Opinión | ESPEJO DE PAPEL

El editor que 'resucitó' a Albert Camus

Cuando yo era un adolescente en Tenerife descubrí la obra de Camus, sus carnets, sus diarios: 'El extranjero' y 'El revés y el derecho'.

La estantería de una librería, repleta de libros

La estantería de una librería, repleta de libros / Xavier González

Este 8 de febrero, en medio del frío que heló hasta las orillas del mar, murió en Madrid Rafael Martínez Alés, el editor que, en 1993, decidió resucitar la obra de Albert Camus. Era un hombre que parecía hecho para escuchar, y así hizo más de mil amigos, entre ellos autores y otros editores, en una época en la que empezaban a declinar los elementos más humanos del oficio, entre ellos el de la atención a las ideas que te dan los vecinos, los competidores e incluso aquellos que tienes por amigos o próximos.

Esta es una historia que a mí me resultó emocionante y que jamás olvido, porque ni es habitual ni él alardeó jamás de ella, sino que la mantuvo con el orgullo de haberla producido y con la gloria chiquita que todos los editores tienen de haber hecho algo que luego, cuando están vivos, se atribuyen los autores y no aquellos que bullen por hacerlos visibles. En el caso de Albert Camus, al que Rafael 'resucitó' para la historia, las cosas fueron así como sigue.

Estábamos en una bulliciosa sesión literaria, como solía ocurrir, en el Círculo de Bellas Artes de Madrid. Todos los que estábamos allí seguramente teníamos una idea que 'venderle' a cada uno de los otros, pues así sucede en las reuniones de los que nos dedicamos a sugerir libros u otras actividades que tienen que ver con el sector al que yo entonces pertenecía.

Rafael Martínez Alés era un veterano que en ese momento se desempañaba en la editorial más importante de España, entre las que nacieron, y siguieron vivas, tras la larga pandemia que fue la posguerra. La fundó don José Ortega Sporttono, el hijo de Ortega y Gasset, que también fundó para la historia del periodismo el diario El País. Javier Pradera y Jaime Salinas fueron firmas muy potentes de esa aventura, que en ese momento, 1993, proseguía el buen amigo, la persona estupenda, que fue Rafael Martínez Alés.

Cuando yo era un adolescente en Tenerife descubrí la obra de Camus, sus carnets, sus diarios, El extranjero, El revés y el derecho… Me aprendí frases, las usaba en mis propios textos, era como si una explosión norteafricana llegara a mis oídos y ya desde entonces todo lo que venía de Camus fuera lo que tuviera que oír y repetir. Recuerdo que, sobre una mesa que aún conservo en la isla, tenía esos libros, que consultaba y copiaba como si fueran un evangelio de pasión sobre la tierra, el mar y los hombres, su maldad, su compromiso o sus andanzas. Entre esas frases que entonces formaron parte de mi compromiso civil (y hasta ahora) estaba ésta: “El sol que reinó sobre mi infancia me privó de todo resentimiento”. Y en un lugar destacado de mi breviario personal había (y hay) esta otra: “Comprendí entonces que había roto la armonía del día, el silencio excepcional de una playa en la que había sido feliz”.

Con esa última frase, una traducción de José Ángel Valente, me hice adulto, como me hice adulto leyendo El extranjero, a la que esa cita corresponde, quizá la novela más perturbadora y humana que yo haya leído en mi vida, en la época en que leía también a Mika Waltari o a Knut Hamsun. Por razones que las sucesivas épocas de mi vida fueron alimentando me sentí más próximo a Camus que a Jean Paul Sartre, que entonces era 'el otro' en la discordia de los nombres propios de la literatura. Naturalmente, los leí a los dos, pero por razones que se entienden leyéndolo, hasta leyendo La peste, me pareció siempre que Camus servía mejor para ir entendiendo lo que pasaba en nuestras vidas y en el mundo alrededor.

En ese entretanto largo que fueron el fin del franquismo y la transición subsiguiente (periodo impresionante que Podemos u otros desavenidos quisieron sepultar para hacer más incomprensible el periodo actual de nuestras vidas) la figura de Albert Camus se guardó como en un cubo de hielo. Y en ese entonces se me ocurrió escribir, en El País, un artículo que titulé así: Necesidad de Albert Camus. Por esos días en que apareció el artículo se celebró aquella actividad cultural en la que coincidí con el amigo Rafael, editor de Alianza.

Rafael hablaba escuchando. Tenía ese aire de los que son buenos por dentro y también lo son por fuera. La suya fue una larga relación con el mundo al que se dedicaba y en Alianza estaba haciendo lo que un buen editor ha de hacer: prolongar con hechos nuevos las que habían sido grandes ideas de sus antecesores, y entre ellos, como recordó la propia editorial en la hora de su despedida, Rafael tuvo la genial iniciativa de poner en manos de todos los lectores españoles e hispanoamericanos la colección Alianza 100, cien títulos a cien pesetas que hicieron que la literatura le ganara en los quioscos a la solemnidad falsa de los best sellers.

Eso, entre otras muchas iniciativas. Era, pues, un editor, lo que se dice un editor, alguien que no vive sólo de lo que le llevan sino, sobre todo, de lo que inventa. Como allí tenía él la obra de Albert Camus y yo había tenido la ocurrencia de escribir aquel artículo, Necesidad de Albert Camus, le signifiqué la importancia que tendría que Alianza hiciera un gran relanzamiento de la obra que este lector (¡y no solo!) más ha apreciado en toda su vida. Alto, elegante, sus ojos siempre a punto de saltar de emoción o de afecto, me dijo esto tan solo:

--¿Y quién se encarga de la edición?

Como fue tan rápido en su aceptación de la idea, yo me sentí con la necesidad de ser igual, así que le dije, a mi vez, un nombre propio que él aceptó de inmediato y de inmediato puso aquella edición de toda la obra de Camus en marcha. Lo resucitó. Por eso desde hace mucho tiempo, casi treinta años, la hermosa colección que dio de sí la generosidad de Martínez Alés para escuchar ideas ajenas ha estado en las librerías y en las casas, avalada por la firma impar de José María Guelbenzu, que es el nombre que yo le dije de pronto a Rafael, y que hoy daría otra vez en el improbable caso de que se oscurezca de nuevo la presencia de Camus, ahora en las también excelentes manos de Random House.

Rafael Martínez Alés. En aquella despedida emotiva de sus sucesores en Alianza se menciona una de las alegrías que suelen dejar las malas noticias relativas a la ausencia de quienes fueron grandes. “Su legado editorial”, dice la nota, “se mantiene en la familia en especial por parte de su hija Elena Martínez Bavière, prestigiosa editora de ensayo”. Doy fe. Elena es esa continuidad que requieren editores (¡y padres!) como Rafael, atenta y lúcida, que al frente de Taurus (que me parece que yo dirigía cuando me atreví con aquella idea camusiana que me aceptó su padre) está haciendo una labor extraordinaria, entre las cuales se halla la de editar al gran maestro Emilio Lledó, un camus de nuestro tiempo.