Opinión | EL TRIÁNGULO
No saber perder
Hay gente que no acepta la reglas del juego ni las normas que rigen la convivencia en un sistema democrático
De crías había algo que cuando jugábamos nos molestaba sobremanera y era cuando una de nosotras rompía la reglas del juego por perder a uno de esos juegos de mesa en los que invertíamos tiempo y esfuerzo. Casi siempre eran las mismas dos chicas las que no soportaban perder y o bien cogían los tableros del parchís, la oca o el Cluedo y los tiraban por los aires, o bien estampaban contra el suelo todos los palillos chinos que el resto veíamos esparcirse por el suelo de la habitación con tristeza y desolación. Luego pasaban un par de días y nos pedían volver a jugar y aunque a nosotras nos diera pereza porque sabíamos que si no ganaban todo iba a ir mal, aceptábamos y nos sentábamos en corro alrededor de la mesa baja, nuestras rodillas sobre cojines ásperos y comenzábamos a jugar, hasta que una de ellas tiraba por los aires todos los palillos chinos, que no eran chinos, pero sí muy largos y de delicados colores: los rojos eran los que más puntuaban y ellas jamás pudieran levantar uno de aquellos tan valorados sin mover alguno del resto del grupo, lo que les invitaba a decir que las reglas de aquel juego eran estúpidas y que ellas no las iban a respetar y una vez más todos los palillos acababan esparcidos por el suelo entre mucho griterío tonto que lanzaban para justificar su mala acción.
Salvando las distancias, que son muchas, estos días viendo el asalto a la democracia brasileña por los partidarios de Bolsonaro, recordé que hay gente que no sabe perder y al no saber perder, no acepta la reglas del juego ni las normas que rigen la convivencia en un sistema democrático. Recordé que como en el caso de mis juegos de infancia, las personas que no aceptan haber perdido son siempre las mismas, porque simplemente consideran la verdad un valor propio y todo lo que haga o diga el contrario es mentira y de esa forma las únicas reglas del juego que aceptan son la que dicta su conciencia, que es altamente intolerante y muy mala perdedora. Ver como miles de personas ataviadas con la bandera brasileña tomaban el Congreso por considerar que, habiendo perdido, tendrían que haber ganado, resultaba tosco, pueril y lleno de connotaciones ultraderechistas de quienes no confían en el sistema cuando el sistema no dice lo que ellos quieren escuchar.
Mis amigas también eran un poco así y por eso mi madre un día, harta de sus antojos y enfados, recogió todos los juegos en un armario alto que había en el desván y así terminaron sus protestas. Con los juegos de mesa se puede hacer, la democracia sin embargo nadie debiera cuestionarla ni burlarla.
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