Opinión | SALUD MENTAL

Contra la meditación

La insistencia en el ‘mindfulness’ se parece demasiado a una parálisis temporal

Una sesión de 'mindfulness' en una escuela de Barcelona

Una sesión de 'mindfulness' en una escuela de Barcelona / JOAN PUIG

Estaba acostada. Era de noche. Estaba desvelada, demasiado cansada en el cuerpo y atontada en la cabeza para seguir leyendo, pero no lo suficiente como para caer dormida. La cabeza me iba a mil. Los pensamientos daban vueltas como un tiovivo escacharrado. Harta, hice lo que desaconsejan. Cogí la tablet. A menudo, leer las palabras que han escrito otros tal vez en otra época, tal vez a miles de kilómetros de mi dormitorio, me hace sentir conectada y a veces eso es todo lo que necesitamos para salir adelante. No sentirnos solos. Saber que otras personas han atravesado situaciones similares nos quita el miedo y descansamos. De modo que, con la pantalla rompiendo la penumbra, me puse a buscar artículos sobre el insomnio, sobre mi particular tipo de insomnio ligado al estado anímico, a los altibajos emocionales.

Fui directa a la web de una universidad estadounidense cuya facultad de psicología me merece todo el respeto por su enfoque social, además de psicológico. Tecleé mi pregunta en el buscador. Al instante, se desplegó una retahíla larguísima de artículos para elegir. Bien. Hasta que miré más despacio. Todos tenían un elemento en común: la palabra 'mindfulness' se repetía. Para cualquier desarreglo moral, emocional o sentimental la solución era la meditación.

Me enfurecí. Me acordé de mi amigo José Aguirre que un día me confesó que relajarse le pone nervioso. Mi problema no era la incapacidad de estarme quieta y en silencio, mi problema justamente era que, si pudiera, me pasaría el día quieta y en silencio. Mi problema se llamaba melancolía, añoranza, desánimo, vacío o cualquier variante de ellos. ¿Era la meditación la única receta? ¿Y por qué la meditación y no otra actividad introspectiva, pongamos, escuchar música, aprender a tocar un instrumento, dibujar, bordar, hacer jardinería, bailar, pasear por el campo, visitar un museo, una galería de arte, apuntarnos a un coro, leer, moldear barro, unirse a un grupo de teatro aficionado…? Por alguna razón, aquellos expertos tan listos y tan santos de mi devoción, solo tenían una palabra mágica que recomendarme: mindfulness, meditación para todos y para todo.

Sentí pena de las libreras y editoras, de las galeristas, de las bailarinas, de los pianistas, de las profesoras de canto, de los maestros de cerámica… Las actividades que tienen que ver con la expresión y la introspección, con el hacer para compartir, con la inteligencia de las manos, con el tacto, con la contemplación de la belleza y su participación de ella, no son consideradas beneficiosas para el alma por los grandes popes de la psicología actual. No en primera instancia. En primera instancia, a callarse y a estarse quietitos: el mindfulness. Me sentí herida: endosaban la responsabilidad de estar bien al individuo. Esa idea tan neoliberal de si estás mal es porque quieres.

Sé que vivimos en la era de la autoexplotación, de la impaciencia, del aquí y ahora, de las prisas, que hacemos y queremos hacer más de lo que podemos abarcar. Soy consciente de que vivimos en megalópolis que nos tragan y nos lanzan como bolas de acero en un pinball de acá para allá sorteando atascos, del metro al bus, del bus al coche, del coche al parking y vuelta a empezar. Sé que estamos sobreestimulados, que hemos perdido la capacidad de esperar, de concentrarnos, que nuestra atención merma (los guiones, los mails, los discursos cada vez más breves y centelleantes para arañar unos segundos de ese destinatario/cliente/espectador desbordado por la inmensa oferta, la enorme competencia), que estamos en la explosión de la cultura de las interrupciones y la provisionalidad. Sé todo eso. Y tiene su lógica que se nos ofrezca esta receta: para y respira, toma nota de dónde estás y cómo. Pero, ¿se acaba ahí el consejo? ¿Y es para todos el mismo? ¿Una nación que meditara al unísono funcionaría mejor? ¿O no es funcionar mejor lo que se persigue, sino aliviarnos un ratín para seguir en la carrera de los autos locos como pollo sin cabeza?

A veces, la insistencia en el mindfulness se parece demasiado a una parálisis temporal, a una suspensión del tiempo y el espacio para aceptar las cosas como son. Pero hay cosas que son inaceptables y contra las que la meditación poco puede hacer. Otras tareas pueden servir de pausa y hacernos ver la realidad desde otro lugar para impulsar cambios. En general tienen que ver con el crear, el expresar y el sentir libremente y con otros. Es, simplemente, que a nadie le ha dado por promocionarlas. ¿Qué habrá hecho la cultura para merecer esto?