Opinión | A Vuelapluma

El pasado

La radicalización de hoy tiene mucho que ver con ese pasado. Es sospechoso que se dé más en la tribuna política que en las calles

El poeta Joan Margarit, en una imagen de 2020.

El poeta Joan Margarit, en una imagen de 2020. / EUROPA PRESS

Me busco en el pasado y me encuentro en una mañana con Joan Margarit hace casi diez años. Ya era Premio Nacional de Poesía, pero no había adquirido el aura de maestro venerado. Estaba unos días en Valencia y había pasado casi desapercibido. Era temprano. Tardó en bajar al hall del hotel, las gafas en la mano y ese aspecto despreocupado y elegante que solo tienen los arquitectos. Ya era un viejo mirando curioso un siglo que no era el suyo. Escribir es cosa de humildad y osadía, recuerdo de aquel día. Osadía para empezar un poema después de Homero o de Antonio Machado y humildad al acabar para no esperar nada. Hoy lo más difícil es no esperar nada. Esperamos la reacción de las redes a todo lo que hacemos. Frustra cuando no pasa nada, cuando el pájaro azul calla. Piensas que algo estás haciendo mal, no solo lo que haces, sino cómo lo gestionas. Temes a los airados, pero los das por necesarios porque es la prueba de tu existencia. El mundo de hoy. "Las diacaciones conquistan los hoteles", leo en la pantalla. ¿Cómo? ¿Qué es eso? Me resisto. No pincho. Por rebeldía. Es lo que buscan, lo que hay dentro importa menos. Me quedo sin saber, pero mi autoestima de viejo rebelde hoy sale fortalecida. Mañana será otro día. El mundo de hoy… Hasta qué punto se te va escapando. Cuando yo era niño no había Halloween, ni niños aporreando la puerta, ni un griterío para celebrar a los muertos, ni fiestas de las castañas, porque estas no se festejaban, sino que se comían los domingos, cuando cogías el renqueante tren de madera verde y cruzabas la pasarela vetusta sobre el río seco para llegar a una ciudad que recuerdo gris, con aquella mujer silenciosa y triste vendiendo bolsitas de colores con comida para las palomas. El mundo de ayer no era mejor, no me voy a poner nostálgico, pero hoy (y siempre) es un refugio de seguridad. No era mejor, pero no quiere decir que me gusten estas celebraciones exageradas, esta urgencia de festejar. No era mejor, no; era feo, sin asfaltar, un mundo de descampados reales y emocionales, de acequias con tarquín, tirachinas y calles mal iluminadas con bombillas.

"Lo último que deseo para mí es la vejez del malhumorado crónico, enemigo del presente, arrastrado hacia el conservadurismo", escribía Fernando Aramburu esta semana. Eso digo yo, pero eso no quiere decir celebrar el presente acríticamente. Tampoco quiero encerrarme ya a reconciliarme con mis recuerdos. Me siguen escociendo los errores del pasado. Sobre todo, los míos. También los comunes... El mundo de hoy y la difícil digestión del de antes. La dictadura (la nuestra) consta que se acabó hace 47 años y hemos tenido que sacar a un militar golpista de una sepultura de honor en una basílica católica de madrugada y por sorpresa. La normalidad no debería ser esto, pero al menos es algo. Nuestro problema es que no hemos querido hablar de los muertos y ahora no sabemos qué hacer con ellos. Y si no hablamos y no hacemos, gana el rencor. Es una lástima que estas decisiones se tomen sin un acuerdo colectivo y casi unánime sobre la ley que las ampara, pero la inacción es peor, porque es injusta. Que estemos así dice mucho de nosotros y de nuestro doloroso siglo XX. Nos sigue doliendo. «Es ridículo luchar en batallas cuya única victoria puede ser matar al adversario», recuerdo de Margarit aquella mañana.

La radicalización de hoy tiene mucho que ver con ese pasado. Es sospechoso que se dé más en la tribuna política que en las calles. El olor que desprenden algunas decisiones de este hoy turbio es que el país es más de unos que de otros. Que podemos no hablar de vencedores y vencidos, pero que los hubo y que de vez en cuando se acuerdan de recordar esa condición.

"El mundo de hoy en este país me parece hijo de 2004, de una derrota inesperada de la derecha. Para demasiados, España empezó a torcerse con Zapatero. Y en esa estela seguimos"

Mi visión es que, pasados los años de saneamiento quirúrgico del felipismo, de cosmética necesaria de cara al exterior y de recuperación de autoestima, tras regresar la derecha al poder por gloria de Fraga y Aznar, esta ha recuperado los tics atávicos hispánicos de que, por orden natural, el poder es de unos. Pueden cederlo, pero la propiedad es la que es. El mundo de hoy en este país me parece hijo de 2004, de una derrota inesperada de la derecha. Para demasiados, España empezó a torcerse con Zapatero. Y en esa estela seguimos. Lo del Poder Judicial es otra ráfaga más. Desde entonces hemos empezado a hablar demasiado de poderes ocultos, de manos que presuntamente mecen la cuna. Está bien que quieran hacer y deshacer, mientras se trate de querer. Pero estar día tras día empoderando a esos otros poderes nos deslegitima. A todos. Ojalá podamos abrir pronto puertas nuevas. Ojalá el dolor arrastrado se convierta pronto en tristeza, en nostalgia, porque el dolor no se puede gestionar; la tristeza, sí. Esa frase permanece de aquel día con Margarit.

TEMAS