Opinión | EL TRIÁNGULO
Ring, ring
¿Quién no ha estado horas al lado del teléfono fijo esperando una llamada que nunca se produjo?
Los hombres y mujeres de mi generación recordamos cosas como las páginas de las guías telefónicas, grandes tomos en papel que contenían todos los teléfonos de los vecinos y empresas de la ciudad en la que una vivía y que cada mes de enero los carteros repartían, actualizados, en los domicilios de toda España. Desde hace años su utilidad era cuestionada y si bien las páginas amarillas, una de las carpetas del tomo, se siguieron editando hasta 2021, hacía muchos más que en las casas no se recibían.
No recuerdo cuándo fue, supongo que la revolución digital los convirtió en una herramienta inútil y enseguida nos olvidamos de ellos, aunque imagino que todos recordamos hojear aquellas páginas buscando, a través de los largos listados de apellidos, un teléfono al que no teníamos acceso y que desconocíamos por razones muy variadas: aquel chico jamás se fijaría en ti y mucho menos pensaría en darte su teléfono de casa, mamá buscando urgentemente el teléfono de un médico privado del que la vecina le había hablado, porque a ella le habían hablado de él, y que era único resolviendo problemas menstruales, o porque a través de esos enormes listados de personas anónimas elegías números al azar que marcabas para gastar bromas pueriles con voces aniñadas y mensajes aún más pueriles que levantaban la ira al otro lado el auricular.
El teléfono fijo era un básico en nuestra vida cotidiana y colgados a él pasamos horas y horas para el disgusto de los padres
El teléfono fijo era un básico en nuestra vida cotidiana y colgados a él pasamos horas y horas para el disgusto de los padres, que siempre nos achacaban eso de que la próxima factura la íbamos a pagar nosotros, sin darse cuenta de que ellos también pasaban horas y horas colgados al teléfono, pero ellos, repetían, hablaban de cosas importantes y nosotras de tontadas de adolescentes que iban a verse en menos de dos horas; algo de razón tenían. De repente un día despertamos y en nuestras casas se coló el contestador automático que grababa los mensajes cuando no podías coger el teléfono por estar trabajando, ausente, en el baño o durmiendo y en aquellos aparatos se guardan mensajes que son la historia de noticias que cambiaron vidas, las arruinaron o simplemente contribuyeron a hacer de lo cotidiano un momento mágico o trágico.
¿Quién no ha estado horas al lado del teléfono fijo esperando una llamada que nunca se produjo? ¿Quién no ha sostenido las lágrimas del otro a través del auricular esperando que la llamada cesara? ¿Quién no ha sentido vértigo cuando el teléfono sonaba insistentemente y al otro lado nadie lo descolgaba? La historia del teléfono fijo es la historia de esperas, de líneas ocupadas que comunicaban, de mensajes que un día dejaron de ser importantes o se convirtieron en trascendentales y sobre todo era una forma de vivir en libertad que los móviles anularon por completo. Ring Ring…
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