Opinión | REDES SOCIALES

El periodismo, entre la democracia y la aristocracia populista

Elon Musk.

Elon Musk.

Desde Twitter, especialmente desde que compró la red, Elon Musk predica “democratizar el periodismo” convirtiendo la plataforma en una “fuente abierta, rápida y de calidad”. Son calificativos del hombre más rico del planeta, según Forbes. El “periodismo ciudadano”, dice, es “la fuente de información más precisa del mundo”. Su primera medida fue despedir a media plantilla y exigir a todo el personal el juramento de vasallaje al nuevo señor feudal de la red, y restituir la cuenta a Donald Trump. Probablemente, en este caso, con el objetivo de atraer a sus seguidores a la red en un momento difícil.

El problema de las grandes redes Twitter, Facebook, WhatsApp, etc. es que son y han sido el campo de cultivo y proliferación de las fake news, los embustes, o noticias falsas. A diferencia de los medios tradicionales no hay una responsabilidad sobre los contenidos difundidos. Cualquiera puede decir lo que le venga en gana, sin contrastar, sea o no verdad, no hay responsabilidad sobre lo que se publica, incluso aunque se reproduzca y se replique decenas de veces, incluso por falsos sujetos —bots—. Esto permite auténticas campañas en contra de tal persona o tal idea o a favor de, sin la menor responsabilidad por parte de la empresa. Tampoco tienen responsabilidad los autores de las falsas noticias o de las injurias. Los algoritmos permiten enviar la correspondiente noticia falsa, al igual que la publicidad, en la que estamos interesados, a las personas más sensibles a esas informaciones compartan, o no, esos puntos de vista, sean los que sean. Este sistema se utilizó en la campaña electoral de Trump —frente a Hillary Clinton— a través de una multinacional británica que reprodujo determinadas noticias y las envió a través de falsos sujetos a miles de electores interesados, según el algoritmo, en ese tipo de temas. Eso, sin duda, contribuyó a su victoria. Las redes sociales escapan a la fiscalidad de los estados e incluso también a las de la Unión Europea, de Estados Unidos y de acuerdos transnacionales. La globalización parcial, o territorializada, a la que empuja la guerra entre los productores de distintas energías, y la guerra militar en Ucrania, reduce el ámbito en que se pueden mover sin censura las redes sociales y por ello pueden ser más fácilmente controlables, fiscalizables, y objeto de regulación por los Estados o por las uniones de estados como la Unión Europea.

Elon Musk, el dueño de Twitter, ha acusado a los medios tradicionales de ser medios de propaganda, eufemísticos en muchas ocasiones, sujetos de mentiras por omisión, sesgo, manipulaciones, coberturas desequilibradas, medios escénicos, plataforma de fuentes anónimas, medias verdades y portavoces de ideas. Esta forma de caracterizar a los medios tradicionales no está exenta en parte de razón, en multitud de ocasiones desgraciadamente han actuado y siguen actuando así. Incluso aceptando los argumentos de Musk la diferencia es que las redes son un oligopolio de la élite mundial del dinero con un carácter transnacional que difícilmente aceptan las reglas que les imponen los Estados democráticos. Los medios tradicionales incluso aceptando los reproches que realiza el dueño de Twitter están sometidos a las normas que establecen los sistemas democráticos: las normas de control sobre contenidos, controles judiciales y también las normas fiscales que les obligan a contribuir al presupuesto de todos. La crisis de las grandes tecnológicas al reparcelarse la globalización las acerca al control democrático de los poderes, en definitiva, de los ciudadanos y a estar sometidas a las leyes democráticas y resoluciones judiciales.

La crisis de las grandes empresas tecnológicas, acercan y reclaman este control democrático de este tipo de multinacionales, pero también de otras como las del comercio, el cine, la música, las editoriales, la publicidad, la producción cinematográfica, su exhibición en las redes. Es hora de que acuerdos de la Organización Mundial del Comercio, de la Organización de Cooperación y Desarrollo Económico, ratificados y respaldados por el G7 o el G20 se pongan en práctica limitando el poder de la aristocracia del dinero. Al fin y al cabo, en este siglo las batallas entre la democracia y los regímenes autocráticos no son sólo en el ámbito político; también lo son en el económico con la regulación de los mercados, especialmente los internacionales. La regulación de las plataformas, la circulación de la información, y la comunicación en general son elementos vitales en la democracia y para el gobierno democrático de los pueblos.