Opinión | EMIGRAR

La piedra negra

Por la pobreza, las guerras u otras razones hoy se cuentan por millones las personas que se ven obligadas a emigrar y a llevar con ellas esa piedra negra que es el extrañamiento de la patria

La sequía es una de las primeras causas de la inmigración climática

La sequía es una de las primeras causas de la inmigración climática / Efe

En un precioso artículo publicado en ABRIL, el suplemento de libros de este periódico, el escritor griego afincado en Suecia Theodor Kallifatides (recuerden: Otra vida por vivir, El asedio de Troya, Madres e hijos, Timandra…) reflexionaba sobre la morriña, palabra que está escrita así, en gallego, en el título de su última novela traducida al español: Amor y morriña, y lo hacía rememorando una vieja expresión griega referida a los emigrantes que nunca volvían que dice: tiró una piedra negra detrás de él. A sus 84 años, Kallifatides quizá empieza a pensar que él es uno de esos emigrantes que nunca vuelven a su país y la idea le llena de morriña. Por eso recuerda a Temístocles, aquel antepasado suyo del siglo IV antes de Cristo defensor de Atenas contra el ejército persa, al que derrotó en la famosa batalla de Salamina, que en el exilio, al final de su vida, preguntado por si deseaba ser enterrado en Grecia, exclamó: “En cualquier lugar de la tierra hay una tumba para un hombre bueno”.

Vivir en el extranjero no es para todo el mundo dice también un proverbio griego que Kallifatides recuerda en su artículo y su sentencia choca con la gran cantidad de personas que hoy se ven obligadas en el mundo a vivir lejos de sus países. Por la pobreza, las guerras u otras razones hoy se cuentan por millones las personas que se ven obligadas a emigrar y a llevar con ellas esa piedra negra que es el extrañamiento de la patria. A quienes lo exprimentaron no es necesario explicarles lo que significa eso y a quienes no les bastará con imaginar lo que es vivir lejos de donde uno nació por necesidad o por obligación, no por el propio deseo. Por eso uno no entiende las reacciones de todas esas personas que reciben con recelo a los emigrantes pobres o a los que huyen de los conflictos bélicos sin mostrar ninguna compasión hacia ellos. Ya no digo la de quienes directamente se oponen a recibirlos culpándoles de todos los males habidos y por haber, como si ya antes de llegar hubieran delinquido. Que los derechos humanos, incluso el Evangelio que muchos de los primeros dicen obedecer, recojan entre sus mandamientos la hospitalidad con el pobre y con el perseguido parecen no competerles, al revés. Cuando uno defiende su bienestar ni los derechos humanos ni la religión existen, según parece.

Uno de los principales problemas a los que se enfrenta la humanidad en este momento es la gran cantidad de desplazamientos humanos que se producen en todo el mundo y cuya causa última son las grandes diferencias económicas existentes entre unos continentes y otros, incluso, dentro de ellos, entre los diferentes países. En los tiempos de la globalización, cuando todo el mundo sabe lo que pasa en la otra punta del planeta, es imposible pensar que quienes viven en la miseria van a seguir haciéndolo en vez de emigrar hacia los países ricos en busca de una mejor fortuna e igual sucede con quienes sufren regímenes totalitarios o guerra y persecución. Pretender que no se acerquen a nosotros es creer que al mundo se le pueden poner puertas además de una muestra de insolaridad con quienes ya tienen la desgracia de arrastrar la piedra negra de la emigración, esa piedra cuyo peso se acrecienta con el rechazo de quienes los desprecian, que cada vez son más a lo que se ve. El proverbio griego de que vivir en el extranjero no es para todo el mundo que evocaba Kallifatides en su artículo es hoy más verdad que nunca.