Opinión | PACTOS DE ESTADO

Los riesgos de la polarización

Dividir a los ciudadanos con argumentos simplistas y emocionales constituye una forma perversa de ejercer la política que, desgraciadamente, está imponiéndose

 Movilización en Sevilla por el Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer.

 Movilización en Sevilla por el Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer. / EUROPA PRESS /JOAQUÍN CORCHERO

La violencia doméstica y los asesinatos machistas no aflojan. Décadas y décadas de esfuerzos en concienciación y pedagogía para un cambio de roles han traído muchos progresos, pero también resultados frustrantes. Uno en especial alarma: los jóvenes de hoy repiten patrones de sometimiento que creíamos superados en generaciones educadas en valores muy diferentes. Viene a remarcar todo esto que queda mucho por delante y que hay que renovar estrategias para las soluciones, sin centrarse únicamente en lo cultural, buscando ampliar los enfoques. El 25N acaba de celebrarse con el feminismo sacudido por tensiones, la clase política arrojándose los trastos y la sociedad dolida por leyes poco cuidadas que acaban menguando penas a violadores. Grietas que no hacen ningún bien a la causa de las mujeres.

Solo tres pactos de Estado han firmado los partidos en los años de vigencia de la democracia: los de la Moncloa para sacar al país de la ruina económica, el antiterrorista y el que comprometió a todas las fuerzas en el combate contra la violencia de género, que hoy, por unas cosas o por otras, parece tocado. Nunca ha sido tranquila la lucha feminista, pero la celebración del Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer coincidió con momentos de especial agitación en el movimiento.

Hay una opinión mayoritaria entre los expertos de que la deficiencia de la ley del sí es sí no reside en su fin, sino en la escasa calidad técnica con que fue redactada, que no previó las consecuencias del reajuste de condenas. A su rebufo se han propalado con tono triunfalista y revanchista auténticas barbaridades. Ni cabe recibir cada enmienda como un ataque fascista, ni cuestionar la norma da derecho al insulto zafio hacia quien la promueve, ni los jueces son unos asquerosos machistas.

Estas polémicas artificiosas, y otras en torno a la ley trans o a la regulación de la prostitución, desgastan. Quizá por ello, los actos del viernes carecieron de la efervescencia y capacidad de arrastre general de ocasiones anteriores. Las multitudinarias marchas de hace cuatro años lograron convertir la igualdad en el epicentro de una reivindicación transversal e intergeneracional. Pero, por desgracia, actos de dominio que merecen el más absoluto de los repudios siguen a la vista. Habrá que preguntarse por qué la plaga no remite y modificar planes para obtener resultados distintos.

Polarizar a la sociedad no augura nada bueno. Únicamente contribuye a descarnar los resentimientos"

El sexismo impregna sin pretenderlo bastantes conductas. La lucha contra la violencia machista corre el riesgo de difuminarse con polémicas que banalizan el objetivo incuestionable de desterrar actitudes infames en el hombre. Se puede plantear cualquier cosa y discutirla, nunca mermar fuerza a una corriente de denuncia cuando persiste la realidad actual de desigualdad en múltiples frentes. La brecha salarial lo recuerda. Además, paradójicamente, la semilla de la rebelión no prendió en muchos jóvenes, que repiten pautas de opresión intolerables y cuentan con herramientas nuevas, como los móviles, para ejecutarlas. Progresista, en el sentido más estricto del término, referido a quien fomenta los avances, no a quien pretende engordar el medallero ideológico, es hacer lo posible por desmontar estas evidencias. Recomencemos por ahí.

Dividir a los ciudadanos sin miramientos afilando argumentos simplistas y emocionales, clasificarlos por sistema en buenos y malos, constituye una forma perversa de ejercer la política que desgraciadamente está imponiéndose en España. Polarizar a la sociedad no augura nada bueno. Únicamente contribuye a descarnar los resentimientos solo por la vengativa y mísera satisfacción de imponer una razón, no la razón, y de dirimir las cuitas a latigazos.