporado mejoras en sus prácticas y ha saneado balances y reforzado su solvencia, aún perdura el recuerdo de la crisis y del rescate financiero y, más recientemente, las protestas por el cierre de oficinas y cajeros o la brecha digital que sufren las personas mayores. Todo ello genera un caldo de cultivo de insatisfacción que, en año electoral, alimenta los populismos, simplificando discursos y llevando a conclusiones inexactas. 

Es previsible el malestar ciudadano ante informaciones que hablan del empobrecimiento por el aumento de los precios, especialmente cuando coinciden con los beneficios récord de la banca y de las compañías energéticas. Las grandes compañías buscan la mayor rentabilidad y eso no es en absoluto negativo para la economía de un país. Sin embargo, sin demonizar a las grandes empresas por el mero hecho de serlo se debe tener una visión crítica sobre sus acciones. Sobre todo cuando la alerta viene de un organismo tan poco sospechoso de anticapitalista como el Banco Central Europeo (BCE).  

El BCE tiene interés en fomentar el ahorro para contribuir a rebajar la inflación, su principal preocupación

Primero fue Luis de Guindos, vicepresidente de la autoridad monetaria, quien insinuó que los bancos debían empezar a remunerar ya a los clientes por sus depósitos, en consonancia con la subida de los tipos de interés. La semana pasada ha sido su presidenta, Christine Lagarde, quien en una entrevista apeló a la "sensatez" de las entidades bancarias y animó a los clientes a cambiarse de banco si no les pagaban por sus depósitos. El BCE tiene especial interés en que eso ocurra, porque fomentar el ahorro ayuda a rebajar la inflación, que es su principal preocupación ahora mismo.

De hecho, la mejor retribución al ahorrador debería ser el efecto beneficioso de la subida de los tipos de interés decidida por el BCE. El perjudicial es el encarecimiento de los préstamos, con la subida de las hipotecas como ejemplo más clarificador. Que los ciudadanos solo perciban la parte negativa de la subida de tipos es difícil de entender. Las justificaciones que dan las entidades bancarias cuando se les pregunta por ello -esto es, que durante los casi ocho años en los que los tipos de interés estuvieron a cero o a negativo, estuvieron perdiendo dinero- languidecen cuando se compara su situación a nivel europeo. 

Las estadísticas del BCE reflejan cómo, mientras en otros países ya se remuneran los depósitos, en España incluso se redujo el interés de los nuevos. El sector financiero español es uno de los que más se benefician de la subida de los tipos del BCE, porque mientras que los ha trasladado rápidamente a los créditos, está retrasando lo máximo hacer lo mismo con los depósitos. Es cierto que con el elevado nivel de liquidez de que disponen (la pandemia fomentó el ahorro) no tienen ninguna prisa en hacerlo, pero esa actitud no ayuda nada a mejorar su valoración social. Y les resta credibilidad cuando al mismo tiempo se presentan como víctimas del impuesto temporal sobre los beneficios de la banca, creado justamente para paliar los efectos de la inflación.