Opinión | AL PASO

Aznar templa el ambiente

Cánovas, invocado por Fraga cuando su obra política cumplía cien años, y Aznar invocando a Fraga por los cien años de su nacimiento. De cien en cien años, la derecha española se cree sus propias representaciones y no siente la necesidad de enfrentarse de una vez a la realidad

Aznar inaugura Congreso Internacional "Antonio Cánovas del Castillo"

Aznar inaugura Congreso Internacional "Antonio Cánovas del Castillo" / JUAN CARLOS HIDALGO / EFE

Cuando las Cortes hierven por los cuatro costados, Aznar da una conferencia. Cuando Madrid se llena de cartas bomba, Aznar da una conferencia. Cuando las encuestas dicen que las españolas y españoles confían sobre todo en su familia y amistades, Aznar da una conferencia. Cuando temen un aumento del hambre, Aznar, claro, da una conferencia. Uno de los primeros problemas de la ciudadanía es la gente de la política, pero a pesar de ello Aznar da una conferencia. Cuando esa misma encuesta dice que se confía bastante en el conocimiento objetivado, la ciencia, la medicina, Aznar da una conferencia. En ella dice que el conocimiento histórico no es necesario para hablar de Cánovas del Castillo.

Cuando las Españas tienen un problema, Aznar da una conferencia. Bueno, a veces le toca el turno a Felipe González, pero esta vez le ha tocado el turno a Aznar. Ha sido en el CEU San Pablo. La cosa no es baladí, porque fue Aznar, el que honra a Cánovas, quien decidió eliminar de un plumazo la Fundación Cánovas del Castillo que había montado Fraga. Para los nuevos patronos internacionales de Aznar, ese largo nombre no significaba nada. FAES era aséptico, novedoso, liberal.

Ahora, en la conferencia, Aznar cita al Fraga de cuando en 1976 se hacía la ilusión de ser alguien en el futuro democrático que había de venir. Aprovecha así dos pájaros de un tiro. Celebra a Cánovas hablando de los cien años del nacimiento de Fraga y lo cita con motivo de su intervención en los cien años de la Constitución de 1876. Así construye la derecha su mirada histórica: se llama auto-referencialidad, vivir de lo vivido, hablar de lo hablado, repetir lo ya dicho. Mucha conservación, poca corrección. Cánovas, invocado por Fraga cuando su obra política cumplía cien años, y Aznar invocando a Fraga por los cien años de su nacimiento. De cien en cien años, la derecha española se cree sus propias representaciones y no siente la necesidad de enfrentarse de una vez a la realidad. Así, de cien en cien años satisface su ansia de eternidad. Como el famoso Gelimero, se pasea por la historia como un ilota borracho.

Lo que ofrecía Fraga en aquella conferencia de 1976, cuando acababan de producirse los sucesos de Vitoria que indignaron a la ciudadanía española y a la europea, era una teoría de la reconciliación basada en el modelo de Cánovas. Lo que decía Fraga entonces, en una situación completamente preconstitucional, le parece atendible a Aznar, que sin embargo habla de la Constitución de 1978 como intocable. Entonces Fraga pontificó sobre cómo lograr "un consenso amplio" para fundar "una organización institucional adecuada y flexible". La aspiración que no ocultaba -como pronto confesaría también un Alfonso Guerra que aprendía rápido- era "alternar en el ejercicio del poder". Ya entonces teníamos pocas esperanzas de lo que significaba la reconciliación, sobre todo tras aquellos muertos en Vitoria. En todo caso, él habló solo de la capacidad de "tolerarse mutuamente". Por supuesto, se trataba de dos. De alternarse. De tolerarse.

Aunque no sabíamos en qué dos pensaba Fraga en aquellos momentos, parece evidente que la lección que extrae Aznar también tiene que ver con la tabla del dos. Por eso recurre a Cánovas, un maestro en esas operaciones. Aunque en su caso la cosa tampoco está muy clara. Aznar prefiere invocar aquí la más cabalística tríada. Cánovas tenía tres valores universales: libertad, propiedad e igualdad, pero "ante la ley", claro. Por supuesto, ante la ley de Cánovas. Pero no seamos malos. Esas verdades universales quedan complementadas con "tres realidades específicamente nacionales: Monarquía, dinastía y soberanía nacional". Aquí, ciertamente, la tríada alberga el misterio de la unidad divina. Porque monarquía y dinastía, como que son lo mismo; y la soberanía nacional de la constitución del 76 era compartida entre el rey y las Cortes, que se abrían o cerraban a voluntad del monarca. Así que las tres realidades específicamente nacionales era más bien una, como el Dios uno y trino: la monarquía.

A este conjunto de principios Aznar lo llama "verdades madre". Ignoramos si Cánovas disponía de verdades padre, pero lo que acabamos sabiendo de esta conferencia es que la democracia no estaba entre ellas. Así que, sin ella, el sistema de instituciones seguía siendo bastante sencillo: monarquía. A eso tiene el descaro de llamar Aznar régimen liberal. El ejercicio de gobierno -nos dice-, "había de lograrse", con esa ambigüedad imperativa de la expresión, mediante el "bipartidismo turnante". Aquí una pregunta ingenua. ¿No será "tunante"? Para dejarlo claro, añade: "A la inglesa". Y en efecto, a la inglesa es, pero de la época de Enrique VIII.

Hay muchas más cosas chocantes y divertidas en esta conferencia, desde luego, y es una lástima que no la leyera en las Cortes para rebajar los ánimos. Aunque nunca se sabe. Aznar proclama que, aun sin principios democráticos, defendiendo una idea sustancial de la nación que es previa, independiente y trascendente a todos sus habitantes y a todos los siglos, Cánovas del Castillo "se enfrentó a los ‘ultras’ de todo signo". Para que nos hagamos una idea: se enfrentó a los ‘carlistas’ por la derecha. Aquí la presidenta Batet tendría que calmar al representante de la UPN, que así sería el único ultra por la derecha. Por la izquierda la cosa está más clara: los republicanos levantiscos. Esta es la línea "templada". A ella debemos acudir para calentarnos en esta noche polar que se avecina.

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