Opinión | ÓBITO

Saura, antifranquista

El cineasta tuvo la elegancia de morirse el día antes de manchar su biografía con un Goya honorífico, que obliga a preguntar dónde estaba la Academia que concede los galardones durante los 37 años de su existencia

Carlos Saura.

Carlos Saura. / Alba Vigaray

La primera palabra que viene a la mente al hablar de Carlos Saura es antifranquista, la única postura noble en vida del dictador. La conciencia del tirano concede un sabor áspero a las películas del director fallecido, una amargura suplementaria que dificultaba su aceptación para quienes ascendieron a la juventud convencidos de que Franco iba a morirse, y de que el antifranquismo debía enterrarse con el franquismo. Porque quien ama a todo Saura, ni a Saura ama, y la producción en torno a La caza obligaba a suspirar para que la vida no rebosara tanta amargura. Sin embargo, ningún español puede permanecer serio una vida entera, y Mamá cumple cien años deshacía al país solanesco en carcajadas.

Accedimos a Saura cuando ya queríamos algo diferente. De ahí que todavía hoy sorprenda que dirigiera la chispeante ¡Ay, Carmela!, que es en realidad una obra de Berlanga en cuanto escrita por Rafael Azcona. La reivindicación de Andrés Pajares a cargo del autor de Cría cuervos suponía la fusión de la España de Buñuel y de Los bingueros, con toda seguridad una conjunción galáctica a la altura de la transición política. A partir de los años noventa, ningún creador tendría que remitirse a la dictadura como coartada.

Saura siguió siendo antifranquista, pero ya solo como una etiqueta a reseñar en el LinkedIn. En esa etapa produce la serie de películas flamencas alrededor de Antonio Gades que se erigen en sus creaciones más valiosas, para quienes no necesitan apelar al cineasta a la hora de conjurar el franquismo. Carmen o El amor brujo no son solo productos de exportación flamenca garantizada, aunque sintonizan con el estupor que Paco de Lucía confesaba al enfrentarse a un teatro lleno de japoneses.

El cineasta tuvo la elegancia de morirse el día antes de manchar su biografía con un Goya honorífico, que obliga a preguntar dónde estaba la Academia que concede los galardones durante los 37 años de su existencia. Cuando el director aseguraba recientemente que no había creado escuela, resaltaba su singularidad, porque encarnó el único cine de autor dramático que ha tenido en España. A cargo de un aragonés que por fuerza tuvo como modelo de su arte a Goya.