Opinión | A VUELA PLUMA

Dadme un punto de apoyo

Una adolescente lee en un libro en su casa, en Barcelona.

Una adolescente lee en un libro en su casa, en Barcelona. / Ferran Nadeu

Las ciudades son rostros. Bucha es un flequillo dorado, una sonrisa enorme y unos ojos vivos. Bucha es la niña que hace mil años pasó un verano en casa. Bucha es hoy el icono de una guerra que no se entiende, una invasión sin agresión previa ni animadversión entre civiles. Bucha es una calle negra salpicada de cadáveres, una bicicleta que llora a su dueño en un bordillo y cuerpos con aspecto de creer que el día de su muerte era otro día cualquiera. Bucha es hoy la incertidumbre de si aquella niña, Lisa, es uno de esos bultos. La muerte no es muerte hasta que tiene rostro.

Hay semanas que uno solo puede declarar su derrota al intentar entender el mundo. Es como si las conexiones que lo sostenían se hubieran borrado. ¿Quién puede explicar el porqué de esta guerra? ¿Es Putin un fascista o un comunista? ¿Por qué a la izquierda (la más izquierda) le cuesta tanto condenar la agresión y busca relatos de escape? ¿He dejado de ser pacifista sin saberlo?

El mundo en el que me construí se ha ido. Probablemente cayó hace mucho y lo que cuesta es adaptarse. La derecha española, la de Feijóo, en ese movimiento pendular entre el centro y el extremo como un botafumeiro, para alcanzar todas las esquinas de la parroquia, agita ahora el pavor a la ley trans, y sucede que uno mira al otro lado de Europa y allí Putin, que saca el polvo a los recuerdos de la vieja URSS, acusa a Occidente de territorio débil entregado a la perversión, la pedofilia y la homosexualidad. La derecha y el supuesto heredero de la revolución del proletariado parecen cercanos en esto de la moralidad y los derechos sexuales. Los sistemas de medición del mundo que conocí ya no sirven. Se puede ser comunista y reaccionario. Quizá es que todo es incertidumbre y descontrol, como dice Leila Guerriero a partir de la física cuántica. Nos hemos quedado sin instrumentos de medir.

¿Quién puede explicar el porqué de esta guerra? ¿Es Putin un fascista o un comunista?

A veces pienso que tanta desorientación juvenil, tantos problemas de salud mental en la adolescencia, son el resultado de la transmisión a ellos de nuestro fracaso con la brújula existencial. La infancia nunca fue fácil. Cualquiera que ha estado en un colegio creo que sabe qué es el acoso, el miedo en los pasillos a un paso mal dado, a la burla y el escarnio. Los instrumentos de agresión psicológica se han multiplicado a través de la tecnología, pero posiblemente lo diferente con la escuela que conocí son los sueños. Nosotros teníamos la puerta abierta a soñar en un mundo mejor, una vida personal más cómoda y un futuro colectivo más próspero. Tengo dudas de que esos sueños sean hoy posibles en las aulas. Quizá lo peor que hemos hecho es transmitir a los que vienen una visión pesimista del futuro. Quizá nos hemos pasado de sinceros al transmitir tanta incertidumbre y descontrol.

Pero lo peor no es transmitir esa herencia, sino construirla. Pienso en esos estudiantes que hacen colas cada semana en las grandes ciudades francesas por una bolsa de alimentos porque no les llega con las becas y sus pequeños sueldos. Pienso en el chico, casi un crío, que pasa todas las noches en el camión de la basura con un saludo y una sonrisa y que hace unas semanas se acercó para pedir diez euros porque no llega a fin de mes. No son las colas juveniles de Francia por unas hortalizas, pero el sustrato es el mismo: carencias e incertidumbre.

En la casa donde me crié no había libros, solo una pila en mi habitación con Los Cinco, El capitán Grant, Las diez mil leguas, Los tres investigadores y algunos mortadelos y zipizapes, y una enciclopedia de construcción en el mueble del comedor. Mi padre pasaba tardes con ella al llegar del trabajo. Sin saber casi leer, cada página era una siglo. Entonces no entendía aquel esfuerzo. Me costó ver que buscaba solo hacer mejor lo que sabía, construir mañana algo mejor que lo hecho hoy. Era su contribución (pequeña) a un mundo mejor. Algo así de simple debería ser la humanidad, aunque parece a menudo que lo hemos olvidado y nos hemos dejado arrastrar por tanta incertidumbre y descontrol. El mundo global será huidizo e inestable, pero necesita asideros de confianza. "Dadme un punto de apoyo y moveré el mundo". Oí mucho esa frase de niño. Ahora la echo en falta.