Opinión | INTERNACIONAL

Brasil y el riesgo del bolsonarismo

Una vez más se ha visto la vulnerabilidad de la democracia y la agresividad de la extrema derecha cuando deslegitima la victoria electoral

Manifestantes invaden sede del poder y la Presidencia de la República en Brasil.

Manifestantes invaden sede del poder y la Presidencia de la República en Brasil. / ANDRE BORGES

El poder de contagio del modelo acuñado por Donald Trump quedó plenamente de manifiesto el domingo en Brasilia cuando una multitud de fanáticos seguidores de Jair Bolsonaro asaltó las sedes de los tres poderes del Estado. Como el 6 de enero de 2021 en Washington, la repetición insistente de un discurso deslegitimizador de la victoria electoral de Luiz Inácio Lula da Silva en octubre activó una masa enardecida, que en este caso exigía un golpe militar para llevar a Jair Bolsonaro de vuelta a la presidencia.

A diferencia de lo vivido en EEUU hace dos años, el principal incitador se ha lavado ostensiblemente las manos. También los asaltantes se han beneficiado de la pasividad, cuando no la connivencia, de las dos máximas autoridades del distrito federal: el gobernador y su secretario de Seguridad. Ingredientes propios de un atentado contra las instituciones democráticas cuyos responsables -más allá de los asaltantes detenidos- deberán concretar la justicia y la comisión parlamentaria de investigación que reclaman diferentes partidos. 

Una vez más, se han hecho visibles la vulnerabilidad de la democracia y la agresividad de la extrema derecha cuando cree que las urnas no bastan para garantizar su control de los instrumentos del Estado. Algo especialmente preocupante cuando hablamos de la primera potencia económica de América del Sur y también de un país de desigualdades lacerantes, con una estructura social propicia para que prosperen la demagogia populista y el descontento de élites con todos los resortes del poder en sus manos.

Por la singularidad de Brasil, cuanto allí sucede influye en el resto del continente, que vive una nueva ola de gobiernos progresistas y la incomodidad de sectores económicos acostumbrados a sacar el máximo beneficio de sociedades duales. El magisterio tóxico de Trump ha envalentonado a cuantos ven en la democracia un obstáculo. Pero el Estado de derecho ha resistido con un ejemplo de unidad institucional que ha incluido a representantes destacados del bolsonarismo con una claridad que contrasta con las connivencias del Partido Republicano. Cada embate, no obstante, deja una cicatriz en el sistema.

En el caso de Brasil, condicionará la presidencia de Lula, sin mayoría en el Parlamento, al frente de una alianza variopinta de partidos y con los estados más prósperos gobernados por políticos de la extrema derecha. 

El apoyo de Estados Unidos, las democracias latinoamericanas y la Unión Europea al presidente Lula da Silva es un respaldo necesario para afianzar su inicio de mandato, pero no debe inducir a error: su regreso al puente de mando se produce en un contexto de enfrentamiento social y de arraigo del mensaje ultra inexistentes en los dos mandatos anteriores. Entonces, el júbilo de las victorias no encontró oposición en la calle.

Ahora, frente a las reformas sociales prometidas es una incógnita saber si el bolsonarismo quedará irremisiblemente desautorizado por la bochornosa jornada ante parte de sus mismas bases -y el precedente de EEUU no es esperanzador-, o si seguirá siendo una amenaza de futuro espoleado por un líder que mantuvo hasta el final el apoyo a las acampadas ante los cuarteles.