Opinión | AL PASO

Tropa irredenta

Lo específico del modo hispánico de hacer política se ha visto en el asunto de Marruecos con nitidez: ahí hemos comprobado que nadie retrocede ante lo que antiguamente se llamaba razón de Estado

Pedro Sánchez visita el mausoleo del rey Mohamed V de Marruecos, en Rabat.

Pedro Sánchez visita el mausoleo del rey Mohamed V de Marruecos, en Rabat. / EFE

La relación entre UP y el PSOE en el seno del Ejecutivo rompe todas las teorías del gobierno de coalición. No es de extrañar. Sólo los une la falta de unión, decía yo el otro día. Por regla general, un gobierno de coalición deja sus papeles hechos al principio de su andadura y se atiene a la hoja de ruta. Así, las diferencias entre los aliados no son más fuertes tras gobernar juntos que antes de hacerlo. En nuestro caso, no es así. Sea cual sea la hoja de ruta, en el camino se intensifican las diferencias. Lo peor de todo es que la ciudadanía aprecia que en ocasiones estas alcanzan aspectos personales de inquina y desprecio mutuo. Ha sorprendido el tono duro de las representantes de las diferentes líneas feministas, multiplicado hasta lo irreproducible en las redes sociales.

La finalidad es clara. Cuanto más coaligados, más necesitados se sienten de marcar perfil para defender con uñas y dientes la organización propia. No es algo que concierne solo a la izquierda. Sucede en la derecha, como hemos visto con PP y Vox; y no es específico de la cultura castellana, como vemos con Junts y ERC. Es el estilo hispánico de hacer política. Una organización es como un patrimonio y aspira a eternizarse en mayorazgo. Se ve incluso en C’s. Todos se aferran a mantener una organización inviable. La organización concede protagonismo, te hace ser alguien, aunque sea alguien raído, empobrecido, terminal.

Lo específico del modo hispánico de hacer política se ha visto en el asunto de Marruecos con nitidez. Ahí hemos comprobado que nadie retrocede ante lo que antiguamente se llamaba razón de Estado. Así, la parte del gobierno de Podemos se queda en España, hace declaraciones sobre el Sáhara y ofrece una razón más al rey de Marruecos para permanecer donde quiera que esté. Si para erosionar la posición del rival se debilita la posición colectiva, es lo mismo. Si se rompe el Estado, da igual. Es como si erosionar al rival fuera el valor absoluto. La contrapartida es que la autoafirmación de la organización pasa a ser incondicional. Esta mentalidad feroz de bando, incorregible, irredenta, no retrocede. Esto me parece único entre los Estados europeos. Que las diferencias internas de partidos en el gobierno impliquen diferencias irreconciliables en política exterior, en la consideración de los aliados, en la identificación de las afinidades, eso no lo recuerdo en sitio alguno. Y luego nos quieren demostrar que España es un Estado fuerte.

Podríamos justificarlo diciendo que UP no es un partido de Estado. Pero y el PP, ¿tampoco es un partido de Estado? Hay muchas reflexiones que se pueden hacer sobre el cambio de actitud del gobierno español sobre el Sáhara y lamentablemente Sánchez no las ha hecho ni dentro ni fuera del Parlamento. Lo evidente es que, mientras Ceuta y Melilla sean parte de España, Marruecos llevará ventaja en las relaciones entre los dos países. Argelia no tendrá nunca una baza tan poderosa y los pobres saharauis menos. Esa posición estructural es clara. Políticamente, siempre estaremos en inferioridad. Pero no darse cuenta de que, o estamos con Marruecos en posición de debilidad o abandonamos Ceuta y Melilla, me parece que es un ejercicio de miopía o de estupidez. Marruecos se ha entregado a amigos muy poderosos, como Estados Unidos e Israel, y bloqueará toda posición de fuerza que se quiera tomar por parte de España.

Por eso la actitud de González Pons debilitando la posición del Gobierno es peor que la de UP. España tendrá que arrostrar una posición en la que Marruecos siempre tendrá en la mano la carta de la humillación. Culpar a Sánchez de eso es una declaración obtusa. En todo caso, dado que la cuestión es estructural, dará igual quién presida el gobierno español. Que rece Feijóo, si alguna vez pisa la Moncloa, para que lo peor que le haga Marruecos sea someterlo a humillaciones de este tipo. Que recuerde la época de Aznar.

Hay que pensar que Marruecos nos va a debilitar todo lo que pueda y deberíamos alegrarnos si todo lo que puede hacernos es humillarnos. Es más, debemos desprendernos de esa antigua teoría de la razón de Estado que está pendiente de la reputación, el prestigio y la humillación. Quizá sea esa la mirada de un sultán medieval que se hace besar la mano, que sigue considerando a su gabinete como una tropa servil y que no diferencia entre el Estado y su persona. Caer en el lenguaje de la humillación es irresponsable porque supone que tenemos alguna vía alternativa de acción. Pero no la tenemos. Que Marruecos esté en una posición de ventaja ineludible, es consecuencia de nuestra voluntad de mantener Ceuta y Melilla y quien quiera este fin, debería callarse acerca de las humillaciones.

Defender nuestros propios valores debería ser lo adecuado aquí. Nosotros enviamos a Rabat a un gobierno de servidores públicos, no de siervos de un monarca, y aunque no nos gusta que nos quieran vender que gracias a hacer la vista gorda vamos a pelear por suculentos contratos, podemos perdonar a nuestros gobernantes que no sean recibidos por un rey al que no le debemos reverencia, porque la tranquilidad de la frontera de Europa y de nuestros paisanos de Ceuta y Melilla es más importante. Pero lo imperdonable es que, sin hacernos cargo de lo fatídico de esta posición, encima les escupamos en casa a quienes tienen que jugar en ella.