Opinión | ANÁLISIS

Moción de censura: teatrillo parlamentario

Es aceptable que Tamames ya no sea comunista pero no se entiende bien que se alinee con quienes lo encarcelaron por serlo

Ramón Tamames junto a Santiago Abascal.

Ramón Tamames junto a Santiago Abascal. / VOX

En 1977, cuando la Guerra Fría estaba aún en su apogeo, occidente alcanzaba una nueva era que se caracterizaría por la creciente relevancia de los medios de comunicación, y el ensayista y político francés —radical de izquierdas— Roger-Gérard Schwartzenberg publicaba L´État spectacle, El Estado espectáculo, que apareció aquí con el título El show político. La tesis era esta: “en otros tiempos, la política eran las ideas. Hoy, son las personas. O más bien los personajes. Ya que cada dirigente parece elegir un empleo y desempeñar un papel. Como en el espectáculo. En lo sucesivo, el propio Estado se transforma en empresa de espectáculos, en productor de espectáculo. En lo sucesivo, la política se inclina a la puesta en escena. En lo sucesivo, cada dirigente se exhibe y juega el papel de 'vedette'. Así se realiza la personalización del poder”.

La idea no era nueva: aunque en aquellos años estábamos presos todavía en la galaxia Gutenberg, los medios influían decisivamente en el proceso político. Ya en 1914 Robert de Jouvenel llamó por primera vez ”El cuarto poder” a una parte de La République des camarades. En definitiva, nos encontrábamos al principio de un camino que nos conduciría de Gutenberg a Internet, de la bipolaridad a las nuevas tecnologías de la información y a la globalización.

Infortunadamente, este trayecto ha deteriorado el parlamentarismo. El paso de la confrontación de ideas a la escenificación y la gestualidad debilita como es lógico la política ya que los proyectos que deben movilizar a los partidos son por su propia naturaleza abstractos, de forma que que el intento de reducirlos a la mímica impostada los convierte en estereotipos, en tópicos vacíos. Por eso resulta chocante el teatrillo parlamentario de la moción de censura que la extrema derecha ha organizado, no para intentar el asalto al poder sino con el exclusivo fin propagandístico de convertirse en suceso, de ingresar en el circuito publicitario como si se tratara de una marca de galletas o de chocolate. En octubre de 2020, VOX ya presentó una moción de censura, con Abascal como candidato, y tan solo consiguió los 52 votos propios. Ahora, la representación prevista lleva un artista invitado como primera estrella. Pero el resultado no variará.

Ramón Tamames es un intelectual y político de peso, con una densa biografía a las espaldas, no siempre rectilínea. En su momento, ha justificado su militancia comunista con un argumento solvente: para estar contra Franco, había que aliarse con quienes lo combatían. Muchos antifranquistas hicieron lo mismo, y prueba de ello es que cuando se pudo votar en plena libertad, el PCE obtuvo una representación digna pero menguada. No se le puede, pues, criticar a Tamames su viraje pero sí que no utilice un argumento semejante ahora: para estar con la democracia liberal y parlamentaria, con los sofisticados derechos humanos, para conseguir redimir a los menos favorecidos e integrar a los marginalizados, es necesario combatir a la extrema derecha, que niega además la sana diversidad territorial de España y las políticas de género. Es aceptable que Tamames ya no sea comunista pero no se entiende bien que se alinee con quienes lo encarcelaron por serlo (en otro tiempo anterior, lo hubieran fusilado).

La moción de censura es constructiva en España (conforme al modelo alemán), por lo que el candidato alternativo debe ofrecer un proyecto de gobierno. El diagnostico de situación que al parecer pretende hacer Tamames no es relevante a estos efectos ya que lo que está teóricamente en juego es el mañana y no el ayer. Por eso, ya es seguro que la propuesta de Vox no obtendrá más votos que los propios. La única duda es si el PP volverá a votar en contra o, por sorpresa, decide la abstención, condescendencia que tendría una lectura comprometida.

Sea como sea, quien escribe estas líneas, como la mayoría de quienes asistiremos con curiosidad al espectáculo, tendremos el ánimo dispuesto a presenciar una representación inocua y vacua, que comprometerá sobre todo al PP. Es bien evidente que Feijóo no ve con buenos ojos el modelo de Castilla y León, donde está obligado a soportar las excentricidades y las intemperancias de su socio ultra. Pero hoy parece claro que si el PP tiene tras las próximas elecciones generales opciones de gobernar en el Estado será de la mano de Vox… Y si Feijóo no atrae a su clientela potencial que ha desertado hacia estribor para formar el nuevo populismo, tendrá que resignarse a la conllevancia con Vox o renunciar al poder.

En definitiva, quien se examina verdaderamente en este teatrillo montado por Abascal y los suyos es el Partido Popular. La izquierda ya conoce perfectamente qué opinión tiene Vox del progresismo, y ve con cierto alborozo cómo las estridencias de su adversario inclinan a la «gente de bien» a huir cada vez más precipitadamente de las propuestas autoritarias.