Opinión | EL TRIÁNGULO

La protesta en un folio en blanco

Volvemos a ver a la sociedad china salir a las calles con folios en blanco, como metáfora, esta vez sí, de todo lo que querrían decir y no pueden

Trabajadores chinos en el metro de Shanghai.

Trabajadores chinos en el metro de Shanghai. / REUTERS

La imagen dio la vuelta al mundo en aquel junio de 1989 cuando aquel muchacho se detuvo frente a una hilera de tanques, como si fuera a detenerlos con la sola presencia de su cuerpo desvalido, para regalar al mundo un nuevo David contra Goliat. Pero nada de eso sucedió, porque aquellos tanques habían sido lanzados a la calles por el Gobierno chino para acabar con las revueltas y la vida de cientos o miles de estudiantes que exigían libertad y democracia. Fue una imagen impactante, porque su clara debilidad frente a las carros blindados escapaba a cualquier metáfora y evidenciaba de qué forma las dictaduras no saben hablar, ni escuchar y mucho menos amar y todo lo que es contrario a ellas se convierte en un episodio inexistente que navega en la memoria colectiva de todas aquellas sociedades que no son la sociedad china, donde la gente más joven no supo qué pasó en la plaza de Tiananmen, porque nadie quiso que lo supieran y borraron los recuerdos y los rastros, como un padre borra la mancha que deja tras de sí su última traición.

En estos días volvemos a ver a la sociedad china salir a las calles con folios en blanco, como metáfora, esta vez sí, de todo lo que querrían decir y no pueden y así, con esos folios en blanco entre sus manos, imaginan que un día podrán escribir sobre ellos su propia historia en libertad y democracia, lejos de las imposiciones y del rencor que generan las dictaduras.

En esta ocasión el punto de inflexión ha venido marcado por la muerte de 10 personas que estaban confinadas en un edificio que se incendió y que se encontraba bloqueado debido a la política extrema de Covid cero de Xi Jinping y que la sociedad entiende como una forma más de represión y control y sobre todo como una defensa del propio gobierno ante sus deficiencias a nivel sanitario y económico y también una forma de aislamiento, sin acceso a la información, que es la forma de tener narcotizado a un pueblo, amnésico e incapaz de forjarse un criterio más allá de los días que el calendario señala con su rutina y furia.

No sé en qué acabará este movimiento de protestas surgido de la indignación y del cansancio ante tanto confinamiento y falta de libertad, y en el que se repitan consignas como No queremos mascarillas, queremos libertad. No queremos PCR, queremos libertad.

No hay duda de que el covid ha dejado su huella de miedo y sus efectos secundarios persisten en algunas personas; sin embargo, no conviene hacer de él un monstruo que acabe justificándolo todo y en todas las direcciones.