Opinión | ESPEJO DE PAPEL

Leopoldo Zugaza, campeón vasco del entusiasmo

"De sus días de adulto, no hubo uno en que no tuviera un proyecto, sobre todo cultural, marcado por el amor a Euskadi, a cuya historia artística le dio iniciativa y respaldo"

Libros.

Libros. / SHUTTERSTOCK

Leopoldo Zugaza, campeón vasco del entusiasmo, murió el 2 de noviembre en Durango, donde nació hace noventa años. Un año después de la muerte de su mujer, Carmen Miranda. De sus días de adulto, que fueron muchísimos, no hubo uno en que no tuviera un proyecto, sobre todo cultural, marcado por el amor a Euskadi, a cuya historia artística le dio iniciativa y respaldo.

Hace cinco años lo entrevisté en uno de los despachos que tenía dispersos por las geografías que amó. Era un lugar a la vez abigarrado y ordenado por el orden de sus obsesiones, los libros, las fotografías. Sus gafas eran grandes, como si así enmarcara sus ojos bellos, nítidos, algo cansados. Cuando reía rejuvenecía unos años. Era metódico y por tanto ordenado, tanto que, una vez que el franquismo lo tenía bajo las sombras de los expedientes, fue cuando le tocaba al Ministerio de la Censura, que se llamaba De Información y Turismo, donde debían resolver su solicitud para poner en marcha su editorial, Leopoldo Zugaza. Editor

En la casa de la censura lo recibieron pasmados de que alguien viniera a preguntar por algo así… el día que había muerto Franco. Ismael Manterola le hizo una entrevista en video en la que cuenta ese incidente, que anima con una anécdota suplementaria. Del primer asombrado en el reino de la burocracia pasó a un joven que se interesó por la naturaleza de su visita. Lo miraremos, vino a decirle, pero, recuerda Zugaza en el documental: “Pero, ya sabe, aquí lo vasco ¡brrrr!”

Era un narrador, aunque no se sabe que haya escrito ninguna novela. Pero cada vez que hablaba para recordar ponía en danza los nombres propios principales del universo cultural de Euskadi. En esa misma entrevista halló otra anécdota para resumir la penuria con la que su tierra vivió en el franquismo su relación con el resto de España. Agustín Ibarrola, el gran escultor vasco, había inaugurado exposición en Alicante y le viene diciendo: “´Oye, he logrado colocar en mi catálogo la palabra Euskadi`. Imagínate como estábamos”.  

Cuando aun persistían esas penurias y después, impulsó, entre otras, las empresas culturales siguientes (que copio de la biografía del propio Manterola: Feria del Libro Vasco y del Disco, Museo de Euskal Herría de Gernika, Museo de Arte e Historia de Durango, Photomuseum. Museo de Fotografía de Zarautz (con Ramón Serras), Festival Internacional de Poesía Experimental Interolerte… Además, fue vicepresidente del Patronato del Museo de Bellas Artes de Bilbao y, en los últimos años impulsó la creación del Instituto Bibliográfico Manuel de Larramendi, al que se debe la revista De re bibliographica… La editorial nació en 1975, aquel año en el que le dijeron “brrrr” sobre el porvenir de lo vasco en el Ministerio de Información y Turismo, publicó libros hasta 1985 en euskera y en castellano. Entre los de esta lengua cito Le doy galletas para saber donde le cae la boca, de José Luis Merino, en la colección Trazos, con portada del artista Bonifacio Alfonso. Y lo cito porque Merino es otro de los campeones vascos del entusiasmo, de cuya escuela era sin duda presidente el ilustre ciudadano que acaba de fallecer.

De aquella entrevista de Manterola subrayé algunas de las frases que definen el espíritu de Zugaza (al que todos llamaban Leopoldo): con respecto a su vocación de agitador cultural, “yo necesitaba que se necesitaba”. En relación con la editorial: “Fracasé totalmente, como corresponde a un buen editor, y dejé más deudas que el demonio”: Quería “sembrar en terreno virgen”. Tenía “el mal hábito de hacer las cosas solo”. Sobre su carácter (que muchos pudimos comprobar): “Soy el que más sabe de Euskadi porque soy el que más pregunto”. Hubo un momento en esa aparición en video en el que aquel hombre asombrado por todo se metió hacia adentro, calló un instante y dijo, suspirando: “¡Ay ama, qué tiempos!”

En aquella entrevista que le hice en 2017 le pregunté por el resumen de aquellos 85 años que había cumplido, cuál sería su balance. “No solo me he dedicado exclusivamente al activismo del arte, sino al activismo de casi todo. Se resume en una gran dosis de ingenuidad, siempre pensando en lo que a mi me estimula, me interesa, me preocupa, es también común a otras personas”.

Había hecho de todo, me dijo. “Desde muy joven ideaba cómo hacer una revista juvenil, durante años organicé concursos infantiles siempre pensando en que es en los jóvenes donde tenemos que ir depositando unas semillas que fructifiquen en árboles potentes el día de mañana”. De sus mojones más perennes me citó la Feria del Libro de Durango que en ese momento, cincuenta años después, él veía crecer con evidente satisfacción, atribuyendo, por cierto, al mérito también a los que habían ido con él.

“Siempre digo ´hacemos`, ´hemos hecho`, ´hemos pretendido hacer`, porque no conozco a nadie que haya hecho nada solo. Que pueda hacer el que tenga la iniciativa, el que lidere una opción, un proyecto, eso sí; pero siempre contando con gente que colabore y apoye, a veces en cuestiones puramente técnicas, otras también ideológicas, y me refiero a ideas, no a posiciones políticas”. Su mayor alegría, como miembro de ese colectivo que tenía su presencia en primer lugar, se refiere a sus hijos (Miguel fue director del Museo del Prado y ahora dirige el Museo de Bellas Artes de Bilbao, y Alejandro, que me avisó de su muerte, es agitador cultural, como Leopoldo, y editor también). “Mi mayor alegría y mérito es haber conseguido inculcar a mis hijos el respeto a los demás y la valoración del arte y la cultura. Esa es mi gran tarea, y al hacerlo para mis hijos no he excluido a todos los demás”.

Su referencia fue la concepción que tuvo Andrè Malraux como ministro de Cultura de Charles De Gaulle. “Cuando creó su proyecto de Casas de Cultura, él decía que en las pequeñas poblaciones donde no tenían ni medios ni elementos para hacer obras de envergadura había que reunir, en un continente del tamaño y aspecto que se quisiera, el archivo histórico, la biblioteca y una sala de exposiciones de arte, sala que se podía ser compartida por una exposición permanente. Yo he procurado fielmente esos tres constituyentes del servicio cultural”.

Hablamos también del País Vasco, de donde nunca salió. La violencia, me dijo, fue una equivocación “tremenda”, que nunca admitió. Cuando acabó ETA “tú me llamaste”, me dijo, “para preguntarme qué pensaba el mundo del arte, qué tendrían que decir, y yo te dije que perdón. Hay que evitar el rencor con el perdón”, añadió, recordando lo que dijo el papa de entonces (Benedicto XVI) en una vista reciente a Colombia.

- ¿Qué falta, Leopoldo, no sólo en Euskadi?

- ¡Uhhhhhhh! La Biblia en verso, ¡puf, qué falta!

Así acabó la entrevista. Luego me llevó a comer a un sitio de siempre donde Leopoldo no tenía manos para saludar a tantos, a los que guiñaba el ojo por todo saludo. Sus gafas grandes, sus ojos ya cansados, pero no de mirar, no de mirar. Conocí a otro vasco así de entusiasta y alegre, y rápido con las ideas. Iñaki Azkuna, alcalde de Bilbao. No se me van de la cabeza ninguno de los dos, Leopoldo e Iñaki. Lo que hubieran hecho juntos.