Opinión | ANÁLISIS
Cataluña: leyes y gestos
Por este camino de relajamiento y gestos, se volverá a la gozosa normalidad de antaño
En nuestras democracias avanzadas, la organización del Estado no es el resultado de una fatalidad histórica, ni de una tradición inalterable, ni mucho menos de algún designio mesiánico. Y en este sentido, ya sería hora de reconocer, como hicieron los norteamericanos primero y los canadienses después, que el Estado compuesto es una construcción que solo se estabiliza mediante un consenso positivo que colme sustancialmente las aspiraciones de todas las partes. La unidad no es una imposición sino un pacto.
Esta óptica debería servir para enfocar el problema catalán, que ha aflorado en forma de un brote separatista provocado por la patológica exacerbación nacionalista cristalizada gracias al acaloramiento de determinados actores, a la corrupción del propio nacionalismo (cuyos líderes vieron que la secesión les proporcionaría impunidad) y a errores abultados cometidos por Madrid, en su anticuado afán de mantener la unidad de España por el procedimiento del palo y tentetieso, e incluso, si fuera preciso, por la disuasión de las bayonetas.
La presión centralista madrileña, irritante incluso para los no nacionalistas, la ejerció el PP clamando desde toda España contra la reforma del Estatuto Catalán, por ejemplo. Y el propio Aznar, utilizando su mayoría absoluta para criminalizar la convocatoria de un referéndum legal, en absoluto previsible en aquel momento; fue una medida tan extemporánea como irritante.
Los frutos de aquella política agresiva quedaron bien a la vista: Rajoy ya no pudo evitar que la bola de nieve llegara al precipicio. Y, tras aplicar el gobierno, con ayuda leal del PSOE, unas duras terapias legales, ha llegado la hora de la distensión, el apaciguamiento y el reencuentro. Para ello se concedieron los indultos y ahora se plantea una adaptación de nuestra anacrónica legislación sobre sedición y rebelión a la jurisprudencia europea. Por este camino de relajamiento y gestos, se volverá a la gozosa normalidad de antaño. Si se hiciera caso al dislate de quienes propugnan mano dura, artículo 155 y leyes de excepción, las propias democracias europeas pondrían puente de plata para que Cataluña se liberara del opresor.
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