Opinión | RELACIONES INTERNACIONALES

Artefactos para la guerra fría

La crisis del globo espía confirma que las relaciones entre Estados Unidos y China se asemejan a un puzle irresoluble

Momento en el cual es derribado el globo chino sobre el océano Atlántico.

Momento en el cual es derribado el globo chino sobre el océano Atlántico. / Reuters

Después del episodio del globo espía chino abatido por Estados Unidos sobre el Atlántico, que al parecer disponía de un dispositivo para interceptar comunicaciones, y de los dos artefactos derribados en el norte de Alaska y de Canadá, cuyas características están por precisar, Pekín y Washington parecen dispuestos a dar la razón a cuantos vislumbran que una nueva guerra fría asoma por el horizonte. Desde que, a mediados del pasado noviembre, se entrevistaron los presidentes Joe Biden y Xi Jinping, la relación entre las dos superpotencias se ha deteriorado en grado sumo con la lucha por la hegemonía en el Pacífico occidental, la rivalidad en el campo de las nuevas tecnologías y la competencia comercial.

El acuerdo militar firmado por Estados Unidos con Filipinas para reforzar el arco de aliados frente a China, que va de Corea del Sur hasta el sudeste asiático, tiene las hechuras de un frente de resistencia a los proyectos expansivos chinos en la región, con la suerte de Taiwán en el centro de la discusión. La ambigüedad de China en la guerra de Ucrania y su disposición a mantener la alianza estratégica con Rusia, al menos en el plano económico, mengua el efecto de las sanciones impuestas a Moscú. El proteccionismo decidido por Joe Biden cierra el paso a las exportaciones chinas al mercado estadounidense y acrecienta la tensión cuando la Casa Blanca suma a una lista negra de empresas seis compañías chinas presuntamente involucradas en la fabricación del globo.

El hecho es que la Administración de Biden no ha desandado ninguno de los pasos dados por Donald Trump, que endurecieron la relación con China y dieron paso a una guerra comercial que sigue vigente. También es un hecho que el presidente chino es el dirigente de su país que acumula más poder desde los tiempos de Mao Zedong y somete a revisión el modelo de desarrollo, crecimiento y seguridad de las últimas décadas. Un programa de cambios que ni siquiera el rebrote de la pandemia a finales del año pasado ha puesto en discusión.

Todos esos factores no hacen más que convertir la crisis en curso en la confirmación de que las relaciones Estados Unidos-China se asemejan a un puzle irresoluble. No porque hasta ahora no fuese permanente la injerencia de las comunidades de inteligencia de los dos países, sino porque tales actividades se daban en zonas de sombra y no pretendían tener la condición de desafío público a la seguridad. De ahí que sume adeptos la teoría según la cual la incursión de ingenios a gran altura sobre Estados Unidos y Canadá tenía por misión demostrar la vulnerabilidad de los sistemas de prevención en Norteamérica, poner en duda su utilidad protectora.

El multilateralismo del siglo XXI funciona peor que la bipolaridad de la Guerra Fría del siglo XX, en seguridad colectiva"

Al cruzar todos esos datos es forzoso llegar a la conclusión de que el multilateralismo en ciernes del siglo XXI funciona considerablemente peor que la bipolaridad de la Guerra Fría del siglo XX, en términos de seguridad colectiva. De momento, abona todas las incertidumbres imaginables y hace posibles más desajustes que acuerdos, pendientes de concretar como están las condiciones mínimas indispensables para que sea un hecho un nuevo modelo de coexistencia pacífica y de equilibrio estratégico a escala planetaria, algo que en el pasado evitó el enfrentamiento directo de las superpotencias.