Opinión | LITERATURA

El nombre de María Lejárraga de boca en boca

La reparación histórica que merece la figura de la escritora feminista es incuestionable, y un estupendo documental puede ser la punta de lanza para conseguirlo

Fotograma del documental ’A las mujeres de España’ sobre María Lejárraga

Fotograma del documental ’A las mujeres de España’ sobre María Lejárraga / RTVE

María Lejárraga de boca en boca, en redes sociales, en expectativas de premios - los Premios Forqué, los Feroz, los Goya...- con el nuevo documental sobre su vida. El nombre de la escritora lleva meses de aquí y allá, ahora en la plataforma RTVE Play por unos días. Está viva de alguna manera, más que cuando pisó la España del cambio de siglo, de principios del siglo XX, y eso que pisaba fuerte: fue de las primeras feministas y su ruido en la época fue enorme. 

'A las mujeres de España. María Lejárraga', de Laura Hojman, es una reconstrucción con esmero y mucha pasión de esos sonoros taconeos de mujeres que desafiaron las convenciones y se preguntaron en voz alta por qué cobraban menos que los hombres, por qué no podían tener determinados trabajos, por qué no podían optar a una misma educación. Las primeras sufragistas, las primeras diputadas, las primeras en tanto ya con la república en marcha y luego borradas, enterradas en vida, exiliadas. Convertidas en palabras tabú durante tantos años de dictadura que cuando con la Transición volvieron las mujeres a levantar la voz por sus derechos sentían que venían de la nada, del vacío de un pasado que les habían robado porque la lucha había perdido pie durante generaciones hasta hacerla invisible. Tuvieron que empezar de cero cuando en realidad solo venían de un paréntesis desperdiciado. 

Tengo entre mis manos un libro, 'Lo que yo iba escribiendo', que supone un sentido homenaje a las mujeres de la generación del 98 y que tiene como figura central a la misma María Lejárraga aunque recoge a otras muchas mujeres que no fueron tan maltratadas por el paso del tiempo y la historia como ella. Lejárraga escribió obras de teatro y novelas que llegaron a ser guiones en Hollywood, pero siempre bajo el nombre de su marido en una 'joint venture' que a ella le permitió explorar el mundo cultural de la época como esposa de un gran autor y dar rienda suelta a su talento.

Su identidad, el reconocimiento, no pudo reclamarlo hasta que quedó viuda y de repente atrapada por el engaño de décadas. Esta terrible situación fue detonante para que recuperara, paradójicamente, su voz y nombre en la arena pública, y para convertirse en la pionera del feminismo que desde sus cartas y publicaciones llamó a las mujeres a concienciarse de que podían ser más si querían serlo, y que tenían el poder para cambiar las cosas. 

Las otras madres

La autora de ‘Lo que yo iba escribiendo’, Carmen Estirado, arranca su narración con un texto que trufa de distintas definiciones de la palabra “madre”. Nos apunta que madre es tanto el "nombre que se le da a la matriz en que se desarrolla el feto" como "la mujer a cuyo cargo estaba el gobierno en todo o en parte en una casa de recogimiento". También se llama así a "las heces del mosto, que se sientan al fondo de la tinaja". A la "autora, creadora o fundadora de algo". Y a "la causa de donde proviene todo".

 Lejárraga no era ‘madre’ en el sentido biológico, pero fue madre de muchísimos despertares del movimiento feminista, como lo fueron todas esas mujeres que desde finales del siglo XIX rompieron los esquemas del machismo y los estigmas que las condenaban a estar en casa, que fundaron las primeras asociaciones feministas, que lograron con el tiempo el derecho a voto...y que la historia nos robó como impulsoras, promotoras, madres de otras generaciones que tomaran el relevo. 

La reparación histórica que merece su figura es incuestionable, pero aquí seguimos atascados. ¿Cómo no preguntarse si hubo otros movimientos feministas antes aún, también borrados? Es una responsabilidad moral buscarlos como se buscan restos arqueológicos, huesos que dan pistas de otras transformaciones sociales que luego fueron sepultadas por el tiempo y el polvo, de otras madres en una cadena que se rompió y nunca debió interrumpirse.