Opinión | EL OBSERVATORIO

La necesidad de una transición ecológica justa e inclusiva

Ser niña o mujer en un mundo amenazado por las consecuencias del cambio climático supone multiplicar exponencialmente los riesgos a los que se enfrenta el resto de la humanidad

Un activista protesta en la entrada al centro de convenciones de Sharm El-Sheikh, donde se celebra la COP27.

Un activista protesta en la entrada al centro de convenciones de Sharm El-Sheikh, donde se celebra la COP27. / MOHAMED ABD EL GHANY / REUTERS

Ante la recién estrenada COP27 que se está celebrando estos días en Egipto y que tiene como principal reto evaluar el estado de la realidad mundial respecto de las medias empleadas contra el calentamiento global, el cumplimiento de los compromisos adquiridos y su resultado, es importante poner el foco en algunas consideraciones que a menudo pasan desapercibidas. Ser niña o mujer en un mundo amenazado por las consecuencias del cambio climático supone multiplicar exponencialmente los riesgos a los que se enfrenta el resto de la humanidad. Las mujeres ocupan una parte incomparable de su tiempo a tareas de acarreo de agua (200 millones de horas, 8,3 millones de días, según Unicef), cultivo de tierras y alimentos, recolección de leña, hierbas y frutos, gestión de la energía y residuos, etc., roles todos ellos que las coloca en una situación de mayor vulnerabilidad, especialmente durante desastres naturales (sequías, inundaciones, huracanes, etc.). 

Según diferentes estudios, las mujeres, niños y niñas pueden tener hasta 14 veces más probabilidades de morir en caso de desastres naturales en los países con más desigualdad de género. De hecho, se calcula que el 70% de las víctimas mortales durante el tsunami que golpeó al sudeste asiático fueron mujeres. Asimismo, es importante tener presente que las mujeres y niñas tienen un menor acceso a los sistemas de educación y salud, a la propiedad de las tierras, y que protagonizan las tareas de cuidado en sus comunidades, por lo que las consecuencias socioeconómicas producidas por el cambio climático les impactan de mayor manera, obligándolas a aumentar sus tareas de cuidados, a ampliar más tiempo en tareas vinculadas con la recolección de agua, recursos energéticos o alimentos, lo que impide que puedan dedicarlas a otras como la educación, por ejemplo. 

Por último, el desplazamiento forzoso que ya está provocando el cambio climático en todo el mundo tiene de nuevo un impacto mayor en las mujeres, que son el grueso de los refugiados climáticos, con menos capacidad de maniobra por las personas que poseen a cargo y por los riesgos adicionales (violencia sexual, etc.) a los que se enfrentan durante su tránsito. Pero no es solo la vulnerabilidad lo que debemos tener en cuenta a la hora de analizar las consecuencias del cambio climático a través de una mirada centrada en la desigualdad de género, sino también el rol de cambio de las mujeres, ligado a su papel como líderes de familias y cultivadores, gestoras de energía y agua, lo que las convierte en motores imprescindibles en el cambio hacia modelos energéticos y de cultivo más sostenibles. Así se ha demostrado en diferentes proyectos puestos en marcha en América Latina

Esta realidad es la que influirá seguramente en el hecho de que haya una mayor sensibilización del cambio climático en las mujeres (según el Instituto de la Mujer, el 86,2% de las mujeres españolas considera totalmente o bastante importante la sostenibilidad de los productos de alimentación que compran, mientras que el porcentaje desciende 17,1 puntos porcentuales en los hombres), una parte fundamental del liderazgo juvenil contra el cambio climático sean mujeres (Greta Thunberg, Paloma Costa), y que se hayan construido redes de mujeres en todo el mundo trabajando juntas en estos ámbitos como la red centroamericana de mujeres rurales o la red internacional de mujeres Eulac que trabaja, entre otras áreas, especialmente en la respuesta de las mujeres al cambio climático.

Así, ante una nueva cita de los líderes mundiales con los compromisos climáticos, es importante tener en cuenta esta realidad, poniendo el foco en la necesidad de garantizar la paridad en las delegaciones de estas cumbres y en el diseño de las políticas de acción, incorporando a las mujeres como agentes de cambio, también en el territorio, incorporando el enfoque de género a la hora de analizar el impacto y las diferencias entre mujeres y hombres en sus roles de poder, resiliencia social o exposición a los riesgos y garantizando una transición climática justa que acentúe la inclusión social. Una agenda que está muy presente también en la XV Cumbre Regional sobre la Mujer de América Latina y el Caribe, que acaba de arrancar en Buenos Aires y que arrojará importantes conclusiones en esa dirección.