Opinión | LA VENTANA LATINOAMERICANA

Desmedidas expectativas ante la Cumbre de la Celac

Pese a la sintonía política e ideológica, las contradicciones entre los gobiernos progresistas de Latinoamérica son de tal envergadura que impiden respuestas coordinadas

ARGENTINA-BRAZIL/

ARGENTINA-BRAZIL/ / REUTERS/Agustin Marcarian

La VII Cumbre de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (Celac), que tendrá lugar en Buenos Aires el 24 de enero, ha suscitado un gran cúmulo de expectativas, tantas como probablemente no pudo generar ninguna de las citas anteriores. Tras los dolorosos efectos de la pandemia y de los golpes propiciados por la invasión rusa de Ucrania es tal el deseo de tener buenas noticias que la ocasión es adecuada para generarlas. Y ya puestos a ello se agradece si éstas son abundantes, y cuánto más lo sean, mejor todavía.

Son muchos los que esperan un resultado favorable de la Cumbre, tanto dentro de América Latina como fuera de ella. En ambos casos, uno de los factores desencadenantes de tanta esperanza es la reincorporación de Brasil a la Celac bajo la presidencia de Lula, y la especulación de que, por un lado, sabrá no solo reforzar al Mercosur sino también relanzar la integración regional, y, por el otro, será una pieza clave en la nueva etapa que desde Bruselas se quiere dar a la relación birregional entre la UE y América Latina. Predomina la idea de que después de Bolsonaro, el regreso de Brasil al mundo y la recuperación de su condición de “gran jugador internacional” serán prácticamente inmediatos.

Otro elemento que para muchos es un dato que refuerza el optimismo es el llamado “giro a la izquierda” y la coexistencia de un gran número de gobiernos identificados como progresistas. Sin embargo, más allá de la retórica y de las expectativas en danza, habrá que ver qué resultados concretos salen de Buenos Aires y quién estará en condiciones de aprovecharlos. Para comenzar, habría que señalar, pese al regreso de Brasil a la disciplina del bloque, muchos de los obstáculos previamente existentes y que tradicionalmente han impedido profundizar en la coordinación intergubernamental en América Latina siguen presentes, con la misma dinámica y la misma fuerza que en el pasado. Y, dada la magnitud de estas poderosas fuerzas subyacentes, no es posible albergar demasiadas esperanzas en un futuro regional más optimista.

La excesiva ideologización juega en contra de avances pragmáticos en la búsqueda de más y mejor cooperación entre los gobiernos. Así, por ejemplo, Venezuela insiste en crear una intensa alianza antioccidental con Rusia y China a la cabeza, a la que deberían sumarse Argentina, Brasil y Colombia. ¿Cuán serio resulta un planteamiento como éste en plena guerra de Ucrania? Al mismo tiempo, los objetivos de Andrés Manuel López Obrador de reeditar en América Latina una suerte de Unión Europea a la que deberían sumarse Estados Unidos y Canadá no son en absoluto compartidos por sus socios potenciales.

Nicaragua, por su parte, mantiene la candidatura de San Vicente y Granadinas (un activo miembro del ALBA) a la presidencia pro tempore de la Celac. Esto último será una potencial fuente de conflictos con Argentina (que aspira a la reelección) y de una más que probable parálisis en la gestión de la institución, dada la falta de una estructura permanente de gestión y del reducido tamaño del aparato estatal de la joven nación caribeña.

Cada país llega a la Cumbre con su propia carta a los Reyes Magos. Argentina, no se sabe movida por qué pulsión integracionista, sueña con la imposible misión de poner en marcha el “sur”, la moneda regional, o cuanto menos del Mercosur. Uruguay espera que los restantes miembros del Mercosur (Argentina, Brasil y Paraguay) lo autorizan a cerrar con la República Popular China un Tratado de Libre Comercio, al margen del bloque y de las directrices comunitarias.

Pero, más allá de los deseos, la realidad se erige como un valladar bastante infranqueable. Pese a la sintonía política e ideológica, las contradicciones entre los gobiernos progresistas son de tal envergadura que impiden respuestas coordinadas a cualquier ensayo de convergencia. Si a ello le sumamos las dificultades económicas y el malestar político predominante en la región, las trabas son todavía de mayor envergadura.

Así, por ejemplo, el ministro brasileño de Exteriores, Mauro Vieira, apunta que un acuerdo entre Uruguay y China destruiría el Mercosur. O son numerosos los expertos que dudan de la seriedad del anuncio argentino-brasileño para poner en marcha una moneda común, dada la gran improvisación con la que se anunció tal medida, la falta de estudios previos y la profunda crisis, alta inflación incluida, que golpea a la economía argentina.

Como se ha visto en la discusión que ha rodeado la presencia de Nicolás Maduro en la Cumbre, algo que no se despejará hasta último minuto, la ideología sigue estando presente de una manera preponderante. Y, mientras esto siga siendo así, mientras los legítimos intereses nacionales sigan siendo postergados por las afinidades discursivas, será muy difícil, por no decir imposible, avanzar de forma consistente en la integración regional. Tal como ha sido montada la Cumbre de la Celac no deja de ser un brindis al sol, eso sí, con muchas buenas intenciones, pero con la inmensa posibilidad de que la mayoría de ellas descarrile por el camino.