Opinión | PERSONAS MAYORES
Un viejo dentro
La reivindicación de respeto a un sector de la población que cada vez es más marginado por una sociedad que lo considera una rémora empieza a ser habitual
“Dieron su historia/ por nuestra historia/ Dieron su sangre/ por nuestra sangre/ Dieron su gloria/ por nuestra gloria/ Dieron su hambre/ por nuestra hambre/ Dieron sus años,/ dieron sus cuerpos/ para que fuéramos libres/ Lo dieron todo,/ se han hecho abuelos/ y para el mundo/ más invisibles…”
El pasodoble de la comparsa ganadora del primer premio del Concurso Oficial de Agrupaciones Carnavalescas del Carnaval de Cádiz de 2023 no mueve a la risa sino a la reflexión, circunstancia que llevó posiblemente al jurado a elegirla entre todas las canciones presentadas a concurso en el escenario del Teatro Manuel de Falla por las distintas comparsas de la ciudad. La canción supone una crítica festiva del abandono de nuestros viejos por una sociedad capitalista para la que ya no son rentables, al revés: le cuestan dinero, y del que participan algunos gobiernos, a veces con disimulo y a veces sin él. En la canción ganadora del concurso gaditano del Carnaval de este año se cita expresamente, además de a los bancos (“Insensibles a las canas/ ni les miran a la cara,/ con sus libretas/ en plena calle”, dice la letra), a la presidenta de Madrid, Isabel Ayuso, de la que se critica que declarara tres días de luto en la Comunidad que dirige por el fallecimiento de la anterior reina de Inglaterra (“una vieja pirata”) pero no haya declarado ni siquiera uno por los miles de ancianos madrileños muertos durante la pandemia de covid en las residencias de la región. “Ellos no son los que tienen/ lagunas en la memoria” señala la chirigota.
La reivindicación de respeto a un sector de la población que cada vez es más marginado por una sociedad que lo considera una rémora (aunque nadie lo diga públicamente) empieza a ser habitual, prueba evidente de que esa marginación es cada vez más clara a pesar de lo que digan los responsables de ella, que no somos todos. Lo son quienes condenan a los ancianos a quedarse fuera del sistema público con la obligación de comunicarse con la Administración digitalmente sabiendo que son analógicos (incluso analfabetos muchos de ellos) y lo son, por supuesto, esas empresas para las que no son rentables que directamente les expulsan de sus oficinas, como los bancos, pese a que controlen el pago de sus pensiones.
Obligados a depender de sus hijos o nietos - los que los tienen - o de la caridad de los vecinos - los que no -, los viejos del Primer Mundo se han convertido, más que en un estorbo, en una carga de la que hay que prescindir"
Obligados a depender de sus hijos o nietos - los que los tienen - o de la caridad de los vecinos - los que no -, los viejos del Primer Mundo se han convertido, más que en un estorbo, en una carga de la que hay que prescindir, salvo por las empresas que viven de ellos, que no son pocas. Incluso éstas les tratan con desconsideración, pues la paciencia no forma parte precisamente de la economía activa. Y así los pobres ancianos se sienten no solo un estorbo (para sus familias en primer lugar y para los demás después), una rémora a apartar de la vida pública, para la que ya no están capacitados, porque el mundo cambió mientras ellos se hacían mayores. Como dice la canción de la comparsa carnavalera de Cádiz, dieron su historia por nuestra historia, su sangre por nuestra sangre, su hambre por nuestra hambre, pero, ahora que ya son viejos, ven cómo les arrinconamos, les marginamos y hasta olvidamos haciéndolos invisibles. Sin llegar a lo de Esparta, donde los abandonaban al borde de los caminos, porque nuestra cultura nos impide hacerlo, los recluimos en residencias a la mínima de cambio para que dejen de molestar olvidando que todos llegaremos a su edad y viviremos lo mismo que ellos, pues, como termina diciendo la canción de la comparsa gaditana ganadora de este año, “todos llevamos un viejo dentro”.
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