Opinión | ANÁLISIS

Fricciones en la coalición: la construcción de Sumar

Tanto PSOE como UP son conscientes de que se necesitan mutuamente; la pervivencia de la izquierda en el poder dependerá de que se mantenga la coalición actual

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez y la vicepresidenta Yolanda Díaz.

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez y la vicepresidenta Yolanda Díaz. / José Luis Roca

La coalición gubernamental entre el PSOE y UP está llegando al final de la legislatura con un saldo muy relevante de acuerdos, en muchos casos difíciles de obtener pero finalmente conseguidos gracias a la meritoria equidistancia entre la moderación de los socialistas, siempre pendientes de no salirse de los rieles de la Unión Europea, y la radicalidad de sus socios, que con frecuencia postulan reformas y objetivos excéntricos al núcleo de la ortodoxia comunitaria. Este proceso dialéctico ha conseguido un saldo relevante de reformas, si bien algunas de las más complejas se han dejado para el final, como suele suceder en las tareas en equipo.

Y hoy, la mayoría política ha de afrontar aún algunas tareas dificultosas: la inexorable reforma de la ley del 'solo sí es sí', la reforma de la ley mordaza, la ley de vivienda, la ley de bienestar animal, la ley de familias, etc. A los debates internos sobre tales normas hay que añadir los que se generan sobre la marcha, al compás del proceso socioeconómico: la reforma de las hipotecas es un potente motivo de disenso entre los socialistas, que se resisten a intervenir el mercado del crédito, y los de UP, que proponen topar los sobrecostes debidos a la subida del euríbor.

Aunque PSOE y UP hayan acordado una división del trabajo, de manera que determinados asuntos incumben particularmente a cada uno de los dos socios, es evidente que la responsabilidad de los actos del Gobierno es compartida y que los errores cometidos, como en el caso de la ley del 'solo sí es sí', afectan a todo el Ejecutivo. En este asunto concreto, en el que la impericia legislativa ha provocado un verdadero despropósito (una improcedente rebaja de penas de los delincuentes sexuales), pareció que la sociedad gubernamental estaba a punto de saltar por los aires, pero a la hora de la verdad se han encontrado fórmulas de conciliación que reconducen las aguas a su cauce tranquilo, que ha de desembocar en las elecciones generales de finales de año. Como ha quedado claro por las propias palabras de la ministra de Igualdad, lo importante es salvar la coalición.

Como ha quedado claro por las propias palabras de la ministra de Igualdad, lo importante es salvar la coalición

Ciertamente, todo indica que se ha instalado para quedarse un sistema de representación político basado en cuatro actores, el centro-derecha y el centro-izquierda además de una derecha extrema y de una izquierda radical (la irrelevancia de Ciudadanos parece un hecho inexorable). Por ello, si la izquierda aspira a seguir gobernando el país, no tendrá más remedio que mantener la entente entre las dos formaciones de ese signo. Como es lógico, lo mismo habría que decir de las dos formaciones conservadoras, aunque en este caso las características de Vox complican las cosas a la derecha democrática.

Así las cosas, la izquierda situada a babor del PSOE, que no disimula el influjo que sobre ella ejerce su líder moral Pablo Iglesias, está llevando a cabo un difícil equilibrio entre los dos elementos que han de caracterizarla: por una parte, UP ha de acuñar un proyecto propio, claramente diferenciado del socialista pero no incompatible con él. Por otra parte, dada la fragmentación del espacio a sinistra del PSOE, sus miembros han de acertar en la conformación de la oferta política unitaria capaz de materializar esta opción y de darle consistencia electoral. Como se ha visto en Andalucía, la fragmentación de este espacio es letal para él.

La figura de Yolanda Díaz, que encabeza el proyecto expresivamente llamado Sumar, parece haber conseguido cierta unanimidad en su espacio, si bien surgen recelos, ya que Podemos considera de su propiedad la vertebración de ese sector, que antaño vivió una vida lánguida mientras estuvo exclusivamente en manos de Izquierda Unida. Díaz tendrá, pues, que abordar la difícil tarea de aglutinar lo disperso sin frustrar el afán de protagonismo de Unidas Podemos, lo que quizás se lograría mejor mediante una coalición que preservase la personalidad de la organización fundada por Iglesias, así como de los Comunes y otros grupos periféricos, bajo el liderazgo fuerte de la jefa de filas.

Sea como sea, tanto el PSOE como UP son conscientes de que se necesitan mutuamente y de que, con gran probabilidad, la pervivencia de la izquierda en el poder dependerá de que se mantengan de un modo u otro los dos términos de la coalición actual, que a su vez está gobernando gracias al apoyo de las minorías nacionalistas o regionalistas.

En nuestro sistema democrático no existía la cultura de la coalición, ya que las cuatro primeras décadas del desarrollo político español fueron de bipartidismo imperfecto. El entrenamiento ha sido sin embargo fecundo en estos tres años largos en que la izquierda ha logrado no solo un volumen de reformas sin precedentes sino también una gobernabilidad evidenciada por la confección de tres presupuestos generales del Estado consecutivos. El acicate de mantener esta tendencia tendrá que abrirse paso entre los personalismos —el de Pablo Iglesias en primer lugar— que amenacen con frustrar la empresa.