Opinión | GUERRA EN UCRANIA

El incidente polaco

La Alianza Atlántica mide su respuesta tras el impacto de un misil a escasos metros de la frontera ucraniana para evitar una escalada con Rusia

El secretario general de la OTAN, Jens Stoltenberg, tras la reunión de embajadores ante la alianza celebrada ayer en Bruselas.

El secretario general de la OTAN, Jens Stoltenberg, tras la reunión de embajadores ante la alianza celebrada ayer en Bruselas. / OLIVIER HOSLET / EPA / EFE

El estallido de un misil en suelo polaco a escasa distancia de la frontera con Ucrania que ha producido dos víctimas mortales es un suceso seguramente fortuito que pone de relieve los riesgos inherentes a una guerra abierta en el corazón de Europa. En cualquier momento se pueden producir daños colaterales de incalculables consecuencias. El incidente tuvo lugar mientras estaban reunidos los representantes del G20 en Indonesia y Rusia bombardeaba con saña sus objetivos ucranianos. Lógicamente el anuncio de la muerte de dos ciudadanos en la localidad polaca de Prezewodów por el impacto de un misil hizo saltar todas las alarmas y provocó una gran conmoción en el foro que agrupa a la élite de la comunidad internacional. La reacción a una noticia sin duda inquietante fue, sin embargo, de una admirable serenidad al ser todo el mundo consciente de las consecuencias que podría tener una mala interpretación de lo ocurrido.

Polonia es miembro de la OTAN, organización cuyo tratado fundacional establece en su famoso artículo 5 que "un ataque armado contra una o más de las partes, que tenga lugar en Europa o en América del Norte, será considerado como un ataque dirigido contra todas ellas", por lo que si tal agresión se produce habrá una respuesta conjunta de todos los aliados. Sin embargo, Varsovia solo barajó activar el artículo 4, que prevé consultas entre los aliados cuando la seguridad, integridad o independencia de alguno de ellos se ve amenazada. Una activación innecesaria después de que la investigación preliminar descartara que Rusia estuviera detrás de un misil que fue probablemente disparado por la defensa aérea ucraniana. Es la explicación que ofreció el secretario general de la OTAN, Jens Stoltenberg, después de que el presidente norteamericano, Joe Biden, apuntara en la misma línea tras recibir información de sus servicios secretos.

La OTAN y la UE deben conservar la frialdad en el análisis y mantener la debida firmeza frente a Moscú

El presidente polaco, Andrzej Duda, que en un primer momento miró hacia Moscú, contuvo el alcance de su protesta y redujo lo ocurrido a un "incidente desafortunado". La tensión se relajó e incluso el Kremlin llegó a aplaudir la medida reacción de Washington. Fue el presidente ucraniano, Volodímir Zelenski, quien lógicamente interesado en abonar la repulsa a Rusia, seguía atribuyéndole la paternidad del ataque. Es cierto que, en el plano moral, la responsabilidad de los daños colaterales es de quien provoca la guerra y no de quien se defiende de la agresión. En esta línea, Stoltenberg incluso evitando decir si lo ocurrido en la frontera polaca es el momento más tenso de la Alianza, ha reconocido que Rusia es la última responsable al continuar con su guerra ilegal.

Como se ha visto en la reunión del G-20, Moscú está aislada del resto de la comunidad internacional y Vladimir Putin no parece en condiciones de lograr una victoria brillante sobre Ucrania. Así las cosas, es cierto que podría sentirse tentado de extender la guerra mediante provocaciones a los países vecinos, pero ni la UE ni la OTAN pueden caer en la trampa. Manteniendo la debida firmeza, tienen que conservar la frialdad del análisis que han exhibido en este caso, juzgando al agresor por sus obras y no por sus gestos o sus marrullerías.