Opinión | 2023

Ahora que empieza el año

Debemos recordar que es más inteligente tratar de estar mejor preparados para responder a lo que ya sabemos que sucederá, que discutir sobre lo que supuestamente pasará

Cuatro mujeres se hacen un selfie con los fuegos artificiales de fondo en la Real Casa de Correos tras las Campanadas de Fin de Año 2022.

Cuatro mujeres se hacen un selfie con los fuegos artificiales de fondo en la Real Casa de Correos tras las Campanadas de Fin de Año 2022. / Jesús Hellín / Europa Press

"Las primeras Navidades normales en mucho tiempo" es el comentario más escuchado estos días en calles, comercios y crónicas mediáticas de nuestro país. Difícil olvidar que, tras los confinamientos, una ómicron explosiva se colaba el año pasado en los planes de reencuentro de muchas familias, resignadas a pasar las Navidades o despedir y saludar el nuevo año entre cuatro paredes y paracetamol.

Ahora, el covid parece haber desaparecido de buena parte de nuestras conversaciones, apenas queda rastro de las mascarillas, los hospitales y la atención primaria lidian con la falta de recursos, y se enfrentan a otros brotes y patologías, y apenas hay noticias relacionadas en el telediario. 

Son las crónicas internacionales sobre China, que vive la peor ola desde que se inició la pandemia, las que nos mantienen la luz de alerta allá donde empezó todo y nos recuerdan que todavía no hemos llegado al final de la pandemia y que debemos redoblar los esfuerzos para paliar sus consecuencias; fortalecer los sistemas de salud, incluso en aquellos países como el nuestro donde existe una cobertura universal; mejorar las capacidades de preparación y respuesta a nuevas crisis, y una mayor cobertura social para quienes se vieron fuertemente golpeados por las crisis desencadenas por la pandemia y todavía no se han recuperado. 

Lo cierto es que el 2022 ha estado lejos de ser un año "normal", pasará a la historia europea como el año de la vuelta a la inmisericorde resolución bélica de los conflictos tras la invasión de Ucrania por parte de Rusia, por una fuerte ola de inflación global y una profunda crisis energética y de alimentos que mantiene en vilo a todo el planeta. En nuestro país, el 2022 será recordado por ser un año especialmente bronco, porque discutir hemos discutido mucho, como nunca.

Ha sido un año tremendamente polarizado en lo político y agitado en lo económico. Un año que termina con el bloqueo intencionado de las instituciones judiciales y órganos constitucionales, y una crisis institucional a la que el jefe del Estado se refirió en su anual mensaje navideño como grave "erosión de las instituciones", apelando a la responsabilidad y los valores constitucionales.

No se quedó atrás tampoco el mensaje navideño del papa Francisco, alertando sobre "un mundo enfermo de indiferencia" que hay que cambiar.

Ahora que empieza un nuevo año, debemos recordar que el excesivo ruido no nos ha permitido quedarnos con las noticias positivas (aumento de empleo, nuevos derechos y hallazgos científicos, por ejemplo). Conviene también recordar que la incertidumbre nos ha hecho aprender a estas alturas, que predecir lo que vaya a ocurrir en estos próximos 12 meses es cuando menos un ejercicio incierto, y que es más inteligente invertir la energía y las ganas en tratar de estar mejor preparados para responder a lo que ya sabemos que sucederá (cambio climático, por ejemplo) que en derrochar nuestro tiempo discutiendo sobre lo que supuestamente pasará. 

Como reza la canción de Ana Belén y siguiendo el espíritu del reciente urbi et orbe, pidamos todos al 2023, cada uno desde sus convicciones, que no nos haga indiferentes, porque si algo sí podemos intuir, es que este año será también complejo y tendremos que recibirlo con más dosis de compromiso, acción y, a ser posible, unidad