Opinión | ANÁLISIS

¿Adónde va la socialdemocracia?

Pedro Sánchez y Felipe González conmemoran 40 aniversario victoria electoral PSOE

Pedro Sánchez y Felipe González conmemoran 40 aniversario victoria electoral PSOE / EFE/Julio Muñoz

El término socialdemocracia, que sustituía al desgastado socialismo, hizo fortuna tras la Segunda Guerra Mundial para describir regímenes capaces de afrontar desde el sector público la reconstrucción subsiguiente a la devastación y decididos a defender la economía de mercado para generar prosperidad y equidad al mismo tiempo.

Durante los 30 primeros años de aquella etapa, un potente consenso socialdemócrata produjo el despegue de occidente sobre bases que fueron sistematizadas en el célebre congreso de Bad Godesberg de los socialdemócratas alemanes celebrado en 1959 y que fue programa del SPD hasta 1989. La lacónica tesis vertebral que emanó de aquella reflexión colectiva fue esta: “Mercado hasta donde se posible; Estado hasta donde sea necesario”. El marxismo era arrinconado a su papel de método analítico crítico y no dogmático, y la utopía de la dictadura del proletariado fue archivada. La izquierda socialdemócrata pasó, en fin, de combatir el capitalismo a considerarlo insustituible, si bien con la convicción de que es preciso: a) Limitar sus excesos mediante la regulación y el control; b) Subsanar las inequidades que genera mediante una redistribución de la renta y un generoso estado de bienestar.

En nuestro país, casi siempre retrasado, la evolución fue más tardía y el tránsito definitivo a la moderna socialdemocracia la impulsó Felipe González, recién salido el PSOE de la clandestinidad: en el XXVIII Congreso de mayo del 1979, fue rechazada la tesis modernizadora de González, pero el error se rectificaba en el Congreso Extraordinario de septiembre y aquel PSOE ganaba con gran holgura las elecciones de 1982 y se mantenía en el poder hasta 1996, después de una modernización intensa del país, que incluyó su incorporación a la UE, una profunda reconversión industrial, una irrupción potente en la comunidad internacional y una elevación cualitativa del nivel de vida español.

En la década de los 80, Thatcher y Reagan lanzaron con éxito su 'revolución conservadora'. El debate desde entonces fue simple: si la derecha neoliberal abogaba por el Estado mínimo porque el crecimiento generado por la espontaneidad económica sería capaz de arrastrar hacia arriba a los más retrasados, la izquierda pensaba que el Estado era responsable de generar la igualdad de oportunidades en el origen. La redistribución era un instrumento valioso pero generaba problemas de productividad. Por ello, se apostó especialmente por el fortalecimiento de un estado de bienestar que amparara a todos por igual mediante unos servicios públicos, universales, gratuitos y de gran calidad.

La primera gran crisis global del milenio nos arrolló a todos, las dos grandes opciones ideológicas clásicas quedaron desacreditadas y surgieron los populismos, con una consiguiente etapa de inestabilidad y desconcierto. El socialismo había virado al centro en pos de una tímida “tercera vía” —la etapa de Clinton, Schröder, Blair—. Finalmente, los conservadores impusieron sus tesis ante la gran crisis y se practicaron duras políticas de austeridad, altamente lesivas para las sociedades nacionales. Y la socialdemocracia no hizo gran cosa para detener aquel dislate, que sin embargo sirvió de experiencia para ocasiones posteriores. Y es bien evidente que cuando llegó tiempo después la otra gran crisis del milenio, la gran pandemia, las soluciones fueron progresistas, keynesianas: para evitar la parálisis de las economías y para financiar la ulterior recuperación se habilitaron cantidades ingentes de dinero público —los fondos Next Generation— que represaron la pobreza, sostuvieron el tejido empresarial y cebaron la bomba de la inversión privada al más puro estilo keynesiano.

Infortunadamente, las grandes formaciones centristas no se han recuperado todavía del descrédito causado por su impotencia en aquellas crisis y continúan medrando las formaciones radicales, que han tomado inquietantes posiciones en Europa a la vez que la socialdemocracia ha experimentado un relativo retroceso. Han sido significativas las derrotas del centro izquierda en Francia (donde la herencia de Hollande todavía pesa negativamente), en Italia y en Suecia. Pero, a la vez, el SPD ha regresado al poder en Alemania, tras una etapa conservadora de gran estabilidad y de escasa creatividad.

La socialdemocracia europea se apoya en los puntales alemán, español y portugués con la débil pero decisiva referencia de Biden en ultramar”

En este marco de inestabilidad suscitada par la guerra de Ucrania, que impide una recuperación clara de las economías tras la pandemia, la socialdemocracia europea se apoya en los puntales alemán, español y portugués con la débil pero decisiva referencia de Biden en ultramar. Con la particularidad de que la Comisión Europea ahora respalda el intervencionismo keynesiano y el salvamento de los más debilitados mediante recursos aplicados al Estado de Bienestar. Es como si Calviño exportara las recetas a Bruselas, su lugar de procedencia. La experiencia española, de coalición de las principales sensibilidades de izquierdas en una opción que se demuestra activa y operativa, puede considerarse hoy un referente en ese sector ideológico, que en Europa tendrá pronto al frente a Pedro Sánchez como líder de la Internacional Socialista. Esta opción ha de tener sin duda oportunidades en la reconstrucción que se requiere tras un periodo de grandes convulsiones, como ya ocurriera con éxito después de la Segunda Guerra Mundial.