Opinión | AL PASO

Militancia democrática

Los votantes heterogéneos de Vox, si los hay, deben saber que sus jefes visibles y ocultos están instalados en un proyecto que implica acabar con la democracia española

Santiago Abascal, este domingo, en la manifestación contra el gobierno en Madrid.

Santiago Abascal, este domingo, en la manifestación contra el gobierno en Madrid. / EFE

Fue una obligación democrática no secundar las imprudentes palabras de la ministra Irene Montero sobre los jueces machistas. Fue una obligación democrática mantener la prudencia sobre lo que estaba pasando con la reducción de penas en el periodo de transitoriedad de la Ley Orgánica de Garantías de la Libertad Sexual. Fue una obligación democrática censurar las palabras de Pablo Iglesias que descalificaban como tibias y traidoras a quienes no asumían las palabras de Montero sobre los jueces. Como hemos visto, la sociedad democrática y sus instituciones, hasta llegar a la fiscalía general, en dos semanas ha percibido el problema y se ha puesto en movimiento para corregir los posibles abusos en la aplicación de una norma que opiniones muy autorizadas califican de muy positiva para nuestra sociedad. 

Por supuesto, es una obligación democrática mayor decir, con Irene Montero, que lo que vimos el pasado jueves en las Cortes fue fascismo. Enric Juliana analiza lo que ocurrió ese día como muestra de la ideología fascista que busca desprestigiar el Parlamento. Y tiene razón. La Sra. Montero lo analiza como parte de un acoso y derribo de la política feminista que ella defiende. Y tiene razón. No se puede separar la causa del feminismo de la causa democrática. Pero lo que está en juego es el desprestigio de todo lo que tenga una legitimidad democrática. Las Cortes, cierto. El feminismo, cierto. 

Pero también el Gobierno democrático. Y no conviene olvidar que se estaba sepultando el gran éxito de la aprobación de los Presupuestos y, de camino, la aprobación de impuestos especiales a las empresas que se benefician de la situación de guerra. Bastaba escuchar el viernes por la mañana a Jiménez Losantos para entender qué escuece a la gran empresa española. Esos tres mil millones de impuestos previsibles no llegarán a los bolsillos de unos pocos. Eso escuece. 

El fascismo es la última etapa del liberalismo autoritario, su radicalización, y se produce cuando este quiere asegurar su victoria. No triunfa cuando se desprestigia el Parlamento solo. Ni cuando se desprestigia el feminismo. Triunfa cuando se hunden todas las instituciones democráticas y cuando se logra convencer a la mayoría de que no habrá coraje cívico para defenderlas. Los que mantienen parte de la institucionalidad democrática española colapsada, como el Poder Judicial, deben saber que, lo quieran o no, son cómplices de esa estrategia cuyo final inevitable es el fascismo. Obviamente, por eso no es prudente considerar que toda la judicatura es cómplice de ese proyecto. 

Por mucho que Jordi Gracia diga que el electorado de Vox no es homogéneo, algo ha quedado claro con las intervenciones de Toscano y Miralles. Espinosa de los Monteros puede refugiarse en sus atildadas formas y Abascal esconderse en el puesto de mando, como el general insensible que se reserva la finta de liquidar a un peón. Sin embargo, los votantes heterogéneos de Vox, si los hay, deben saber que sus jefes visibles y ocultos están instalados en un proyecto que implica acabar con la democracia española. Es así de sencillo. Por eso no me he cansado de decir que estamos ante el desnudo franquismo. La democracia militante española, incluida también la que sin duda existe en el PP, debería ser consciente de que, si no reacciona, ese proyecto acabará por desestabilizarnos seriamente.  

Esto es así porque Vox usará lo que sea menester, violencia verbal, física, política, mediática, ambiental, para atizar el fuego. La ETA que no existe, el procés desactivado, la excarcelación de violadores -que sociológicamente quizá se unan a sus filas- la inflación, lo que sea, sin excluir las debilidades retóricas de Montero y de Iglesias. Lo que no pueden es conceder al tiempo la posibilidad de evolucionar. Mantener la foto fija eternizada de España como guerra civil perenne, ese es su ideal. Lo que anhelan es un tiempo endémico de violencia, porque en su matonismo creen que allí vencerán. Eso es lo que exhibió el Sr. Miralles. Ofreció su nuca y su pecho a terroristas que no existen, porque en el fondo desea que existan. Esa es la lógica que desean hacer triunfar, para que en esa guerra su machismo tabernario, intrínsecamente violento, pueda ser glorificado, sublimado y transfigurado de patriotismo.

Da igual que los portavoces de Bildu se hayan manifestado con sensatez desde hace años, o que Aragonés y Rufián hayan recuperado cierto pulso institucional. Da igual que España y Europa -puestas en la situación extrema largamente preparada para que cristalizara su desaparición- resistan la crisis, bien que mal, sin generar la angustia de 2009. Lo que ellos buscan es producir la condición de excepcionalidad con sus rápidos reposicionamientos generales, con sus dualidades violentas. Pero nuestra sociedad solo debe reconocer un dualismo: fascismo o democracia. Los líderes democráticos responsables deben defender con uñas y dientes su diferencia y su ideario, la sagrada realidad de la pluralidad, tanto como defender la capacidad de pacto y de acción común. Eso implica no descalificarse entre sí. 

La única palabra en la que ha coincidido el Sr. Miralles con el Sr. Iglesias es el rechazo mesiánico de los tibios. Ahí tienen razón. No es tiempo de tibiezas. Es tiempo de ejercer la militancia radical democrática. ¿Quién ha dicho que la democracia, aunque necesariamente prudente y reflexiva, sea tibia? No lo fue cuando dijo ¡Basta ya! a las tramas golpistas y a ETA. Ahora, de nuevo en pie, debe decir basta ya a su imagen en el espejo, al matonismo de Vox.